Martes 21 de octubre de 2014
El Secretario general de los socialistas españoles, que es lo menos malo que podrían tener dirigiendo el partido a la vista de los personajes que se le oponen, no levanta cabeza porque no acortar las distancias con Rajoy en estos momentos en los que la desafección hacia el Presidente y su política es enorme, es un síntoma de su debilidad.
Dentro de su partido le están moviendo la silla, tal vez en nombre de alguien que permanece en silencio, y no le dejan que haga la oposición responsable que él pretende realizar en un momento en el que el margen de maniobra de los gobernantes europeos es tan limitado. El sabe que si hubiese ganado las elecciones y hoy estuviese presidiendo el gobierno de España, muy probablemente estaría tomando decisiones muy parecidas a las que toma Rajoy en materia de recortes y control del déficit público. Su discurso político hablaría de solidaridad, de ayuda a los más desfavorecidos y de presión a los que más ganan, pero sus decisiones prácticas irían por el recorte que tanto desgasta a los gobiernos y tanto cabrea los ciudadanos.
La prueba más fehaciente está en François Hollande, el Presidente socialista de la República de Francia que acaba de anunciar que en dos años quiere ahorrar 30.000 millones de euros, y eso significará más impuestos, menos prestaciones sociales y menos ayudas a la educación, la seguridad y la justicia.
Viendo este panorama en el que no hay un país de la Unión Europea que no esté en la Unidad de Vigilancia Intensiva, no sabe uno ya a qué atenerse porque da lo mismo que el gobernante sea de izquierdas o de derechas porque todos están sometidos a un corsé que les impide hacer políticas propias. La desorientación de la clase política es enorme y cada día alguien viene con una ocurrencia. La sensación que nos producen esas improvisaciones es que estamos en manos de aficionados, de incompetentes o de desorientados. Aquí nadie sabe cómo resolver el problema y yo estoy convencido de que esta crisis económica está provocando también una crisis de valores y de desconfianza en el sistema, lo cual es muy peligroso porque sin partidos políticos no hay democracia, pero con otros partidos políticos funcionaríamos mejor. La reforma del sistema de participación y el cambio del sistema organizativo de unos partidos que están anquilosados y que solo se preocupan de la supervivencia de sus dirigentes, es urgente. Mientras tanto seguiremos huérfanos.