El ciego de los dos nombres, al que puso rostro y voz Lluis Homar, podría ser de forma perfecta el presidente en funciones y secretario eneral del PSOE. En la ficción cinematográfica Mateo Blanco se ocultaba detrás de Harry Caine; y en nuestro hoy el Pedro Sánchez que pactaba a finales de febrero de 2016 una investidura, que se sabía fallida, con Albert Rivera como medio para que Mariano Rajoy tuviera que convocar de nuevo elecciones generales, se oculta detrás de una presidencia desde la que quiere construir una historia imposible: gobernar sin problemas y con un gobierno obediente y fiel con tan solo 123 diputados.
Ese es el primero de los abrazos rotos, el que se dieron Sánchez y Rivera hace tres años y que ha saltado por lo aires entre mútuas acusaciones de utilización partidista del poder y falta de sentido del estado. Lo que les valió a ambos - con la aquiesciencia del Rey Felipe - para enfrentarse al resto de los partidos y de su representación en el Congreso, aquellas 200 medidas pactadas, no ha sobrevivido al enfrentamento personal. Un choque de “machos alfa” que entierra las necesidades de los ciudadanos y hace que incluso uno de ellos, el presidente de Ciudadanos, se niegue a reunirse con el inquilino “provisional” de La Moncloa.
No son los únicos abrazos rotos que protagoniza el secretario general del PSOE. Todos los que se dió con Pablo Iglesias para sacar adelante la moción de censura del mes de mayo de 2018, y la larga “luna de miel” que mantuvieron hasta las elecciones generales de finales de este abril de 2019, se deshicieron entre reproches, vetos y desconfianzas. Aquellos abrazos y lisonjas ocultaban puñales, que son los que aparecen en las manos de los encargados de negociar otros cientos de medidas calificadas de progresistas, pero que no quieren compartir ese suouesto progresismo desde el gobierno.
Abrazos rotos son los que protagonizaron socialistas y ciudadanos en Andalucía para forzar unas elecciones que han llevado a otros abrazos, los del PP con C´s y Vox, que están siempre a punto de romperse. De la misma manera que se han roto a lo largo y ancho de España a través d elos distintos gobiernos autonómicos y municipales en los que la suma de representantes lleva a que gobiernen socialistas y populares dependiendo de la voluntad de los necesarios socios de Ciudadanos, Podemos, Vox, PNV e incluso Bildu.
Con el sentimiento de afecto que se supone tienen los abrazos dejado a un lado del camino político por unos y otros, el que se dieron Carles Puigdemont y Oriol Junqueras para llevar adelante su plan de independencia para Cataluña, no ha resistido el peso de la Justicia. Soportado de muy distinta manera desde la cárcel o desde la residencia de Waterloo a la espera de conocer la sentencia del Supremo. Una ocasión que peremitirá vislumbrar, en las reacciones, si estamos ante un nuevo abrazo protagonizado por el PSOE y por ERC.
Abrazos rotos y externos que no ocultan pero dejan en un segundo plano los mucho más frecuentes y dañinos abrazos internos, los que se dan dentro de los partidos políticos y entre aquellos dirigentes que incluso fueron amigos. Larga la lista, desde Iglesias y Errejón a Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre; desde Teresa Rodríguez y Kichi a Pablo e Irene Montero; desde Casado a Núñez Feijóo; y desee Albert Rivera a todos aquellos que como Tony Roldán creyeron que estaban en un proyecto liberal y de centro y se encontraron peleando por el liderazgo de la derecha.
Es más que posible que el cineasta manchego quisiera circunscribir su película al ambito de lo personal, pero como suele ocurrir,al colocarla bajo el paraguas de su título, comenzó a definir a la sociedad que le rodea y a la clase política que mueve las palancas de los gobiernos. También en otrosd ámbitos financieros y empresariales. No hace falta mucha perspicacia. Con sólo mirar se ve todo el paísaje y a todo el paisanaje. ¿Cuántos abrazos rotos y por romper llevan, por ejemplo, el nombre de José Villarejo escrito en los puñales que los han sustituido?.