En apenas quince días hemos pasado de ver a los dirigentes del PP acorralados por los masters universitarios, y a los profesores de la Universidad ( con su rector al frente ) sin saber que decir en el juzgado correspondiente, a ver cómo desde la fiscalía del Supremo se bombardeaba a la jueza de instrucción, y cómo todo lo publicado, afirmado y criticado se enviaba al baúl de los recuerdos.
En ese mismo periodo, todas las baterías informativas y de opinión han dado un giro de 180 grados con el Gobierno y sus ministros en el punto de mira. Con toda razón ya que tras cada información publicada aparecía una negación, justificación, asunción por parte del o de la protagonista, hasta conseguir que tras 120 días el Consejo de Ministros sea muchas cosas pero no un Gabinete de gobierno.
Si examinamos hoy la dimisión del periodista y escritor Maxim Huerta como ministro de Cultura, nos parecerá un mal chiste: pleiteó con Hacienda, perdió y pagó. Lo de la ministra de Sanidad, Carmen Montón, tiene otra dimisión, que es la que enlaza de forma directa con las irregularidades detectadas en los masters de la URJC respecto a Cristina Cifuentes y Pablo Casado. Ella también estuvo allí y, además, plagió el trabajo fin de master. Negó, aceptó y dimitió. Noventa días de gobierno la contemplaban.
Segundo gran susto para el presidente Sánchez, sumados a los de su propio doctorado en la Universidad Camilo José Cela, sobre la que han caído después las revelaciones de su estructura societaria y contributiva en paraísos fiscales y con despachos jurídicos especializados en sociedades opacas y con entramados que se extienden por varios países.
Si al presidente le han acusado de utilizar “negros” para la redacción de su trabajo doctoral, y de que en éste había párrafos enteros extraídos “sin entrecomillar” de otros anteriores - con prolongación en su propio libro - hasta “conseguir” hasta 25 titulares en otras tantas piezas informativas en un diario digital especialmente crítico con sus actuaciones como político; a otros dos de sus ministros parece que les ha llegado su hora, como si de un “spaghetti western” de los que se rodaron en Almería se tratara.
Mientras desde varios Ministerios se ensayaba el nostálgico y sesentero baile de la yenka: izquierda, derecha, adelante, atrás...un dos, tres, con avances y retrocesos espectaculares en sus propuestas programáticas, ya fueran dirigidas a los bancos, a los parados, a los dueños de pisos, a los taxistas, a los pensionistas, hasta volver locos a sus propios votantes; desde los medios de comunicación comenzaban las informaciones personales y comprometidas sobre la ministra de Justicia y, sin solución de continuidad, sobre el ministro de Ciencia y Universidades. A la primera, fiscal de profesión, se le colocaba delante de citas y grabaciones con el más que famoso comisario Villarejo, una relación que pasó de la negación a la acusación de chantaje en apenas 72 horas. Al segundo, que parecía hacer honor a su condición de astronauta y estar en la luna de la política, le pusieron delante su sociedad patrimonial como dueña de una o dos casas y una forma de pagar menos impuestos, algo que hace tres años había condenado de forma expresa el hoy presidente Sánchez cuando estaba muy lejos de pensar en sentarse en el despacho de La Moncloa.
El fuerte a olor a dimisiones se ha extendido fuera y dentro del socialismo y de sus aliados, hasta llegar al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que le pide de forma directa en público y en privado que cese u obligue a dimitir a sus dos colaboradores. Que lo lleve pidiendo desde el minuto uno la oposición que forman el Partido Popular y Ciudadanos entra dentro de la mayor de las lógicas. Tanto Pablo Casado como Albert Rivera - que parecen olvidar sus propios miserias universitarias - han sacado las escopetas de dos cañones y, bien acompañados en la cacería, disparan sin cesar sobre las piezas que creen mal heridas. Ante esa situación no hay Isabel Celaá que lo afronte, ni Miguel Oliver que lo gestione, por más que se esmeren e intenten colocar paraguas y cubos para capear las lluvias torrenciales.
Quedan muchos meses para las elecciones, ya sean las generales, las autonómicas y municipales o las andaluzas, pero si hay algo seguro es que el “safari” político va a continuar hasta cobrarse las “piezas” que han recibido los impactos, y siempre en busca de otras nuevas. Los “ojeadores” no descansan y en ese gran tablón de anuncios que son los medios de comunicación siempre habrá un hueco para colocar un “se busca” con la cara de un dirigente político.
Tal vez por todo ello y cuando el CIS pregunta a los españoles por su opinión sobre el trabajo que hacen los diputados en el Congreso, una amplísima mayoría asegura que no entiende lo que hacen y que está muy alejado de lo que les interesa, que son sus problemas cotidianos. Conclusión: la España de los ciudadanos camina por un lado y la España de los políticos por otro.