Raúl Heras

Elecciones cibernéticas en busca del centro

Raúl Heras | Viernes 15 de febrero de 2019
Tardó veinte minutos de mitin electoral pero lo hizo: elecciones el 28 de abril. Pedro Sánchez inaugura las primeras elecciones cibernéticas en España. A partir de ahora la política se entrega al big data. Ganar o perder estará en manos de las computadoras.

El presidente del Gobierno no ha escogido los otros caminos que se le presentaban hasta última hora, arrepentidos posiblemente los independentistas catalanes de haber provocado su propio y duradero calvario, y sin que ni la izquierda de Podemos, ni la derecha del PNV hayan tenido capacidad de influencia en la decisión.

La sociología de los datos, el análisis de los comportamientos, el cruce de gustos y aficiones de los ciudadanos que permite el “big data” ha pesado más en la mente de Sánchez que todas las demás opciones que le ofrecían los amigos, los adversarios y los enemigos. No une todas las elecciones en un mismo día, se coloca por delante de los comicios autonómicos, municipales y europeos pero deja a éstos en un segundo plano.

Será su triunfo o su fracaso. En solitario pero obligando a todo el Partido Socialista y cree que a la mayoría de la izquierda a apoyarle, ya sea por cariño o por temor a la tricefalia de derechas que se mostró en la plaza de Colón de Madrid. No les deja tiempo a Pablo Casado y a Albert Rivera a separarse de Santiago Abascal. Ni el PP. Ni Ciudadanos van a tener capacidad para alejarse del “síndrome ultra”. Para bien o para mal su suerte política y electoral está ligada a la suerte de Vox.

La España de los mítines y los carteles electorales - que los habrá más por estética que por su influencia directa en las urnas - ha muerto y puede que para siempre. Las redes sociales, el análisis de los comportamientos sociales, la capacidad de adecuar mensajes a nivel de microclimas políticos por situación geográfica, por niveles económicos y hasta por pertenencia a clubs de futbol son la nueva mecánica electoral.

Con las elecciones de 2015 y 2016 y con la moción de censura de 2018 se cerraba una etapa de los modos de hacer en política. Los periodos de gobernanza y cita con las urnas cada cuatro años ( en este caso van a ser tres citas electorales en menos de cuatro ) han dejado de existir. Los deseos, las dudas, las ambiciones, las esperanzas de los ciudadanos se chequean al instante y en tiempo real. Y sobre ese estudio se toman las grandes decisiones. Lo hizo Obama en su segundo mandato, lo hizo Trump en toda su fulgurante carrera hacia la Casa Blanca, lo hizo Macron en menor medida y capacidad en Francia, y lo acaba de hacer Sánchez en España.

Hasta enero se cansó de repetir que con Presupuestos o sin ellos levaría la Legislatura hasta el final. Podía hacerlo y sabía cual iba a ser el comportamiento de los nacionalistas catalanes. Estos no vieron venir la locomotora cibernética que se les venía encima, pensaron que estaban en el siglo XX y con comportamientos políticos del siglo XIX y se equivocaron. Cuando han querido rectificar en las últimas 24 horas ya era tarde.

El aluvión de datos demoscópicos que Ivan Redondo le puso sobre la mesa al presidente valían más que todas las reflexiones juntas de los barones socialistas, la gfran mayoría atenazados por la misma estructura mental que sus adversarios de la derecha y la izquierda. Felipe González lo vió venir y cambió en 24 horas. El si tiene acceso a otras fuentes y otros datos. Alfonso Guerra, por el contrario, está preso en la Galaxia Gutenberg.

La noche del 28 de abril comenzará la comlicada tarea de sumar escaños. Todos los que recupere el PSOE desde los 84 de junio de 2016 los perderán Podemos y Ciudadanos. Pablo Iglesias y los suyos ( 70 incluyendo a IU y Compromís ) por la necesidad de la izquierda de sumar y unificar votos, por un lado, y por las divisiones sin fin en las que se han metido. Albert Rivera, que bajó de 40 a 32 escaños entre diciembre de 2015 y junio de 2016, por su “bamboleo político” de izquierda a derecha e intento de vuelta al centro, ese centro que Sánchez cree que ha recuperado para su colores.

Los nacionalistas vascos es más que posible que mantengan sus cinco o seis de las últimas elecciones. Número pequeño pero que puede volver a dotarles de enorme capacidad negociadora. Y sus homólogos catalanes tendrán que repartirse, como en las dos citas electorales de 2015 y 2016, los 17 asientos de que gozan en el Congreso.

El radicalismo vasco de Bildu tendrá que esforzarse para mantener sus dos representantes y lo mismo le pasará a Coalición Canaria con el escaño de la polémica Oramas. Poco que hacer ambos en la nueva situación que nos llega.

Y la gran incógnita, Vox, que se estrenará en el Congreso y en el Senado. Los sondeos le aseguran una posición de privilegio si de gobernar al “modo andaluz” se trata. Sus votos van a llegar desde el PP y también desde Podemos y hasta de Ciudadanos. Van a ser los votos del enfado general, del “cabreo” hacia lo conocido. Dependerá de la cuantía del enfado y las ganas de cambio de esa franja de españoles hasta dónde alcanza su representación.

En esta España de vasos comunicantes, lo que ganen unos lo perderán otros. Y globalmente, con big data y computadoras, y sin ellas, tendremos la misma imagen de nuestros país desde 1977, con las primeras elecciones tras la Dictadura: dos mitades casi idénticas que oscilan en el tiempo desde el centro permitiendo a la derecha y a la izquierda globales alcanzar el poder. Hoy, de nuevo y con prisas, todos corren hacia el centro.


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