Antes de ir a entrevistarse con Felipe VI para informarle del estado oficial y partidario de la Nación, y que el Rey comience las consultas para encargar la formación de Gobierno quiere dejarle resuelto el tema de las cuatro espinas republicanas que han ido de la cárcel al Parlamento y del Parlamento a la cárcel, con parada obligada ante el tribunal que preside el magistrado Marchena.
Para comprender bien, o al menos intentarlo, a la tercera autoridad política de España hay que adentrarse en el laberinto personal de Lawrence Durrell, que es el que asoma primero en “El libro negro” y al que daría rienda suelta en “El cuarteto de Alejandría”, la novela por etapas que mereció y no consiguió un Nobel, y se convirtió en camino obligado para los cachorros avarientos de sexo y drogas de los años 60.
Para entender al escritor inglés nacido en la India, que trabajó para el Foreign Office y que por lo tanto cumplió con sus obligaciones como espía, que se casó cuatro veces y viajó sin parar hasta morir en la francesa Sommieres con 78 años y quiso que le incineraran con una rosa en su ataúd, hay que entender a Henry Miller y a Anaïs Nin y al París entre dos guerras, que rendía homenaje a partes iguales a la “generación pérdida” norteamericana encarnada en Hemingway y al cubismo de Braque y Picasso.
Para entender al narrador de dos “Trópicos” y a sus excesos hay que entender el universo que existe entre dos franceses separados por poco más de un siglo y varias revoluciones: al asmático y burgués Proust y al libertino y aristócrata Sade. Sin esas referencias se perdería el rastro que lleva de la “Justine” del marqués que se libró de la guillotina por muy poco a la “Justine” que encabeza el “Cuarteto” del crápula británico.
¿Se dio de bruces Meritxell con Durrell cuando estudiaba Derecho en la Pompeu Fabra y servía copas en las noches barcelonesas de Nick Habana o Bikini para aportar su grano de arena a la economía familiar, o desgranó poemas sobre las playas de pies desnudos junto a Hector López Bofill, en una suerte de preparación oratoria antes de hacerlo en el auditorio de techos neoclásicos del Congreso y comenzar su romance tangencial con el culto Secretario de estado de Cultura de Mariano Rajoy ?
¿Hizo suyas las pasiones, deseos, sufrimientos y traiciones de Justine, Balthazar, Mountolive y Clea mientras trabajaba en la secretaría de Narcís Serra recomendada por el catedrático Josep Mir?.
¿ Visitó la ermita que lleva su nombre como patrona de Andorra en el centro del Principado antes de vestirse de blanco y decir el sí quiero a José María Lassalle en la colegiata románica de Santillana del Mar tras un fulgurante noviazgo de siete meses a la sombra de los leones del Congreso?.
Separados por la política y unidos por el amor sin duda que pensaron en Durrell y en los nombres que éste puso a sus dos hijas , Penélope y Safo, para viajar a Alejandría y desde la ciudad que fundara Alejandro pasar de Grecia a Roma y poner a las gemelas que nacerían en 2013, tres años antes de su divorcio, los nombres de Adriana y Valeria. ¿Tuvo algo que ver en el primero de ellos las Memorias imperiales de Marguerite Yourcenar, la escritora belga de nombre tan largo y aristocrático como difícil de pronunciar ?.
Entre libros de Derecho, poetas de arenas libertarias e independentistas, pianos y zapatillas de ballet, la mujer de sonrisa de seda y mazo de hierro ya ha aprendido que el trono de la carrera de San Jerónimo está lleno de puñales. Se los ha lanzado su paisano Albert Rivera, y durante toda la Legislatura se los lanzarán desde el resto de los adversarios de la derecha y, por supuesto, de los amigos de la izquierda. Abascal y Rufián están a la espera, que el camino es largo y no conviene cansarse en las primeras escaramuzas.
Experiencia no le falta. Dio sus primeros pasos en la política con un alcalde que llegó a vicepresidente y aspiró a vivir en la Moncloa. Pactó con otro presidente - de Cataluña - y ministro que hundía sus raíces en la emigración y el sindicalismo. Sucedió a otra ministra que también aspiraba a ser la primera mujer presidenta de España. Se equivocó en su apuesta por el poder interno en el PSOE, pero corrigió el error con habilidad y presteza. Con 46 años nada le está vetado y el futuro tiene que ser escrito.