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Reformas y responsabilidad

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Por Arturo Fernández

Martes 21 de octubre de 2014

En primer lugar, quiero agradecer por partida doble la oportunidad que se me brinda a través de estas líneas de participar en esta iniciativa “España 2020”. Doble agradecimiento porque me permite compartir páginas con quienes tienen muchísimo que decir sobre el futuro de nuestro país, y porque los españoles, en este momento tan crucial de nuestra Historia, necesitamos de manera imperiosa levantar un poco más la vista de nuestro calendario inmediato y hacerlo, a ser posible, con sentido de Estado.

Desde hace ya algunos años, y desde todas las tribunas públicas en las que he tenido ocasión de estar presente, he reclamado de todos los sectores de nuestra sociedad un ejercicio de responsabilidad para adoptar reformas y medidas que, sin duda, van a condicionar el futuro de España para las próximas décadas. Lo que he resumido en dos conceptos: la hora de la responsabilidad, y la necesidad que tiene España de un ambicioso “Plan Renove”. No podemos utilizar los esquemas y fórmulas del siglo XIX para resolver los problemas del siglo XXI de un mundo absolutamente distinto del que hemos conocido hasta hace pocos años.

Responsabilidad y profundas reformas que van más allá de las imprescindibles en materia económica y que afectan a buena parte de nuestras estructuras sociales. ¿Con qué objetivo? A mi modo de ver, con el de proceder a una auténtica transformación de España para convertirla, definitivamente, en un país que esté a la altura, tanto en mentalidad como en competencia y funcionamiento, de aquellos países a los que siempre nos hemos querido parecer. Es decir, estar a cabeza del pelotón, tirando de él, y no limitarnos a ser gregarios que se quedan descolgados cuando empiezan las primeras rampas de la ascensión a las cumbres difíciles.

Son imprescindibles reformas en nuestros sistemas administrativos, judicial, energético o educativo, entre otros, a fin de ser más competitivos. Con la ejemplaridad de la Corona en el ejercicio de sus funciones al frente, nuestro entramado institucional es sólido, la Constitución nos garantiza un marco extraordinario de estabilidad, que nos permite un margen de mejora de lo que hemos comprobado que no funciona, y de consolidación de todo aquello que nos ha proporcionado el mayor período de progreso generalizado de la sociedad española de toda nuestra Historia. Así, pues, reformar para transformar y no para destruir.

Y en todo este imprescindible proceso de transformación, los empresarios -grandes, pequeños y medianos- tenemos mucho que decir, y mucho que decirnos a nosotros mismos. Para empezar por lo segundo para poder defender coherentemente lo primero, los empresarios tenemos que actuar en dos ámbitos de extraordinaria importancia.

Uno de ellos es el de la adecuación de las organizaciones empresariales al momento de cambio que vivimos. De nada sirve señalar que los sindicatos españoles deben adecuarse a la realidad del siglo XXI -que lo deben hacer- si las organizaciones empresariales no hacemos lo mismo en nuestras propias casas. Me satisface decir que el empresariado madrileño ya lo viene y lo va a seguir haciendo a través de una progresiva simbiosis entre CEIM -la confederación empresarial de mayor peso específico dentro de CEOE- y la Cámara de Comercio e Industria de Madrid. Y también que esa modernización es uno de los ejes de actuación del presidente nacional de CEOE, Juan Rosell.

El segundo ámbito de actuación que debemos potenciar todo lo posible es el de la dignificación de la figura y del papel social del empresario. En términos generales, la sociedad española no se ha sacudido todavía complejos que venimos arrastrando desde hace décadas y que, a día de hoy, ya se han demostrado suficientemente superados.

En España todavía nos queda mucho camino por recorrer en este capítulo, especialmente en el terreno educativo desde los primeros niveles. Debemos hacer un mayor esfuerzo para introducir en nuestros jóvenes un espíritu de iniciativa que se ha debilitado en los últimos años; debemos inculcarles sólidamente los principios que caracterizan al emprendedor: responsabilidad, dedicación, tesón, riesgo, audacia, gusto por el trabajo bien hecho, imaginación. Debemos conseguir que nuestros jóvenes vean que ser empresario es asumir una responsabilidad en primera persona sobre su propio futuro, capaz además de generar riqueza y desarrollo para los demás. Y, sobre todo y muy importante, perder el miedo al fracaso.

Es un tópico, pero es verdad: los países occidentales desarrollados consideran un auténtico ejemplo social al empresario que vuelve a intentar salir adelante después de haber fracasado en algún proyecto. Necesitamos imperiosamente ese impulso social y un aprecio por el empresario, que en otros lugares forma parte de la idiosincrasia de sus sociedades. Y no parece que les haya ido mal.

Los españoles han podido comprobar a lo largo de las últimas décadas que los empresarios hemos apostado -y lo seguiremos haciendo- por la vía del diálogo, planteando soluciones realistas que desde hace bastante tiempo vienen aplicando nuestros socios europeos más avanzados y que les han dado resultados mucho mejores que los que tenemos nosotros con fórmulas anacrónicas.

No es el momento de señalar “líneas rojas” infranqueables, cuando lo que necesita la sociedad española son alternativas serias que sirvan para abandonar los furgones de cola en los que nos encontramos. Cuando los empresarios españoles proponemos, por ejemplo, que las fórmulas de contratación en nuestro país deben simplificarse para favorecer el empleo estable, o que las normas que rigen nuestro rígido marco laboral -que provienen de la dictadura-, deben ser modificadas en profundidad porque ya no son útiles en un mundo absolutamente distinto al que hemos conocido hasta hace pocos años, lo hacemos con la voluntad de ofrecer soluciones que benefician al conjunto de la sociedad, trabajadores y empresarios.

Porque tan absurdo es plantear a estas alturas que los empresarios no queremos que los trabajadores dispongan de los derechos sociales que una sociedad avanzada como la nuestra ha hecho suyos, como pensar que los sindicatos no quieren que existan empresas, cuando los empresarios somos los que creamos los puestos de trabajo.

En definitiva, responsabilidad y renovación deben ser los motores que deben impulsar los movimientos de la sociedad española en los actuales momentos, para podernos asegurar estabilidad, progreso y desarrollo económico y social general. Una sociedad con niveles de empleo que nos hagan olvidar la pesadilla del paro para millones de familias españolas, con empresas competitivas y flexibles que hagan de la innovación y el talento su apuesta principal, con administraciones que generen aprecio ciudadano y no gasto injustificado y descoordinación intolerable, y con organizaciones sociales representativas que sean reconocidas como correa de transmisión entre problemas y soluciones y no como lastres anclados en tiempos pasados.

Los españoles hemos demostrado capacidad para salir adelante en momentos extraordinariamente complejos. Lo hemos hecho siempre que hemos puesto por delante la voluntad de consenso. Debemos hacerlo de nuevo porque la dificultad del momento así lo requiere, adecuando los planteamientos de cada uno a la realidad de la situación. Los empresarios vamos a seguir arrimando el hombro, porque a todos nos va en ello el futuro de España.


(*) Arturo Fernández es presidente de la Confederación Empresarial de Madrid-CEOE (CEIM) y de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, así como vicepresidente Primero de CEOE.