Antiguo

El contexto estratégico y el papel de la Inteligencia

INGRESAR AL FORO | VER TODOS LOS ARTÍCULOS

Por Félix Sanz Roldán

Martes 21 de octubre de 2014

Desde el inicio del siglo XXI, la comunidad internacional y, por supuesto, los Servicios de Inteligencia hemos vivido en un estado de “sorpresa permanente” ante acontecimientos imprevisibles que nos sitúan ante escenarios de seguridad inciertos, en los que se manifiestan riesgos y amenazas cada vez más complejos y difusos, que evolucionan y mutan con rapidez, que en muchos casos están interconectados y que, al interactuar entre ellos, potencian su peligrosidad.

En estas circunstancias, los Servicios de Inteligencia estamos obligados a lograr un mayor conocimiento de los retos a los que nos enfrentamos y a afianzar nuestra capacidad de anticipación para prevenir esos desafíos y sus consecuencias. Sólo de ese modo contribuiremos a situar a los responsables gubernamentales en las mejores condiciones para adelantarse con sus decisiones a la materialización de la amenaza. Reducir el nivel de incertidumbre es nuestro objetivo prioritario y la finalidad principal que persigue la inteligencia. Nuestra labor tiene un carácter eminentemente preventivo y nuestra excelencia se mide, en lo fundamental, por las amenazas que hemos conseguido que no se concreten y por los riesgos sobre los que hemos podido alertar en tiempo oportuno.

En un mundo de riesgos globales y en un escenario estratégico tan complejo y cambiante como el actual, el papel de la inteligencia no ha hecho sino revalorizarse, pero, a la vez, la tarea de los Servicios se ha complicado enormemente. Aunque las nuevas tecnologías ponen a nuestra disposición más capacidades para obtener y analizar la información, también es cierto que generan nuevas vulnerabilidades y que la creciente globalización de su acceso facilita a los individuos y grupos de riesgo un vehículo para la difusión de sus postulados y para la realización de actividades de naturaleza potencial o realmente amenazante. Además, las demandas de seguridad de los ciudadanos son cada vez más exigentes, porque algunos de los riesgos les afectan de forma directa. El concepto de seguridad ha evolucionado, es más amplio, no tiene el carácter predominantemente político-militar del pasado, ni se encuentra vinculado de manera preferente, como antes, a la defensa del territorio.

En la actualidad, en la percepción de la amenaza intervienen, cada vez más, factores cercanos a la ciudadanía, como son los económicos, sociales, demográficos, culturales y medioambientales. Por tanto, ahora estar seguros significa no tener inquietudes, incluso en el entorno más próximo y en los aspectos que conforman el día a día.

Transformaciones en el espacio de la seguridad

Las agencias de inteligencia de todo el mundo, y en especial las occidentales, nos hemos visto profundamente afectadas por las transformaciones producidas en el escenario de seguridad y hemos tenido que acometer una revisión drástica de nuestro trabajo, asumiendo que nuestra utilidad y eficacia están en función de que nos adaptemos a las nuevas circunstancias. La existencia de amenazas y riesgos tales como el terrorismo de origen islamista, la proliferación, la criminalidad organizada, los Estados fallidos, los espacios marítimos sin control, el incremento de los movimientos migratorios ilegales, las agresiones contra los sistemas de información y comunicaciones o los ataques contra la estabilidad económica nacional, han ratificado la conveniencia de aplicar planteamientos innovadores e imaginativos, alejados en muchas ocasiones de inercias anteriores.

La necesidad de garantizar el suministro energético o el desafío que plantea el cambio climático como factor multiplicador de amenazas preexistentes, confirman la idoneidad de ese enfoque de inteligencia diferente y multidisciplinar, sobre todo cuando nos estamos ocupando cada vez más de situaciones cuyo origen y consecuencias trascienden el ámbito de un solo país y adquieren la categoría de supranacionales. Nadie puede predecir todos los peligros que nos aguardan en los próximos años, pero una cosa es cierta: los riesgos existen y tenemos que estar preparados para afrontarlos con el nivel de eficacia que nuestros Gobiernos y nuestros ciudadanos nos demandan.

Es el momento de poner en marcha nuevas iniciativas y nuevas formas de hacer inteligencia, asumiendo riesgos y apostando por el futuro. No podemos ni debemos resistirnos a los cambios por temor a la equivocación o por la comodidad en la que nos instala lo conocido. Decía Keynes, el gran economista británico, que “lo difícil no es aceptar las ideas nuevas, sino deshacerse de las antiguas”. Desde luego que los Servicios de Inteligencia no debemos renunciar a la experiencia que hemos ido acumulando a lo largo del dilatado camino que llevamos ya recorrido; ésas no son las “ideas viejas” de las que Sir John Mainar Keynes nos aconseja desprendernos para progresar. Por el contrario, estamos convencidos de que las enseñanzas del pasado, sabiamente combinadas con el espíritu innovador que los tiempos nos exigen, nos permitirán situarnos a la altura de los desafíos presentes y previsibles.

