Diego Armario

Mario conde

Martes 21 de octubre de 2014
Uno que ya ha cumplido un montón de años aunque, para envidia de algunos se me nota menos que a ellos, ha conocido y tratado a lo mejor y a lo peor de cada casa, y recuerdo como si fuera ayer la noche que Mario Conde se dignó a cenar con un grupo de periodistas que cada jueves de año comemos con algún personaje.

Aquella noche, cuando aun era alguien que no había pasado por los juzgados ni por la cárcel, comenzó siendo distante y desagradable con nosotros, pero a medida que todos nos hacíamos más amigos del dios Baco, se fue convirtiendo en un encantador de serpientes (nunca mejor dicho).

A mí personalmente me impresionó poco porque, cuando alguien va de perdonavidas, siento un cierto malestar en los bajos. Pasados los años he vuelto a comer con él en un almuerzo con otros periodistas y a veces le veo cuando participa en una tertulia de televisión y, pongo a Dios por testigo, de que no ha cambiado nada: sigue siendo igual de prepotente, se cree más listo que nadie, apunta y no olvida y sigue teniendo además de dinero, su ambición intacta.

Se dice y creo que es cierto, que Felipe González y José María Aznar, fueron capaces de ponerse de acuerdo en cómo quitarse de en medio al gallego porque intuían que era un peligro para los dos.

Ahora el ex banquero, ex presidiario y ex amigo de mucha gente, se presenta como la alternativa política que necesitamos los españoles, y va a empezar por su tierra gallega con la esperanza de restarle algún escaño a Núñez Feijóo. Mientras tanto estará a la espera a dar el salto a la política nacional y cuando llegue ese momento nos enteraremos de lo que vale un peine porque, independientemente del favor que consiga de quienes le voten, podremos escuchar sus mítines y tendremos la oportunidad de comprobar cómo puede darnos lecciones de ética y de austeridad alguien como él.

El Psoe no debe tener ninguna preocupación porque los posibles votantes de Conde estarán en la derecha que, en España, es colectivo ideológico y social que cuando se cabrea con los suyos, ayuda con entusiasmo a restarle votos a su propia opción política, con lo que vuelve a darle el gobierno a los socialistas.

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