Todas esas desvergüenzas que señalo en el párrafo anterior salpican en estos momentos a la Unión Europea, que en sus principios fundacionales, después de la segunda guerra mundial en la que fue derrotado el fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler y el imperialismo japonés, exigían a sus socios que actuasen de acuerdo a constituciones y principios democráticos, y por eso España nunca fue admitida hasta que recuperamos las libertades después de la muerte del dictador.
Hoy en cambio esa Unión Europea se aísla del contexto de países que apoyan la democracia en Venezuela y en vez de reconocer y respaldar como Presidente interino del país a Juan Guaido, que ha actuado según la constitución prevé, se la coge con papel de fumar y se pone mirando a Cuenca que es la postura ideal para ser sodomizada por cobarde y oportunista.
Mientras tanto el gobierno español, que tiene en Venezuela a miles de nacionales procedentes de Canarias y que es un actor principal porque su voz se escucha con atención en las instituciones de Bruselas en asuntos latinoamericanos, calla cual barragana de la calle Ballesta – que para los no informados es la rúa de más bajo nivel de prostitución en Madrid – cuando debería ser el primero en hacer una declaración de apoyo al pueblo hermano.
Menos mal que algo de dignidad nos queda en este país porque Felipe González y los líderes de la oposición, excepción hecha de Izquierda Unida y Podemos, que siempre fueron agradecidos a los dictadores que les dieron de comer, apoyan el retorno de la democracia en ese país en el que Maduro y sus sicarios callejeros han asesinado en estas primeras horas a catorce personas y detenido a doscientas dieciocho.
Mientras el doctor Sánchez calla, su clon Zapatero ignora la conculcación de los derechos humanos, falta de libertades y hambre en ese país, porque sigue apostando por un diálogo entre los que están en la cárcel o el cementerio y su amigo Nicolás Maduro que duerme en el palacio de Miraflores.
Es difícil mantener la confianza en un mundo en el que el valor fundamental de la libertad se convierte en materia negociable para los dirigentes que proclaman su respeto a la democracia y no son capaces de defenderla, al menos con la palabra, allá donde más apoyo se necesita.
Venezuela – lo sé porque he estado allí antes y después de Chávez – nunca fue un lugar demasiado seguro, ni tampoco ejemplarmente honesto con sus dineros públicos, pero sí era un espacio democrático con elecciones libres y con generación de riqueza que permitía a sus ciudadanos vivir y progresar.
Hoy no tienen dónde encontrar comida, medicinas ni libertad porque las estanterías están vacías y las cárceles llenas.
Mientras tanto Europa guarda silencio y España, también.