De paseo con los suyos en la Comisión Parlamentaria sobre la financiación del PP. No podía ser de otra manera tras ser recibido por la plana mayor de su formación: Pablo Casado, García Egea, Dolors Monserrat, Maroto...hasta se permitió una carantoña con el nuevo presidente. Y un detalle de amigo: se acordó del preso Eduardo Zaplana.
No quería problemas con el PNV de Legarda, ni con los nacionalistas catalanes de derechas, y pasó como de puntillas entre presuntas y respuestas. Guardaba sus armas para la izquierda y dejó que Toni Cantó, desde Ciudadanos, le mandara un par de bofetadas. Nada que no pudiera asumir, que para eso lleva años entabletando su cuerpo. Y quien tuvo, retiene. Hasta se permitió el lujo de hacer guantes con el representante de Bildu, Oskar Matute, tal como si fuera un entrenamiento.
Con la negación por delante toreó con delicadez a Rafael Simancas, que pudo ser presidente de la Comunidad de Madrid y siempre ha sido un político educado y solvente, pero al que le falta el instinto asesino y la falta de piedad que les sobra a Gabriel Rufian y Pablo Casado. Ante ellos salió a combatir José María Aznar como en sus mejores tiempos del “váyase señor González”. Perdió los nervios en varias ocasiones, y hasta alguna frase se embarulló en demasía. No le importó. Llegaba al Congreso con su hoja de contestaciones muy aprendida. Si se niega la mayor, las otras menores no importan.
Negó la mayor y todas las demás: ni hubo corrupción en el PP, ni el la vió nunca, ni nunca cobró en negro, ni conocía a ninguno de los responsables de la Gürtel. Era y es un defensor de la España del 78, la de la Constitución de esta democracia nuestra, la que según él quieren destruir tanto Rufián como Iglesias, al que acusó directamente de ser “un peligro para España”. Y se quedó tan fresco.
Cinco horas sobre el cuadrilátero político en las que demostró que, para bien, mal o regular, el Partido Popular tiene en él a un matador, a un torero de los que se fajan con el toro, un combatiente de primera línea. Marcó con su estilo el inmediato futuro de su formación. Pasó del “traidor” que era hace unos meses para todos los que alababan los tiempos y la forma de ser y gobernar de Mariano Rajoy, al general que vuelve para conducir a los que siempre ha considerado sus tropas a las siguientes batallas.
Contestó a lo que quiso y atacó siempre con sus propias acusaciones. Todo lo que había que decir sobre las finanzas opacas y la financiación ilegal del PP ya estaba dicho, en el Congreso y mucho de ello en los tribunales. No se iba a destapar nada,ni a descubrir nada. Era una pelea de perros y gatos bajo la sombra de la propuesta del PNV de acabar con la inviolabilidad del Rey.
El último acto de la tragicomedia tenía como interpretes a los dos que, desde el principio de la obra, eran los actores principales: José María Aznar y Pablo Iglesias. Se tenían ganas y si el líder de Podemos se había preparado para mostrarse comedido y frío, pero no distante, con lo que consiguió poner nervioso al ex presidente; el hombre que llevaba catorce años lejos del Congreso y de la primera línea de la política quería hacer sangre. Lo intentó con los dineros, con Iran y Venezuela. Se olvidó de Gadafi y de Hugo Chavez y de los hermanos Castro. Eran otra historia y ayer en el Congreso la representación se basaba en otros textos y tenía otra música.