Raúl Heras

La Pascua de Rajoy con el marqués de Bradomín

Jueves 13 de abril de 2017
Camisa blanca, pantalón corto y paso rápido para llegar desde Ribadumia al monasterio cisterciense de Armenteira. Ocho kilómetros en los que el presidente del gobierno se ha paseado con el fantasma del marqués que creara Valle-Inclán, el iconoclasta autor de teatro y otras aventuras que se paseaba por los mentideros madrileños con su barba hirsuta y blanca y su único brazo mientras le pedía al Rey que le hiciera marqués o vizconde que lo mismo daba con tal de obtener unos sueldos. Puede que en esa búsqueda malograda se hiciera carlista, con loo que consiguió que el pretendiente Jaime de Borbón y Borbón-Parma le nombrara Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita, un título que se ajustaba tanto a su vestir como su estómago al hambre que padecía.

Consiguió la inmortalidad y no la nobleza. Convirtió el esperpento en un valor nacional y en toda una definición de una parte del carácter de lo español que hasta ahora vive y respira entre nosotros como el "Retable de la avaricia, la lujuria y la muerte" que dejó escrito mientras se declaraba amigo de la Rusia revolucionaria, enemigo de Isabel II, militante republicano de Alejandro Lerroux en busca de un escaño que no consiguió, y amigo y protegido de Manuel Azaña.

Mariano Rajoy como su paisano creo que busca lo mismo: la inmortalidad política; y no creo que pretenda que Felipe VI le conceda un título nobiliario. Se lleva mal con la Corte e igual que hacía el autor de Divinas Palabras se escapa a su Galicia en cuanto la ocasión se muestra propicia. No retará a duelo de sable a otro Julio López del Castillo, pero si es capaz de retar a sus adversarios en el hemiciclo del Congreso a puñales de palabras. Cultiva la sorna gallega con el mismo afán que don Ramón cultivaba sus clases de esgrima con Atilio Pontanari.

Pensaran los que hayan llegado en su lectura hasta aquí que no ven por ningún sitio el fantasma del que nació como Ramón José Simón Valle Peña, antes de cambiar para la historia de este país y liarse a golpes en los cafés que anudaban las tertulias de la capital y convertir a Tirano Banderas en un retrato universal de los vicios del poder. Pues bien, el fantasma de su paisano tiene que estar entre Ribadumia y el monasterio de Armenteira y es más que posible que don Mariano lo haya visto antes de entrar en el claustro cisterciense que acoge a un grupo de monjas que profesan la orden de San Bernardo y que allí viven gracias a los esfuerzos de Carlos, el segundo de los hijos del hombre que paseaba sus " barbas de chivo" por la España que se preparaba para volver a echar a un Borbón del trono, proclamar por segunda vez una República y entrar en una Guerra Civil que la dejaría moribunda. Al fin y al cabo los fantasmas como las meigas no existen pero haberlos... Con leer los periódicos, escuchar la radio, ver la televisión o curiosear por las redes sociales basta. Aparecen a miles.

Entre los muros de Armenteira, ya con la mañana alta y los sonidos del mar escondiéndose entre los árboles, el presidente que juega con el tiempo como si fuera un conjuro le habrá contado a su fiel escudero, José Benito, que en la "Corte de los Milagros" los sables del vocabulario se entrecruzan cada día con tanta o más sañas que lo hacían los de acero en el comienzo del siglo XX y que no hace falta salir al extraradio de la capital, con acceder al hemiciclo que custodian dos leonés que fueron cañones es suficiente.

Puede que haya hasta bromeado por los cuernos que, como le ocurrió a don Friolera, le quiere poner el líder de Ciudadanos. No por malquerer, tan sólo por supervivencia, que Albert Rivera pide "La cabeza del Bautista" de turno cuando la ocasión se presenta para mostrar a los españoles el trofeo conseguido. "Las Luces de Bohemia" son alargadas, vienen de Bruselas y cruzan el Atlántico. Se enroscan por los dos palacios que conjugan el verbo del poder, tan cerca y tan lejos en su comprensión de lo que pasa y de lo que desean. Mariano Rajoy, al igual que otros bastantes que pasean por los salones madrileños, conoce a su particular "marqués de Bradomín", espejo deformado de aquel general carlista que sedujo a don Ramón lo bastante con sus historias como para convertirlo en uno de los mejores esperpentos de su colección. Este don Juan del siglo XXI tan preso como el de la farsa en sus propias pasiones puede que le juegue una mala pasada al inquilino de La Moncloa. Los Idus ya no respetan los tiempos clásicos.