Conquistadas por Cristobal Colón en 1493, las islas de San Cristobal y Nieves sirven de refugio fiscal e informativo a tofdos aquellos que no quieren estar controlados por el fisco de sus países o por las autoridades que vigilan los flujos informativos en Internet. La ONU las sacó de su “lista negra” de paraisos fiscales pero sigue proporcionando una “adecuada opacidad” a las transacciones monetarias, y sobre todo permite registrar dominios de páginas web que escapan al control público.
Allí registró Carles Puigdemont su fantasmagórico “Consell para la República catalana” por lo que parece lógico que las pistas que puedan seguirse por parte de las fuerzas de seguridad española respecto al “Tsunami” lleven al mismo origen. En Beseterre, la capital de las islas, está el registro legal, otra cosa es encontrar la titularidad real del mismo.
Para que nos hagamos una idea: los datos que arrojan las estadísticas oficiales de ese territorio, del que la Reina Isabel II sigue siendo su “jefe de estado”, con un gobernador-administrador del mismo, son loos siguientes: 261 kilómetros cuadrados de extensión, 55.000 habitantes, una Cámara legislativa compuesta por 14 personas y 300 policias para mantener la seguridad. El estado más pequeño del Caribe oculta el nombre que busca nuestro ministro del Interior en funciones.
Poco podía imaginar un antepasado de Cayatena Alavarez de Toledo, la única diputada en el Congreso en representación del PP de Cataluña, que reconquistó las islas en 1629 tras derrotar a corsarios, ingleses, franceses y holandeses que 400 años más tarde allí habría enterrado entre las arenas de Internet uno de los premoios dee la “pedrea” independentista, la misma que con tanto afán persigue su tataranieta.
Habrá que desearle a la portavoz parlamentaria de los populares que no le ocurra como a su lejano pariente, al que como “premio” a sus hazañas en la mar, el conde-duque de Olivares, que por aquel entonces dominaba la Corte madrileña, consiguió que le formaran consejo de guerra por negarse a mandar y pelear con unos navios que estaban para poco más que para el desguace, le expulsaran de la Armada y muriera casi en la indigencia. Tras la caida en desgracia del valido real, se le rehabilitó y Felipe IV le concedió el título de marqués. Hasta Francisco de Quevedo le dedicó unos versos a medio camino de la sátira y el elogio a sus méritos navales.
Aquellos tiempos del fin de la casa de Hausburgo en nuestro país fueron tanto o más revueltos que los actuales, por lo que haría bien doña Cayetana en buscarse un bardo, vate o poeta por si fuera menester a la espera de lo que ocurra el 10 de noviembre. Y en el entreacto pedirle al ministro la mayor dilegencia en sus averiguaciones.