Si la “aparición” del castellano en la larga y deteriorada crisis catalana es otro subterfugio para desviar la atención de los ciudadanos, una nueva pieza de entretenimiento para convencer a Puigdemont y los suyos de que conviene que se “rinda” en sus aspiraciones de presidente y se forma un gobierno “constitucinal” en la Generalitat para suprimir el 155 de la vida política en ese teritorio, habrá que recordarles a todos ellos que esa batalla está perdida dentro de la gran guerra que se viene librando desde el comienzo de la Transición democrática. Y que ese conflcto tiene lugar en toda España y singularmente en aquellas zonas en las que existe una segunda lengua, como por ejemplo en Baleares y como amenaza en Asturias con el bable, en Aragón con el aragonés, y dentro de poco al paso que vamos en Extremadura con el castuero.
Si no existe el español, al que intencionadamente se cambia por el castellano, y en este territorio del sur de Europa que es la península ibérica se hablan varias lenguas - no nos olvidemos del vasco, del gallego y del portugués - estamos a un paso de no hablar de España y sí hablar de dieciocho “paises”. La desintegración comienza por el lenguaje: ya no hablamos español, hablamos castellano, vasco, gallego, catalán o bable; de ahí pasaremos a no ser españoles y a no existir España. Puede parecer una exageración pero también - recuerdo muchas de mis “peleas” en la radio - parecían una exageración mis afirmaciones acerca de la unidad de España y que sería Cataluña, por delante de la Euskadi que soportaba la violencia de ETA, la que primero se “independizaría” con una declaración en el Parlamento.
Si nos dejamos arrastrar a utilizar el nombre de castellano para sustituir al de español más pronto que tarde aquellos que sueñan, quieren y buscan trransformar España en un Reino de taifas o en un conjunto de Repúblicas federadas, lo habrán logrado. Ese es el paso más importante, el de mayor calado y profundidad. De ahí que reivindicar que se pueda enseñar y educar en “castellano” en una parte de España como Cataluña, y que no sea condición indispensable el hablar ”catalán” para ser médico en Baleares , son las dos mismas caras falsas del problema. Y en este aspecto tan culpable es Puigdemont como Francine Armengol, tan responsable el futuro gobierno de la Generalitat como el actual de las Islas. Y por encima de los dos, el gobierno de la Nación, el que tenemos y el que podamos tener en unos meses.
Durante 40 años los distintos gobiernos, los distintos líderes políticos y los diferentes partidos han hecho un gran canto a Europa y a las Comunidades autónomas. Nos han vendido de mil formas posibles las ventajas de pertenecer a la UE e incluso el euro; y por otro lado y con la misma fuerza la conveniencia de las 17 Autonomias para acercar la gobernabilidad y las decisiones al pueblo.Se olvidaron y lo siguen haciendo del elemento esencial de ese “bocadillo”, que no son los dos panes mencionados sino la parte de dentro, España.
No la España una, grande y libre de la Dictadura franquista; no la España monárquica y absolutista que se estructuró a partir de 1700. Una España democrática y elegida por todos con libertad y sabiendo que unida es más fuerte, nos protege mejor a todos, es más capaz de defender los intereses de todos, y que en un mundo tan abierto y multipolar tener la conciencia de uno mismo es la mejor forma de sobrevivir. Y si, españoles con diecisiete apellidos, el tamaño importa.