Un país iberoamericano como España no puede asomarse a su próximo decenio sin valorar adecuadamente su relación con América Latina, una relación histórica marcada por una lengua y una historia compartidas, cargada de valores comunes y, desde luego, cada vez más determinante en los ámbitos económico y comercial.
Por eso, al abordar este estimulante ejercicio de reflexión que es el proyecto “España 2020”, tenemos que enmarcar el futuro próximo de este país en el contexto de esa Comunidad Iberoamericana de la que forma parte junto a Portugal, Andorra y diecinueve países latinoamericanos, entre ellos, quizá con Brasil como caso más paradigmático, varias potencias emergentes.
En este primer semestre de 2011, nadie sabe a ciencia cierta cuánto va a durar la crisis económica que tanto ha castigado a los dos grandes países de la Península Ibérica, pero como sí sabemos que América Latina ha conseguido capear el temporal, deberíamos atrevernos a imaginar un futuro optimista para esta región en los próximos diez o veinte años.
Y si las previsiones para América Latina son buenas, también lo serán para España. Fueron sus empresarios los que, con buen criterio pero en un momento no exento de riesgos, decidieron invertir en Latinoamérica durante la década de 1990. Fue una buena apuesta, como se ha demostrado en los años más duros de la crisis (2009, 2010, 2011), en los que muchas empresas españolas con presencia en la región han podido salvarse de la quema por sus buenos -en ocasiones buenísimos- resultados en América Latina.
Pero ya que se trata de ponerse de puntillas y mirar al horizonte, veamos lo que, a mi juicio, pueden ser cinco grandes macrotendencias que nos afectan a todos.
Macrotendencias
La primera es que la globalización es imparable y se va a intensificar con el paso del tiempo. La segunda es que pervivirá la economía de mercado pero en un entorno de mayor desconfianza y con una mayor vigilancia e intervención por parte del Estado. La tercera es que la productividad, la competitividad y el crecimiento estarán más vinculados que nunca a la innovación y los cambios tecnológicos. La cuarta es que el mundo, tan dominado durante el siglo XX por el formidable poder de Estados Unidos, será más y más un espacio multipolar en el que van cobrando fuerza (política, económica y, en adelante, también militar) una serie de naciones emergentes, sobre todo China, por citar, una vez más, un caso paradigmático. Y, en fin, la quinta macrotendencia viene determinada por la preocupación creciente ante el cambio climático y el gran debate sobre cómo afrontar las necesidades energéticas del planeta.
Por volver a esa América Latina que España debe tener muy en cuenta en todos los ámbitos, lo cierto es que la región ha aprendido mucho de sus errores pasados. Ha logrado controlar su macroeconomía, que es algo, como digo siempre, con lo que no se debe jugar. Ha sabido mantener a raya la inflación con adecuadas políticas fiscal, monetaria y cambiaria. Ha aprovechado la bonanza para reducir considerablemente su deuda externa. Algunos países han generado reservas de hasta 460.000 millones de dólares, cifra inimaginable en el pasado. América Latina se ha abierto al exterior, está avanzando en ese equilibrio siempre difícil entre Estado y mercado y está teniendo éxito en la reducción de la pobreza, lo cual es muy obvio en países como Brasil, México o Chile.
Quiero, sin embargo, recordar aquello que hace años dijo el entonces Presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso: “No somos la región más pobre del mundo, pero sí la más desigual”. Esta sigue siendo nuestra gran lacra. Y la forma de combatirla es trabajando sobre los grupos sociales con ingresos más bajos; procurando un gran pacto fiscal; haciendo una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribución de los ingresos; esforzándonos en aumentar la cohesión social, clave para que nuestro buen crecimiento vaya acompañado de un buen desarrollo.
Pero mirando hacia delante, para un Occidente en crisis, América Latina, que dispone de ingentes recursos naturales, ya no es, como siempre lo fue, parte del problema sino parte de la solución.
Retos y soluciones
Tenemos que aprovechar, claro, nuestro gran potencial en esas materias primas que necesitan las potencias emergentes de Asia. Pero cuidando, al mismo tiempo, nuestras inversiones en materia de educación e investigación para que los países de la región superen su atraso tecnológico. Y haciendo, además, un esfuerzo extraordinario para aumentar la atracción de inversión extranjera. Porque los datos son tozudos: mientras en los últimos años China, en promedio, ha captado el 30 % de toda la inversión extranjera directa que ha ido a los países en desarrollo, Brasil, el más importante captador de inversión extranjera directa de la región, ha canalizado poco más del 7 % de la misma, y México, el segundo país en importancia al respecto, poco más del 4 %.
Mi última reflexión es que pese a las incertidumbres del mundo en el que vivimos y viviremos, en América Latina y en el resto de Iberoamérica hay que ser cautelosamente optimista. Contemos con las defensas que hemos levantado y con las experiencias de las que hemos aprendido. Recordemos que una de las claves del futuro será, insisto, encontrar el equilibrio ideal entre Estado y mercado. Ambos deben ser más eficaces y más transparentes. Ni Estado intervencionista, torpe y corrupto, ni mercado salvaje, especulativo y sin regular. Y confiemos, en fin, en que el mundo avance hacia una globalización más humanizada, un poder económico más democratizado y un nuevo orden internacional con instituciones multilaterales renovadas y más fuertes.
(*) Enrique V. Iglesias es Secretario General Iberoamericano