España apenas sobrepasaba el 7 por ciento de representación en la Eurocámara en 2014 y va a rozar el ocho y medio a partir del 25 de mayo “gracias” a la salida de Gran Bretaña de las instituciones europeas con su cada vez más denostado Brexit. Cincuenta y nueva de nuestros políticos tendrán que defendernos por encima de los colores de cada uno de ellos y de las adscripciones que tengan. Estamos en la cabeza tan sólo por detrás de Alemania, Francia e Italia y nuestros votos son importantes si sabemos jugarlos como país.
La última lista ha cambiado mucho y lo va a seguir haciendo. En el Partido Popular se da por seguro que será María Dolores Cospedal la que suceda a Miguel Arias Cañete y que no será la única que cambie su escaño en el Congreso por un sillón en Estrasburgo. En el PSOE tienen la difícil tarea de mantener a Elena Valenciano - a la que Pedro Sánchez no ha perdonado sus apoyos sucesivos a Eduardo Madina y Susana Díaz - como cabeza de lista o aprovechar las elecciones para premiar a algunos de los nuevos amigos del presidente. En Podemos e Izquierda Unida ocurre lo mismo con Miguel Urban y Marina Albiol si deciden ir juntas las dos formaciones; mientras que en Ciudadanos Javier Nart tiene todas las papeletas para mantenerse, sobre todo si la formación naranja recibe el “premio añadido” de la desaparición de los cuatro escaños que consiguió la UPyD de Rosa Díez. En cuanto a los nacionalistas, será el PNV el que tenga que plantearse con cual de las siglas catalanas quiere presentarse de forma conjunta.
El Parlamento europeo es un gran premio para aquellos políticos que están de retirada. Su mandato dura cinco años y está muy bien pagado, mucho mejor que nuestros Congreso y Senado. Es una especie de jubilación anticipada cuando debería ser un baluarte en la defensa de los intereses patrios, y un espacio político para avanzar en la integración del Continente junto a la Comisión. Un lugar en el que se discutan y aprueben leyes europeas que afecten a los salarios, a las pensiones, a la educación, a la defensa y a la emigración, pero la realidad es tozuda y las diferencias entre países son tan grandes que es difícil predecir lo que pasará en el próximo quinquenio.
El actual presidente, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, cumple su mandato aunque puede presentarse a otro más. Lo haga o no lo haga Alemania y Francia van a jugar sus bazas para conseguir el puesto y en la batalla España puede conseguir algún premio si lo hace bien. Ahora tenemos un vicepresidente, Ramón Luís Valcarcel, pero si el ministro de Exteriores, Josep Borrell - un hombre que conoce bien los mecanismos de control en los órganos europeos - consigue unir esfuerzos y votos deberíamos ganar peso e importancia. Eso exige más diálogo y menos choques y venganzas personales por parte de los líderes de los grandes partidos.
Si lo que ocurra en la Eurocámara es muy importante, más aún lo es el cambio en la presidencia del Banco Central Europeo, de la que saldrá el italiano Mario Draghi y a la que quiere llegar el alemán Jens Weidmann, actual presidente del Bundesbank. En la política de alianzas cruzadas entre Berlín, París, Roma y Madrid vamos a tener de nuevo una prueba de la capacidad de Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera para enterrar sus diferencias y pensar en España. Desde el mes de junio de este año tenemos como vicepresidente del custodio de los dineros comunitarios, con sus ayudas a la banca y la fijación de intereses, a Luís de Guindos, el ex ministro de Economía de Mariano Rajoy, un hombre más independiente que de partido y que estará en ese puesto hasta 2026. Si logramos dejar las siglas y colores a un lado y pensar como país saldremos ganando.