La adecuación de las estructuras y de los procedimientos de actuación, el empleo de nuevos métodos y herramientas que faciliten nuestro trabajo, el permanente esfuerzo por emplear las tecnologías más punteras, la actualización de conocimientos, el aprovechamiento de cuantas capacidades consigamos incorporar… Todos estos extremos representan un conjunto de objetivos irrenunciables si queremos ser verdaderamente útiles a los destinatarios directos de nuestro trabajo y, en definitiva, a la sociedad a la que servimos.

Retos y perspectivas de futuro

Nos enfrentamos a la obligación de definir cuál es el futuro deseable para nuestra organización, venciendo a tiempo las tan frecuentes resistencias mentales a los cambios sobre las que Keynes nos prevenía, superando con imaginación modelos caducos y definiendo las líneas de acción necesarias para lograr el objetivo marcado. Y es aquí donde la prospectiva, en tanto que disciplina que abre perspectivas de reflexión sobre el futuro, diferentes a las técnicas analíticas convencionales, nos ofrece vías de entendimiento complementarias y hasta ahora poco exploradas que, sin duda, pueden contribuir a mejorar el producto de inteligencia y aportar un valor añadido a quienes a nivel político, ayudados por ese producto, deben tomar decisiones de una cierta trascendencia, para cuya adopción lo importante no es sólo saber qué va a pasar, sino, sobre todo, cuál de todas las posibles líneas de acción resulta más conveniente para los intereses nacionales.

La aportación de la prospectiva al trabajo de Inteligencia

El estadounidense Alan Kay, ingeniero informático y uno de los científicos de mayor reconocimiento internacional (posee, nada menos, que seis doctorados honoris causa), pronunció una frase que se ha convertido en un verdadero lema: “La mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”. En el ámbito de la inteligencia, el espíritu que subyace en esta consigna cobra especial relevancia, ya que gran parte de nuestro trabajo consiste precisamente, como antes señalaba, en tratar de evitar amenazas y anticipar riesgos, pero también, y tan importante como esto último, en prever oportunidades en defensa de los intereses nacionales. Para explorar el porvenir se han desarrollado diversos métodos, con la finalidad tanto de gestionar el conocimiento de fenómenos, tendencias y factores de cambio, como de alertar sobre desarrollos potencialmente peligrosos, en un intento de obtener ventajas estratégicas, en un entorno cada vez más complejo, y desde el convencimiento de que cuanto mayor es el nivel de incertidumbre, mayor es también la necesidad y el interés por conocer el futuro.

Una de esas técnicas es la aproximación prospectiva, definida como “la ciencia que estudia el futuro, para comprenderlo y poder influir en él”

[1]. Se trata de una disciplina que se aplica en el análisis a largo plazo, asumiendo, como punto de partida, que la mera extrapolación de las situaciones pasadas y presentes no basta para poder tener una idea clara del mañana. La prospectiva se basa en la idea de que el futuro no es único sino una combinación de múltiples alternativas que es necesario conocer para determinar, con las suficientes garantías de éxito, cuál es el curso de acciones a desarrollar más acertado. Obviamente, la prospectiva no indica el camino exacto hacia el futuro, ni procura a sus destinatarios vaticinios o meras especulaciones. Se trata de un método que, valiéndose de un enfoque científico, muestra los caminos posibles, insinúa los más probables y propone los idóneos. El resultado perseguido no es acertar, sino proporcionar información que sirva de referencia en un proceso decisorio concreto y que incite a actuar en el presente para influir en esos futuros posibles. Como es lógico, la necesidad de dibujar los escenarios del futuro no se siente exclusivamente en el ámbito de la seguridad o en los niveles gubernamentales. Las grandes corporaciones multinacionales, con independencia del sector en el que desarrollen su actividad, también recurren a la prospectiva como herramienta para apoyar sus procesos de toma de decisión, planificar la mejora de su gestión y definir sus estrategias de negocio.

¿Por qué se recurre al campo de la inteligencia?

