Pablo Casado utilizó su memoria sin alma para atacar al presidente en funciones. Se sabía sus datos y contaba con la ayuda de unos simples cartones bien pintados. Estaba tan centrado en sus ataques al líder socialista que no vio venir al fino astado que le buscaba la femoral en busca del primer puesto. Albert Rivera optimizó su demostrado y efectista oportunismo para atacar a los dos, con agresividad desde el principio y estocada final a su compañero en el aparente “catch a cuatro” en el que participaban, y salir como ganador a los puntos de un debate estéril, con foto de su “querido” Torra bien presente en el atril. Cataluña, siempre Cataluña.
Pedro Sánchez lo tenía todo a su favor colocado por aquello del sorteo entre sus dos principales y únicos adversarios. Tenía su posición de presidente y sus diez meses de decretos leyes para acompañarle. Lo hizo mal y estuvo mal, nervioso, duro en el gesto y sin mordiente en sus ataques a las derechas, en las que por cinco veces incluyó al ausente , sin mencionarlo en las cuatro primeras hasta que no pudo reprimirse y le pudo nombre y apellidos: Vox apareció en escena en un acto defensivo de poco alcance en el fondo y mal ejecutado en las formas. Había preparado mal el debate y se dejó enredar en los datos. Cuando quiso reaccionar con sus propios “cartones” de estadísticas pareció un alumno que ha preparado el examen en la noche anterior, con chuleta incluida.
El cuarto invitado, en camisa y con un mini ejemplar de la Constitución como arma de combate, no hizo el más mínimo esfuerzo para presentarse como aspirante a jefe de gobierno. Su papel era el de socio necesario para sacar adelante una Legislatura de izquierdas, y negociador de lujo de cara a los nacionalistas vascos y catalanes, que pueden ser necesarios si las urnas confirman lo que dicen las encuestas. Pablo Iglesias recogió el testigo histórico de Julio Anguita y colocó los artículos de la Constitución como eje de sus intervenciones. Quería defender lo que consiguió Podemos hace cuatro años, lo herencia de aquel 15M que le llevó a soñar con un futuro ya convertido en imposible.
Cuatro monólogos que tras la primera media hora se convirtieron en veloces y arremolinadas mezclas de temas, ataques, reproches, historias que poco o nada tenían que ver con lo que les planteaba el moderador, quien es justo decirlo les dejó libertad para que hablaran de lo que quisieran, y hasta les pidió un poco de “educada sangre” a ver si debatían de verdad en lugar de decir, en el estudio y ante las cámaras , lo que llevan diciendo semanas en cada uno de sus mítines.
No creo que nadie de los que vieron el debate vaya a cambiar su voto. Más de lo mismo durante noventa minutos que no aportaron ni novedades, ni emoción. Más aburrido y previsible incluso de lo que personalmente podía temerme. Si miro la llegada a la meta, cuando el reloj marcó las once y veinte de la noche, colocaría a Albert Rivera en primera posición por la contundencia y rapidez en sus ataques, a Pablo Iglesias en segunda gracias a un último y acertado esfuerzo, al otro Pablo a continuación en reconocimiento a su meritorio esfuerzo de opositor que se ha aprendido el temario, y a Pedro Sánchez llegando desfondado y sin aire en los pulmones, cansado por el esfuerzo y consciente de sus debilidades en la prueba.
La segunda oportunidad en este martes me lleva a recordar los dos enfrentamientos televisivos que tuvieron un Felipe González, como presidente y recién llegado de un viaje internacional, que perdió claramente el 24 de mayo de 1993, en el primero ante un José María Aznar deseoso de vencerle y muy preparado para ello. Manuel Campo Vidal ejerció de moderador con Jesús Hermida como experto organizador dada su experiencia americana. Si el primero había sido en Antena 3, todo cambió en el segundo y decisivo una semana más tarde en Tele 5.
El líder socialista sacó lo mejor de su amplio abanico dialéctico y machacó con golpes secos al aspirante. Ganó las elecciones. Por última vez.
No habría nuevos debates entre los que eran principales y únicos aspirantes a la presidencia en aquel bipartidismo imperfecto hasta el 25 de febrero y el 3 de marzo de 2008, con José Luís Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy como protagonistas. El socialista ganó las elecciones por segunda vez y el presidente del PP, que estuvo a punto de dejar el cargo, aguantó y en 2011 venció por mayoría absoluta. Esa fue la historia.