Hace 50 años Joan Manuel Serrat ponía voz a los ocho versos que Antonio Machado había escrito medio siglo antes. Durante un minuto y dieciocho segundos el hielo de las dos Españas reaparecía para recordarnos lo que parecen olvidar los políticos.
El poeta los escribió mientras veía morir a su esposa adolescente. El cantante los resucitó para millones de personas. Un retrato en blanco y negro que creíamos desaparecido en lo más profundo del baúl de los horrores patrios.
El Machado que nació en Sevilla para morir en el exilio de Coillure, en febrero hizo 80 años, cinco semanas antes de que Franco firmara de su puño y letra el fin de nuestra guerra civil, escribió en esas dos cuartetas la historia condensada de 300 años. Convendría que desde Pablo Iglesias a Santiago Abascal, desde Oriol Junqueras a Iñigo Urkullu, la totalidad de nuestros dirigentes políticos los leyeran, los asumieran y los utilizaran como medicina contra la fiebre de destrucción mútua que padecen.
La España monárquica del Machado de 1912 y la España dictatorial del Serrat de 1969 no pueden, ni deben volver. No las queremos los españoles. Por eso votamos en 1977 y vamos a volver a votar el 10 de noviembre de 2019. Para que no haya Españas que se mueren o que bostezan. Para que los españolitos que vienen la mundo no necesiten que les guarde Dios del hielo que producen sus dos mitades cuando en lugar de buscar acuerdos, se insiste y se amplifican las diferencias.
La España política, la de los partidos y sus dirigentes, tiene una obligación principal que está por encima de cualquier otra: organizar la convivencia. Evitar la fragmentación social y los enfrentamientos. Y si para ello en lugar de dos alternativas se tienen que articular varias pues bienvenidas sean.
El afán de reducir posibilidades de elección produce los mismos maloos efectos que el deseo intencionado y oportunista de ampliarlos hasta el infinito. Concentrar el voto como único camino hacia el poder podría terminar en la afixia del sistema democrático. Diluirlo en multitud de ofertas impediría su funcionamiento. La Democracia, con mayúsculas, debe ser el espacio del equilibrio. Ese espacio es el que parecen negarse y negarnos a los ciudadanos los actuales líderes.
Sin bipartidismo real, que es lo que ha ocurrido desde 2015, la forma más rápida y mejor de estar en el centro político, desde el que se ganan las elecciones, es contar con otros grupos a tu derecha y a tu izquierda. Esa conquista del centro es lo que llevó al PSOE y al PP a “devorar” sin contemplaciones ese espacio durante 30 años, los que van de la victoria por mayoría absoluta de Felipe González en 1982 a la también victoria por mayoría absoluta de Mariano Rajoy en 2011.
El sueño de las élites económicas de volver al pasado como fórmula para garantizarse el futuro se puede convertir en la peor de las pesadillas, la de volver a empezar en cada amanecer al no recordar lo ocurrido el día anterior. Y lo ocurrido en 2015, en 2016 y en 2019 en España es que los ciudadanos se sienten más a gusto y prefieren un “menú” político con más oferta en la que elegir.
Si el bipartidismo imperfecto permitió que España pasara de una dictadura a una democracia y que se realizaran las mil reformas que necesitaba el país sin grandes traumas, su fecha de caducidad estaba escrita y era la de 2015, coincidiendo con el cambio en la Jefaura del Estado y con un cambio generacional en las direcciones de los partidos, de las entidades financieras, en los sindicatos y en le resto de las instituciones que articulan la convivencia dentro del marco legal.
Los 68 segundos que Serrat empleó para recordarnos aquellas dos Españas podrían haber evitado cuatro años de peleas políticas y cuatro elecciones generales. Las Españas de corazón helado que murieron por el camino, bien muertas están. Ahora, entre todos, tenemos que despertar a las que bostezan.