El cine siempre da buenos titulares. Y muchas veces lo que han imaginado los directores y productores se traslada a la política. Vox ya es “El quinto elemento” de la vida pública, y de la misma manera que Luc Bessón lo imaginó en 1997 para que sirviera de catalizador de los otros cuatro: aire, tierra, fuego y agua, ahora va a servir para hacer de árbitro entre el PP, Ciudadanos, PSOE y Podemos.
Si era imposible de pronosticar y menos aún de saber lo que ha ocurrido en la política española en 2018, con el éxito de la moción de censura y la llegada al poder del PSOE de Pedro Sánchez con tan sólo 84 diputados; y la pérdida del poder del PSOE de Susana Díaz en Andalucía tras la aparición fulgurante de Vox; más imposible parece cualquier intento de proyectar los resultados que saldrán de las tres elecciones del 26 de mayo.
Leeloo, la protagonista del film, se reconstruye a partir de una mano amputada tras un accidente; y sin poder comparar a Santiago Abascal con Mila Jovovich no es menos cierto que el político vasco construye Vox a partir de 20013 tras “salir” del PP y lograr concitar en su entorno a otros dirigentes y ex-dirigentes populares muy críticos con la gestión de Mariano Rajoy.
Abascal, al igual que Ortega Lara, Ignacio Camuñas, González Quirós y Alejo Vidal Quadras, fueron y son esa “mano amputada” del partido que dos años antes, en 2011, había conseguido una nueva mayoría absoluta en las urnas. Cinco años después de su salida y tras pasar con más pena que gloria por varias convocatorias electorales en las que apenas conseguía pasar del 1% de los votos, los “padres” de Vox veían como se transformaban en una fuerza nacional desde la Andalucía socialista.
Para explicar la llegada del PP al poder en 1996 se tiene que partir de la presidencia de José María Aznar a partir de 1990 y de los cambios que introdujo en la dirección del partido, pero también de la mano de hierro que controló esos cambios desde la secretaria general, Francisco Alvarez Cascos, otra “mano amputada” que saldría de la formación para crear Foro Asturias y lograr brevemente la presidencia del Principado.
Hoy, dentro de Vox y como número dos del partido está Javier Ortega Smith, más duro que Abascal, más rocoso y que, “casualidades” de la vida política, militó electoralmente en el Foro de Alvarez Cascos. El mérito de lo conseguido en Andalucía y los buenos resultados que se le pronostican a su organización en el inmediato futuro es de los dos. También de los errores de sus adversarios, que con su oposición frontal les hicieron una buena parte de la campaña electoral, pero habrá que reconocerles que han sabido conectar con una parte importante de la población que estaba y sigue estando harta de tantas promesas incumplidas por parte de los otros cuatro elementos del panorama político.
Las elecciones del 26 de mayo, con su triple voto en las urnas, van a decidir si la derecha española ya tiene tres actores principales, o si lo ocurrido en Andalucía es producto del cansancio de los ciudadanos por 40 años de poder monocolor y de las carencias de los liderazgos de las otras fuerzas. Si Vox se consolida en las trece autonomías y en las principales ciudades y pueblos de España, y son decisivos sus parlamentarios y concejales para formar gobiernos, habremos entrado en una nueva etapa en la forma de gobernar en este país, con consecuencias exportables al resto de Europa.
Con una izquierda cargada de dudas y sin mensajes claros que ofrecer a unos ciudadanos a los que la llamada salida de la crisis no les ha deparado un regreso a sus antiguas posiciones sociales, la división en tres de la derecha no parece que les vaya a restar posibilidades de acceso al poder. Más bien todo lo contrario. Sin Vox es muy posible que una buena parte de sus votos se hubieran ido a la abstención y otra minoritaria a Ciudadanos e incluso a Podemos; y que el que aparece como nuevo presidente de la Junta, Moreno Bonilla, tuviera que estar pensando más en su propia supervivencia que en quienes pueden formar parte de su gobierno.
En la película de Besson el Mal, con mayúsculas, que amenaza a todos y que puede destruir la civilización, es conjurado por los cuatro elementos que custodia el sacerdote y por ese “quinto elemento” recuperado y transformado a partir de la mano amputada del personaje que perece en un accidente. Y ya puestos a cerrar el círculo de las comparaciones entre la ficción cinematográfica y la vida política española, que mayor accidente que el que tuvo lugar el uno de junio e el Congreso de los Diputados con la salida del PP de La Moncloa. Hasta es fácil ponerle rostro al Mal que parece inmortal desde hace 300 años, generación tras generación, y al que todos le ponen rostro: Cataluña y sus dirigentes independentistas, con Puigdemont y Torra a la cabeza.