El PSOE tiene abiertas dos puertas: por la izquierda con el abigarrado universo de Podemos, por la derecha con Ciudadanos. Lo mismo le ocurre al PP, con Vox a su derecha y Ciudadanos a su izquierda; y a estos últimos con el PSOE a su izquierda y el PP a su derecha. Las dos fuerzas que tienen sólo una alternativa son Podemos, obligado a pactar con el PSOE a nivel nacional ( en la Comunidad Valenciana, en Cataluña, en Euskadi y en Galicia tienen alternativas nacionalistas ) y Vox que como única referencia de pactos tiene al PP.
Lo básico para cualquiera de los partidos es conseguir representación en escaños y concejales. A partir del número obtenido se negocia. De ahí la importancia de “pasar” el umbral del 5% en votos. Si te quedas fuera tus apoyos electorales pasan a valer cero. Es lo que le ocurrió a
UPyD con sus 29.812 votos y a Izquierda Unida con sus 27.651 en el Ayuntamiento de Madrid. Si cada uno de ellos hubiera conseguido un concejal - que estuvieron rozándolo - el partido que fundara Rosa Díez habría tenido en sus manos el nombre de la alcaldesa y hasta es posible que en lugar de Manuela Carmena hubiera estado Esperanza Aguirre.
La historia política de la capital del Reino no sería la misma, ni durante los pasados cuatro años, ni ahora. Es más que posible que Carmena se hubiera retirado dejando vía libre y sin cortapisas a las ambiciones de Pablo Iglesias que, quién sabe, a lo mejor tampoco se había peleado a muerte con Iñigo Errejón. Y es seguro que la presencia de Aguirre en los órganos de dirección y decisión del PP serían otros, con todos los efectos que habría causado en el ascenso y caída de Cristina Cifuentes, y por supuesto en la inclinación de la balanza entre Soraya Sánez de Santamaría y María Dolores Cospedal con el triunfo final e inicialmente inesperado de Pablo Casado.
Lo importante no fueron los 45.000 votos que el PP sacó a Podemos, ni la enorme diferencia de los cuatro que lograron concejales respecto a los dos que se quedaron las puertas con los últimos restos. Lo crucial estuvo y está en conseguir un asiento.
Madrid, que es una de las grandes batallas del próximo mayo, si dirimió por un único concejal en 2015. Ahora las cosas han cambiado y puede que mucho.
Si Vox quiere mantener su ascenso e influencia desde el centro neurálgico de la política española necesita ser clave en los dos niveles madrileños, el de la Comunidad y el del Ayuntamiento. Sus votos “robados” van a llegar tal y como señalan las encuestas desde el PP y desde Ciudadanos. Si logra la representación y a la vista de lo ajustado que fue hace cuatro años la formación de los dos gobiernos Santiago Abascal mirará las más futuras elecciones generales con un gran campo de maniobra. En caso contrario puede que lo conseguido en Andalucía se convierta en una sorpresa agradable pero pasajera.
La alcaldesa Carmena tiene que lograr que su lista sea la unión de las izquierdas. La división ofrece más alternativas a los votantes, más opciones para evitar la abstención, pero una excesiva fragmentación puede dejar en la cuneta a una parte de sus veinte concejales sin que se incremente en igual medida el número de los que consiga la candidatura socialista. Uno menos que en 2015 y adiós al poder tan duramente defendido. De nada le habrán servido su clara victoria sobre Pablo Iglesias y su estratégico acuerdo con Iñigo Errejón.
Los argumentos madrileños son válidos para el resto de España. Basta con cambiar nombres y formaciones políticas. Victorias, derrotas, situaciones personales, ambiciones dependerán del éxito en las negociaciones. La vida en diferido.