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Nada será igual, pero sabremos adaptarnos

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Por Manuel Pimintel

Martes 21 de octubre de 2014

¿Cómo estará España en 2020? Se trata de una imposible pregunta que sólo puede ser respondida con una contrapregunta: ¿Si no intuimos lo que va a pasar en el próximo mes, cómo demonios pretenden que sepamos lo que puede ocurrir en el próximo año, o, más difícil aún, en la próxima década? Por tanto, una vez reconocida nuestra incapacidad como augures, podemos realizar acercamientos tentativos a la cuestión. Y para ello, tendremos que hacer un gran esfuerzo imaginativo, pues el futuro no se parecerá al pasado. Sólo sabemos eso, que nada volverá a ser cómo fue.

Estamos cerrando un ciclo histórico tanto en España como en Europa. Una vez agotado el fabuloso impulso que nos otorgó la transición y nuestra entrada en Europa, nuestro sistema aparece bloqueado, rígido y pesado, incapaz de adaptarse a una realidad cambiante. Dado que nuestros principales actores políticos no parecen estar a la altura de los tiempos, no es descartable que tengamos que llegar a una situación de cuasi colapso para que las reformas alivien la tensión creada. Por tanto, podemos considerar como muy probable que para 2020 tengamos una nueva Constitución.

Muchos auguran una ruptura de España. No es fácil que eso ocurra, pues por mucha fuerza que tengan los partidos nacionalistas, dado que nuestro marco es constitucional, siempre serán más los españoles que deseen un proyecto común que aquellos que opten por la segregación. De hecho, la nueva Constitución será menos autonomista que la actual, más temerosa de los controles descentralizados, y mucho más imbricada en un poder europeo. También simplificaremos nuestro complejo y abigarrado edificio institucional, hasta hacerlo más simple, económico y eficaz. No será tarea fácil, y tendremos que asistir casi al derrumbe del actual para que los partidos políticos comprendan que es insostenible. Pero aunque sea en tiempo de descuento, lograremos hacerlo, con sangre, sudor y lágrimas, desde luego.

El fin de ciclo también afecta a Europa. De aquella Europa utópica, solidaria, que aspiraba a armonizar las rentas de los países miembros a través de los fondos estructurales, hemos pasado a esta Europa de los egoísmos nacionales, en la que se piensa que cada palo debe aguantar su vela. La actual crisis de deuda está tensionando hasta límites insospechados la propia supervivencia del euro, hasta el punto que no es descabellado hoy en día pensar que pueda saltar por los aires. Pero puestos a apostar, creemos que el euro se mantendrá siempre que creemos más Europa. Y eso significará rigor, exigencia, austeridad, competitividad. La necesidad hace virtud y lograremos salvarlo. Pero eso no será suficiente para combatir la feroz competencia de terceros países, lo que nos obligará a trabajar más y aquilatar nuestro Estado de Bienestar que, pese a todo, seguirá siendo uno de los más avanzados del planeta. El euro se habrá devaluado sensiblemente frente a otras monedas, lo que nos hará sentirnos bastante menos ricos de lo que hoy nos consideramos frente a otras zonas del mundo, lo que supone un baño de humildad que nos hará mucho bien.

Las materias primas, sobre todos las agrarias, tendrán mucho más valor que en la actualidad, lo que redimensionará los sectores productivos. La economía española será mucho más competitiva de lo que es hoy. Los españoles sabremos adaptarnos a los cambios de la globalización, y estaremos dispuestos a jugar la partida de la competencia. Pero para ello todavía tendremos que sufrir, hasta que la realidad nos imponga el necesario cambio de mentalidad. Las normas laborales de 2020 habrán evolucionado al unísono de las europeas, y no se parecerán en demasía a las avejentadas que hoy rigen nuestra economía. Nuestro esfuerzo colectivo será el que nos redima de nuestros pecados colectivos. O lo conseguimos, o podemos entrar en una peligrosa espiral cuyo desenlace no quiero ni tratar en estas líneas.

Seremos una sociedad envejecida. En 2020 se jubilarán los nacidos en el 54-55, donde ya comenzó a mostrarse el repunte de natalidad que alcanzaría su cénit en el baby-boom de los sesenta. Ni siquiera un alto flujo inmigratorio podrá corregir esa tendencia, que nos obligará a repensar nuestro sistema de pensiones. Aunque a muchos les cueste entenderlo, en 2020 el porcentaje de población inmigrante será más elevado que el actual, y, además, convivirá con la paradójica realidad de que muchos españoles se encontrarán trabajando fuera de nuestras fronteras. España pasó de ser un país de emigrantes a convertirse en uno de inmigrantes, para dar paso en el futuro a un país de inmigrantes/emigrantes.

Otra singularidad será la existencia de grandes empresarios de origen inmigrante y que hoy luchan tenazmente con sus pequeños negocios. Los inmigrantes están acostumbrados a luchar duro y tienen sed de éxito y fortuna, ingredientes todos ellos necesarios para la consolidación de las nuevas fortunas. Porcentualmente, las vocaciones empresariales son mayores entre la población inmigrante que en la nativa, dada la selección natural que ya supone la valentía de abandonar tu país y tu familia para buscarte el sustento en lo desconocido.

Mitad deseo, mitad posibilidad, 2020 será muy distinto de lo que hoy conocemos, pero estos cambios al final nos vendrán bien, nos rejuvenecerán, nos harán perder tripa y grasa, y, abiertos al mundo, habremos demostrado que no somos tan malos como hoy nos pintan. No es cierto aquello de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.


(*) Manuel Pimentel Siles ha sido ministro de Trabajo y Asuntos Sociales y dirige el Grupo Almuzara, que incluye a las editoriales Almuzara y Berenice y al Taller de Libros.


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