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La crisis del Estado de Bienestar

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Por Cristobal Montoro

Martes 21 de octubre de 2014

Mi agradecimiento por la invitación que me permite participar en este interesante curso. El título de la ponencia es la “Reinvención del Estado de Bienestar” pero considero que es más adecuado hablar de la crisis del Estado de Bienestar.

La OCDE, ya a principios de los años ochenta, hizo un informe titulado “La crisis del Estado del Bienestar”, es decir, llevamos tres décadas dándole vueltas a esto del Estado del Bienestar. En realidad, hablamos de la intervención del Estado en nuestras economías por un doble motivo:

Por un lado, el Estado interviene para garantizar rentas (se dirige a grupos sociales muy amplios que por la razón que fuere no pueden mantener su nivel adquisitivo).

La siguiente razón de la intervención es el Estado oferente de bienes y servicios, aunque esos bienes y servicios no puedan ser provistos exclusivamente por el Estado por las razones de ineficacia e ineficiencia que tienen ciertos gobiernos (los bienes adscritos al Estado de Bienestar serían el sistema educativo, el sanitario y la vivienda).

El Estado de Bienestar tiene, en definitiva, estas dos grandes ramas como su causa originaria. Eso implica una financiación para garantizar el bienestar, que se regula a través de impuestos. El desafío de ese Estado de Bienestar es que hay una pugna por la que la formación política se consagra como defensora nata del Estado de Bienestar. La historia del Estado de Bienestar está adscrita a un fenómeno europeo, por delante de Estados Unidos o Japón. En Europa, los impulsores del Estado de Bienestar son gobiernos de centro-derecha, tras la Segunda Guerra Mundial con la cristiano-democracia.

¿Cuál es el desafío del Estado del Bienestar en nuestras sociedades? Que cumpla con las dos finalidades antes mencionadas. El desafío es que, en su aplicación y financiación, el Estado de Bienestar sea un elemento que contribuya a la recuperación del Estado económico, tanto desde la perspectiva de gasto como desde la de ingresos públicos.

En la vertiente de los gastos, el desafío está en el momento en el que el Estado de Bienestar no deja desarrollar otra iniciativa privada complementaria, no suplementaria, y cuyo avance sería muy positivo para nuestra economía. Un ejemplo de esto es el sistema complementario de pensiones.

Un sistema de sanidad exagerado puede provocar absentismo laboral muy elevado. Es exactamente esto lo que pasa en España, que lastra así nuestra capacidad de competir por los ratios de absentismo. En el sistema educativo sucede lo mismo porque hay un 30 % de fracaso escolar porque no promueve una igualdad de oportunidad entre los jóvenes.

La financiación siempre va a consistir en impuestos, que a veces perjudican la capacidad de nuestras sociedades en relación con el Estado de Bienestar. Solemos decir en España que estamos cotizando para generar el derecho a nuestra pensión y olvidamos que el empleador cotiza en una proporción mucho más elevada, porque el trabajador sólo paga una cuarta parte de la cotización que asume el empleador. En realidad, lo que hacemos es una transferencia de rentas intergeneracional. Aplicamos un impuesto muy gravoso sobre el empleo que se aplica a la tercera edad.

Nuestras pensiones están garantizadas sobre el Estado, no sobre nosotros. Debemos pensar cuáles son los mejores tributos para garantizar esas pensiones. Tenemos que hacer una consideración del Estado de Bienestar sin considerarlo como el nivel de renta de nuestro país, y hacer también una revisión del sistema público para evaluar la introducción de elementos privados que mejoren la eficacia sin utilizar el término trágico de “privatización”.

Si fallan los cotizantes, falla forzosamente el Pacto de Toledo, en el que yo participé. Lo importante es que entre más gente a trabajar y, sobre todo, más jóvenes, porque con un paro juvenil del 44 % hablar del Estado de Bienestar no es serio.

Una manera simple de plantear el problema es que se está abandonando la cultura de la estabilidad económica. Después de los avances en el campo europeo, el euro se lanza a principios de los 90 con la idea de fijar los tipos de cambio, lo que significa que nos estamos comprometiendo con la estabilidad económica de nuestros países. Apostábamos por la estabilidad y concibiendo una Europa conjunta por la moneda.

A partir de ahí, algunos de los países miembros del euro entraron falseando sus cuentas públicas. Es como si hubiésemos concebido un club y alguien se apuntase sin cumplir las reglas: así se revertirían las reglas del club. Cuando las normas empiezan a romperse, lo que se promueve es el cambio y la relajación del pacto de estabilidad y crecimiento. Esta forma de concebir el club es muy mala y yo no la puedo concebir de ninguna manera.

Lo que está pasando estos días es la ruptura del club de estabilidad. La sociedad no entiende reducciones de los niveles de renta si no tienes el recurso de los tipos de cambio. Lo que estamos aprendiendo es lo que fundamos en los noventa: España tuvo un crecimiento económico inmenso, el más grande de la historia. Por lo tanto, España quiere y debe estar en ese club y no merecemos que lo que nos está pasando se nos alinee en contra. Por lo tanto, no nos pasa absolutamente nada; lo que sucede es que España es muy susceptible a esta crisis derivado de que no estamos haciendo los trabajos en casa.

Europa no se resuelve reuniéndose los consejos de ministros. Europa se resuelve en casa, no en irse a Bruselas a que nos den las soluciones. Se trata de encontrar reformas económicas reales, con financiación independiente de la exterior porque, si no, vamos a entender que Europa es un medio de renuncias sociales, y esto no es así.

Europa no es una reunión de jefes de gobierno ajena a los ciudadanos. Debemos hacer los Presupuestos del Estado que nos corresponde hacer aquí. El tiempo está corriendo y cuanto más tardemos en hacer esta tarea, peor llegaremos. Esto justifica que haya un cambio político para que se pongan en marcha esas reformas a medio y largo plazo.

El euro debe volver a ser un club de estabilidad económica. Hay gente que entra en el club y no se cree las condiciones del club. El euro es un club de democracias voluntario, que si se asume, debe cumplirse. No hay que estar todos en el euro, así que quien no esté cómodo, hay muchas formas de estar en la ‘para-Europa’.

El caso de Irlanda es distinto, porque es un país pequeño que ha desarrollado un macro sector bancario sobre las espaldas del Estado generando un inmenso déficit público. España, Grecia y Portugal somos casos de inestabilidad en la financiación interna. La propia sociedad no entiende por qué tiene que perder renta si los gobiernos no están haciendo los ajustes. Como sigamos así, sí que vamos a tener que redefinir el club, pero por razones políticas.

La llegada de inmigrantes es muy positiva porque, por lo pronto, elevan la renta del país aunque sean pensiones para el futuro. Los inmigrantes han llegado cuando descubrieron lo que descubrimos los españoles: que había trabajo en España porque estaba bien financiada. Pero, ¿qué estamos haciendo? Yo lucho contra la idea de que se diga que todo esto haya sido la construcción y el ladrillo. Se crearon 8 millones de puestos de trabajo y, del conjunto, la construcción no llega al 20 % de esta creación neta de empleo.

Eso también es gracias a inmigrantes que, si decidiesen volver a sus países, ya sería el colmo. El trabajo se crea, no debemos concebir que se destruya.


(*) Cristóbal Montoro es responsable económico del PP y ha sido ministro de Hacienda.


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