El Debate dibujo varias realidades: La de un PP que es muy posible que haya recuperado votos que estaban en camino hacia otras siglas, que está muy clara la necesaria alianza entre PSOE y Podemos, y que Rivera y Ciudadanos se han quedado sin espacio
Se cumplió: el segundo debate ha sido mucho más duro que el primero. Mejor con preguntas de los periodistas que con un mero introductor de temas. Los cuatro habían aprendido de sus errores y de sus aciertos. Dos de ellos, Pablo Iglesias y Pablo Casado, lograron su principal objetivo: parar la sangría de votos que sufrían Podemos y el Partido Popular.
Más insultos, más descalificaciones, más datos y nuevos regalos comprometedores entre Pedro Sánchez y Albert Rivera. El presidente del Gobierno sacó las uñas contra la derecha, la presente y la ausente, y el líder de Ciudadanos quiso repetir el éxito del primero de los debates con sorpresa final incluida. Esta vez no lo logró y la sobreactuación le pasó factura.
Iglesias se guardó su mini ejemplar de la Constitución en el bolsillo y mejoró en su discurso. Concretó sus propuestas, atacó sin insultos, puso en valor los escaños que tendrá su grupo y logró que el llamado “voto util” no emigre hacia las arcas del PSOE. Se ofreció para gobernar desde la izquierda y para tener plaza en un futuro gobierno con Sánchez al frente, pero sin entreguismo.
El presidente del PP tiene memoria y hace gala de ello. No necesita recurrir a las notas del atril tanto como los otros y es capaz de enlazar números y fechas con soltura. No transmite calor y empatía pero esta vez si dejó ver que en la derecha está por encima de Rivera y del ausente Abascal. Consiguió que el estigma de perdedor desapareciera y es muy posible que haya recuperado votos que estaban en camino hacia otras siglas.
Demasiadas mentiras circularon por el estudio de Antena 3. Todos mintieron, a veces mucho, a veces poco. Las cifras son el mejor sistema para ocultar la realidad pues depende del momento en el que se tomen y con qué o con quienes se comparen. Sánchez insistió en sus acusaciones hacia Casado y sobre todo hacia Rivera. El líder de Ciudadanos recibió el fuego cruzado de sus tres acompañantes pese a sus reiterados intentos de obstaculizar sus intervenciones con frases que buscaban desequilibrar a sus oponentes.
El más moderado de los cuatro: Pablo Iglesias. El más nervioso, por más que se empeñara en señalar ese factor en el presidente en funciones del Gobierno: Albert Rivera. El más contundente en sus ataques, bien ensayados esta vez: Pedro Sánchez. El que mantuvo durante más tiempo y el mismo nivel su discurso: Pablo Casado.
¿Van a cambiar los debates el sentido de los votos?. Creo que no, que el 90% estaba decidido y se va a mantener. Lo que queda de campaña hasta el domingo 28 son los minutos basuras de un partido de baloncesto. Volverán los mítines para los militantes y simpatizantes. Se volcarán los partidos en las redes sociales y en los mensajes y memes a través de las mismas. En busca del voto más joven.
Se presenta muy clara la necesaria alianza entre PSOE y Podemos, entre un Sánchez que no quiso atacar nunca a Iglesias, y un Iglesias que defendió el futuro de un gobierno claramente de izquierdas contra las multinacionales y los bancos.
Ciudadano se ha quedado sin espacio. Su única salida de futuro está en la derecha y en la suma de escaños con Vox. Parece casi imposible que pueda ser el primero de ese grupo. Su máxima aspiración será “copiar” de Andalucía.
Los nacionalistas vascos y catalanes, los más radicales y los más prácticos ya saben que su alternativa de negociación dentro de la Constitución está en la izquierda. Ese ha sido uno de los errores de la derecha de tres caras. Un error que no cometieron ni Fraga, ni Aznar, ni Rajoy. Sabían que la investidura y la Legislatura pasaba por el apoyo de CiU y el PNV, ahora de Esquerra, de PDeCat y del rocoso nacionalismo de derechas vasco.
Lo que ocurra en las elecciones generales va a tener un gran influencia en los siguientes comicios autonómicos y municipales. En un mes vamos a asistir a un gigantesco reparto de poder, con muchas caras nuevas en todo el entramado político. Es la cuarta Transición la que va a comenzar, tras la primera que protagonizó Adolfo Suárez; la segunda que dirigió Felipe González; la tercera que pertenece por derecho propio a José María Aznar, con dos “añadidos” de la mano de Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Esta, la cuarta, ya tiene elenco principal. Faltan los secundarios.