Dado que esta disciplina resulta enormemente útil para reducir los niveles de incertidumbre, merece la pena explicar con mayor detenimiento porqué en el campo de la inteligencia recurrimos a ella y en qué medida desarrolla mecanismos que mejoran la previsión sobre las consecuencias que se pueden derivar de una elección u otra. Partiendo de la base de que el objetivo último es el de apoyar la toma de decisiones de los destinatarios del producto de inteligencia, y que esa toma de decisiones requiere optar entre líneas de acción alternativas, con resultados inciertos, lo que se busca son técnicas que contribuyan, entre otras cosas, a seleccionar y recopilar la información más idónea; a proporcionar fuentes diversas de conocimiento y experiencia; a fomentar la creación de redes de colaboración, el diálogo entre expertos y el establecimiento de proyectos conjuntos; a canalizar sinergias o a estimular el desarrollo imaginativo de opciones distintas.

La conjunción de todas estas actividades conduce a tratar los diferentes aspectos que confluyen en la toma de decisión desde una perspectiva integral, como un todo conectado, enriqueciendo el resultado con una visión de la situación lo más completa y precisa posible. Para alcanzar este objetivo tan ambicioso, la prospectiva representa una herramienta de planeamiento y reflexión muy valiosa, porque se centra en prever los futuros posibles, presentándolos en forma de escenarios, y en calibrar la probabilidad de que ocurran, basándose en presupuestos previos, en el análisis exhaustivo de información tanto pasada como presente y en la construcción de imágenes verosímiles.

Frente a técnicas tradicionales apoyadas en planteamientos lineales que, en ocasiones, no son los más adecuados para gestionar la complejidad y el dinamismo que define el mundo moderno, las metodologías que se emplean en los trabajos de prospectiva descansan en la participación de un amplio abanico de expertos del área temática objeto de análisis, los cuales aplican un enfoque a largo plazo y garantizan, mediante la intervención de todos ellos en el proceso, un elevado grado de neutralidad del producto resultante.

Con ayuda de la prospectiva, la sucesión vertiginosa de acontecimientos que afectan a la seguridad internacional no se percibe como un cúmulo de situaciones críticas inconexas que emergen de manera sorpresiva. El análisis global de las distintas tendencias y fuerzas motoras que se encuentran en el origen de las amenazas o que contribuyen a potenciarlas; la elaboración de estrategias para mejorar la competitividad en situaciones de elevada incertidumbre; el pronóstico de retos venideros y la detección temprana de riesgos, son elementos que permiten llegar mejor preparados al futuro.

Esta forma de abordar el estudio de los retos del mañana, partiendo de la base de que la interrelación existente entre las tendencias globales, así como entre las amenazas transnacionales obliga a buscar respuestas multidisciplinares en el ámbito estatal y coordinadas internacionalmente, es una técnica plenamente aplicable en el campo de la inteligencia. De hecho, los Servicios de Inteligencia no sólo están intensificando la colaboración con sus homólogos internacionales en la lucha contra las amenazas transnacionales, sino que recurren, cada vez más, para complementar los datos obtenidos por medios propios y reservados, a hacer converger los esfuerzos de todos aquellos expertos, tanto del ámbito público como del sector privado y la investigación científico-académica, que pueden aportar valor añadido a la resolución de un problema determinado. En suma, lo que se busca no es sólo la anticipación, sino también la proactividad, de manera tal que el estudio de lo que puede acontecer en el futuro, planteado a través de escenarios coherentes, verosímiles y pertinentes, permita tomar decisiones en el presente, dirigidas a construir ese porvenir deseable y factible, seleccionando, además, los medios adecuados para ello.

Pero la prospectiva no sólo resulta eficaz para afrontar las situaciones críticas que se avecinan o para beneficiarse de las oportunidades que se puedan presentar en el futuro. El estudio de lo que puede suceder también cabe aplicarse a las organizaciones y, en el caso de los Servicios de Inteligencia, puede representar un instrumento válido para orientar su adaptación a las exigencias y condiciones que regirán su trabajo, en un intento de conseguir un nivel óptimo de efectividad. La estructura, los procedimientos, los recursos y los medios de los Servicios de Inteligencia deben ser acordes a los escenarios en los que dichas agencias van a operar. La multiplicidad y envergadura de sus misiones y la diversidad e importancia de las demandas externas a las que se enfrentan, les obligan a tomar una postura activa y a definir las estrategias necesarias para garantizar su competitividad también en el largo plazo.

Hay que tomar en consideración, por ejemplo, que la adquisición de los medios tecnológicos que previsiblemente se requerirán en el futuro o la formación de los recursos humanos en especialidades poco comunes no se pueden dejar a la improvisación; ni siquiera pueden ser el resultado de la prolongación de los procesos que se utilizan en el presente, sino que se deben derivar de las mejores decisiones estratégicas, dirigidas a propiciar el escenario ideal proyectado. Hasta el momento sólo me he referido a las ventajas que ofrece la prospectiva, pero es necesario admitir que en la aplicación de esta disciplina surgen numerosas dificultades, derivadas de la amplitud de los temas sometidos a estudio o de las limitaciones intrínsecas a la propia herramienta, como puede ser el sesgo intelectual que pretendan imprimirle a los análisis los distintos especialistas intervinientes; aunque el factor verdaderamente determinante a la hora de valorar su potencialidad reside en la actitud de los sujetos decisores.

