El 21 de julio de 2108 Pablo Casado se convertía en presidente del PP tras vencer a Soraya Sáenz de Santamaría y recibir los apoyos de la derrotada Maria Dolores Cospedal. Tenía por delante recuperar la confianza ciudadana en el partido y llevarle a ganar las futuras elecciones que debería convocar el reciente inquilino de La Moncloa, el socialista Pedro Sánchez.
El único adversario que tenía en la derecha era Ciudadanos, con su tambaleante política de viajar del centro a la derecha más dura y regreso a los orígenes. Aceptó a José María Aznar como “consejero” y cambió por completo a la dirección que había heredado de Mariano Rajoy. De forma inmediata comenzó a equivocarse.
En lugar de colocarse en el centro, desde el que se ganan las elecciones de forma ininterrumpida desde hace 42 años, optó por dar vida a Vox y ponerse a pelear con Santiago Abascal por quién era más duro y radical con el gobierno socialista, con Cataluña como eje central de su discurso. No contento con ello “resucitó” a ETA y al terrorismo en sus discursos con lo que, como han demostrado las urnas, les hizo un doble favor al PNV y a Bildu, que han pasado de tener siete escaños en el Congreso a diez.
En menos de ocho años, de noviembre 2011 a mayo 2019, el Partido Popular ha pasado de conseguir 10.866.566 votos y 186 escaños, lo que le daba una cómoda mayoría absoluta a quedarse en los 66 escaños que responden a los 4.356.023 votos de las urnas. Crisis, corrupción, cansancio y Cataluña están en la base del problema. Empezó el hundimiento con Rajoy pero el expresidente puede argumentar a su favor que él ganó las dos elecciones de 2015 y 2016 con 133 y 137 escaños; y que si perdió el poder por la moción de censura la razón hay que buscarla en la “traición” del PNV a las 24 horas de haberle aprobado los Presupuestos Generales.
La pérdida de 71 escaños es única y exclusivamente de Casado y su equipo. Pésima estrategia en todos y cada uno de los campos: en los mensajes, en la “purga” interna y en la elección de candidatos. Con la Comunidad de Madrid como el mejor de los ejemplos.
El presidente del PP ya anunció que no dimitiría aunque perdiese sesenta escaños. Ha perdido once más y se refugia en la costumbre, convertida en ley interna de su partido, de las tres oportunidades. Aznar las tuvo, pero fue mejorando desde 1989 a 1996. Rajoy las tuvo y tras la derrota inesperada de 2004 terminó ganando en 2011 con mayoría absoluta. El, Pablo Casado, es el protagonista de la mayor caída electoral de un partido desde la desaparición de la UCD en 1982.
El hundimiento es suyo y le queda una débil esperanza para mantenerse al frente del PP: que las elecciones del 26 de mayo le puedan salvar. Para ello necesitaría mantener los gobiernos autonómicos de que goza su partido y los de las grandes capitales. Es muy poco probable que lo consiga. Y en el mes de junio, en ese largo y comprometido mes de tantas negociaciones e intercambios de gobiernos, verá como las venganzas internas le empujan al abandono.