No aciertan a preguntar y se contentan con lo que desdee el pdoer institucional o político les dicen. Les pasa a los que se presentan con papel y bolígrafo o cámaras y micrófonos; y a los que desde la sede central de los medios no denuncian la pasividad y la falta de necesaria y urgente información sobre lo que está sucediendo.
Pasó con las ruedas de prensa en la sede del PP a través de un plasma y sin preguntas. Aceptadas como un hecho natural y ha pasado este sábado y domingo ante la puerta del hospital dónde han operado al Rey Juan Carlos. Su hijo y Rey con plenos poderes constitucionales ha hecho gala de un gran aplomo, de un notable dominio de la escena, de una probada capacidad para moverse dentro del inestable equilibrio familiar que quedó al descubierto en la catedral de Palma de Mallorca, y que tiene la sonrisa adecuada para cautivar a los que llegan para preguntarle por lo más obvio y menos importante a nivel pòlítico y nacional.
Está bien que infortme sobre el resultado de la operación de Don Juan Carlos y de las buenas perspectivas de recuperación que se presentan. Es de agradecer. Lo que no es de recibo es que ningún periodista le pregunte, de forma educada y ante las sucesivas presencias de la reina Letizia, de la reina Sofia, de la Princesa de Asturias y de la infanta Sofía, su hermana, por lo que sucedió en la Misa de Pascua, si al encontronanzo entre madre y esposa ha sucedido una conversación de paz; si las dos hijas, sbre todo la mayor, ha pedido perdón a su abuela por el desaire al que la sometió a la vista de todos; si lo que ha ocurrido ha afectado a la Jefatura del Estado; si han hablado de ello en palacio; si el ahora convaleciente soberana está enfadado o muy enfadado; si alguien pensó en Zarzuela en repetir el lo siento del propio Juan Carlos tras salir del hospital en su accidentado regreso de Botswana. Y así hasta que los españoles sepamos que por encima de los desencuentros y las peleas ocasionales en casa del Rey Felipe se impone la cordura y el sentido del deber.
Las imágenes y las sonrisas, sin explicaciones y sin preguntas, pertenecen a un modo de comunicarse con los ciudadanos de otra época. Ni nosotros nos merecemos el silencio y la representación, ni Felipe VI el que entre unos y otras pongan en riesgo su reinado. Se lo deben sobre todo los que llevan su apellido y conviven con él.