La prospectiva no es una ciencia y, por tanto, los resultados alcanzados en los análisis a largo plazo no son demostrables empíricamente, lo que lleva a que los consumidores del producto se sientan tentados a cuestionar la verosimilitud de las conclusiones presentadas, aun cuando éstas aparezcan refrendadas por expertos de reconocido prestigio. Pero la prospectiva tampoco es ciencia- ficción, sino una herramienta para la planificación, que moviliza a un importante número de especialistas de muy diversos sectores, que no se limitan a exportar su conocimiento sobre determinados fenómenos, sino que lo adaptan e incorporan a las condiciones de un problema determinado.

En el caso de los destinatarios de lo que podríamos denominar “inteligencia prospectiva”, también influye el hecho de que las Administraciones suelen enmarcar su línea de acción en el horizonte temporal marcado por la duración de sus respectivas legislaturas, muy inferior, por definición, al que contemplan los estudios de esa naturaleza. En concreto, y por lo que se refiere a la gestión en el ámbito de la seguridad y defensa, la tendencia es a concentrarse preferentemente en el corto plazo y a resolver los problemas apremiantes, relegando a un segundo plano los retos más amplios y lejanos. En el ámbito de la inteligencia tenemos claro que esta disciplina es útil, sobre todo, cuando se concentra en aspectos concretos, pero que lo es menos -por el escepticismo que puede provocar en el receptor del producto- cuando aborda trabajos excesivamente generales, contempla escenarios muy alejados en el tiempo o supera un determinado grado de complejidad o de tecnicismo.

También hemos comprobado que la aportación de datos cuantificables revaloriza los estudios a largo plazo y que si el contenido y el horizonte temporal de dichos análisis se aproximan a las necesidades o a las expectativas del usuario, automáticamente se incrementa la percepción de su idoneidad. Siendo conscientes de estas circunstancias, se trata de encontrar fórmulas que hagan más “digeribles” los trabajos de prospectiva, aún no suficientemente valorados por los destinatarios, quizás por el hecho de que todavía no les resultan usuales, así como por un cierto desconocimiento de su potencialidad. En definitiva, se impone la búsqueda de nuevas recetas de gestión, para lidiar con unas realidades también nuevas que, por sus características, obligan a adoptar cambios estructurales y funcionales, así como metodologías que nos permitan prepararnos para lo imprevisto, minimizar los impactos negativos y ser protagonistas activos de nuestro futuro.

 

------------------------------------------

 

He comenzado estas reflexiones con la referencia a un científico norteamericano que nos exhortaba a inventar el mañana. En el atrio del Convento franciscano de San Esteban, en Salamanca, se conserva para la posteridad una frase que data del descubrimiento de América, un tiempo en el que España ocupaba un lugar preeminente en el mundo, y que dice así: “El mundo se ha hecho otro y por tanto tenemos que inventar cosas nuevas”.

No me cabe ninguna duda de que es ése el impulso que hoy debemos recuperar, el de la innovación y la exploración de herramientas novedosas, si queremos que se cumplan nuestras previsiones más halagüeñas. Y me resisto a terminar este artículo sin mencionar a los más de 3.000 hombres y mujeres que trabajan en el Centro Nacional de Inteligencia y que, convencidos de esa necesidad, se esfuerzan día a día e investigan nuevos caminos para contribuir a que los españoles se sientan más seguros y puedan disfrutar de un futuro de progreso y bienestar. Su voluntad de mejorar, de ser más eficaces y, en definitiva, su vocación de servicio, les llevan a poner todos los medios a su alcance para cumplir con éxito la misión que tienen asignada, sabedores de su dificultad, pero también de su trascendencia.

La pretensión de cuantos servimos a España desde el Centro Nacional de Inteligencia es hacer de él una herramienta con proyección de futuro, sólida, adaptada a la evolución de los acontecimientos y diseñada para responder anticipadamente a los desafíos actuales y previsibles. En suma, un Centro que sea reflejo de la potencialidad de nuestro país en el ámbito externo y que, desde el punto de vista de las capacidades y de los recursos, se sitúe en unos niveles similares a los de los principales Servicios de nuestro entorno. [1. Esta es la definición académica más extendida de la prospectiva, según la estableció en los años cincuenta del pasado siglo el francés Gaston Berger, uno de los fundadores de dicha disciplina].

 

(*) Félix Sanz Roldán es teniente general y secretario de Estado Director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI)