Se ha ido extendiendo como se extendió la mancha negra del Prestige por las costas gallegas hasta convertir la vida pública española en una enorme lodazal jurídico en el que chapoteamos todos. Y tiene nombre: es el Referendum catalán. Llevamos meses hablando del uno de octubre, de las papeletas del uno de octubre, de las urnas del uno de octubre; hablamos de la Fiscalía y de los fiscales, de la Constitución y de los tribunales; de la Policia, de la Guardia Civil y hasta de los espias del CNI. Nos han secuestrado la capacidad de mirar hacia otro lado, hacia otros problemas, hacia la verdadera España. Y si, existe vida fuera del Referéndum, fuera y dentro de Cataluña, y cuanto antes empecemos a verla, a vivirla, mejor será para todos, incluidos los millones de catalanes que quieren que les dejen votar.
Existe otra vida en la que tienen cabida los Puigdemont y los Junqueras, los Rajoy y los Sánchez, los Iglesias y los Rivera, pero no la protagonizan, la han dejado en la orilla del camino común, se han olvidado de que hay que construirla con paciencia, con constancia y con sabiduría, que el futuro en común está ahí y no en el mercado de las amenazas y los desafios. Una vida que afecta a 46 millones de personas, que son las que sienten desde sus estómagos la naúsea por ese afán de aquellos a los que han votado por mirarse el hombligo y un poco más abajo y ver quién tiene su virilidad más grande.
Existe un paro que ha vuelto a crecer en 300.000 personas una vez que se ha acabado el efecto vacacional y que presiona sobre miles de familias refugiadas en los subsidios y en la asistencia social. Existen las pensiones que siguen perdiendo poder adquisitivo año tras año y dejan a la clase más débil al borde de la miseria, con un Fondo que se ha quedado sin fondo y casi sin futuro. Existe una Sanidad pública que sigue siendo muy buena pero que da alarmantes señales de acercarse al colapso por la falta de inversiones y personal. Existe una Educación que nos mantiene en el furgón de cola de Europa, sin que aparezcan nuestras Universidades en los puestos de honor.
Existe España, de la que hablamos para señalar sus defectos, para enumerar sus errores, para zarandearla como si fuera un monigote de feria sin darnos cuenta que somos nosotros los que estamos montados en esa noria. Existe lo español por más que nos resistamos a admitirlo y por más que hagan y hagamos cada día esfuerzos para negarlo y hasta para destruirlo. Un español que es la suma de todas las características que hemos ido acumulando a lo largo de muchos siglos, más de cinco, más allá de los Reyes Católicos, más acá de Monarquías y Repúblicas; que es compatible con sentirse catalán, vasco, murciano o extremeño.
Nos han cambiado en el camino de los últimos cuarenta años un país, una nación, un estado por 17 taifas peleando por diferenciarse en lugar de buscar y sumar todo lo que tenían y tienen en común. Con el engaño de lo cercano nuestros representantes públicos, nuestros elegidos, se han alejado de los electores, se han encerrado en su propio gueto, preservando sus privilegios, negándose a mirarse en el espejo que les devuelve un rostro en el que la mayoría no reconoce al hombre, a la mujer que quiso estar al servicio de los demás
Existe vida fuera del Referendum y no podemos dejar que bajo esa bandera se escondan o se entierren todas las demás. No podemos dejar que cada día que pasa la brecha entre españoles sea más grande, que vuelvan los viejos odios, las gastadas consignas, las palabras malditas, los rencores y la violencia. Tenemos que exigir a los políticos que practiquen la política, la que se basa en el diálogo y las renuncias mútuas. Habrá que enseñarles otras manos blancas contra la barbarie que se cuela en los pueblos y las familias; habrá que decirles que no les elegimos para que crearan problemas, que les dimos nuestra confianza para que resolvieran a los que se enfrenta España en un mundo que se ha hecho muy grande y en el que parecen empeñados en que aparezcamos muy pequeños.