Don Juan Carlos era consciente de que su discurso de Navidad iba a ser seguido e interpretado por los que le apoyaban, por los que deseaban su retirada y en general por una sociedad española que desconfíaba y con razón de todas las instituciones que la gobiernan, y de casi todas las personas que las encarnan. Del Rey abajo, los políticos, los financieros, los empresarios, los sindicatos, los jueces,y por supuesto los medios de comunicación y los periodistas.
Su hijo y en otras circunstancias aún peores, entre la pandemia sanitaria y la pandemia de escándalos que sacuden a la Monarquía, no se salva del exigente juicio de los ciudadanos de a pie, por mucho que lo intenta, saliendo del alejado palacio de La Zazuela y “pateandose” las 17 Comunidades que conforman nuestro entramado político. Esos mismos ciudadanos que llevan años soportando lo peor de las diferentes crisis y que se encuentran con que cambian todas las reglas, desde las laborales a las sanitarias o las energéticas, menos las que afectan al poder institucional y político. Esas siguen igual pese a que es mayoritario el deseo de que sean ellas y ellos los primeros en dar ejemplo.
El Rey Juan Carlos, en uno de sus últimos discursos navideños, no habló para nada de la abdicación a la que se vería obligado unos meses más tarde. Recordó su trayectoria desde que accedió al trono, sólo mencionó a su hijo, el entonces Príncipe, a lo largo de su televisada intervención, pero habló de su hija Cristina y de su yerno Urdangarin, sin mencionarlos, al insistir en que sabía y era consciente de que les tocaba a él y a su familia, como emblemas y símbolos de la Monarquía histórica y de futuro, dar ejemplo y asumir ante los ojos de los ciudadanos las responsabilidades buenas y malas de sus actos. Todo aquello se ha vuelto en su contra, cada palabra, cada gesto, cada compromiso de rectitud y transparencia económica.
A Juan Carlos y Felipe les unen sus palabras en la necesidad de que los líderes de todos los colores se sienten a hablar y a buscar acuerdos por el bien de España. Les animan a hacerlo al mismo tiempo que hoy, Felipe VI, insiste en que está dispuesto a ejercer su función de garante del sistema y de punto de encuentro de los distintos estamentos de la sociedad. Poco más. Dos formas de entender su papel de Jefe del Estado y las normas y usos que deben regir su acción pública y privada.
Si en sus viajes y sus intervenciones de fin de año la permanente crisis económica que arrastramos desde 2008 es una pieza esencial; también lo es Cataluña. Siempre aparece entre sus palabras, al igual que la crítica más o menos velada a esos dirigentes nacionalistas que reclaman para sí y para sus propuestas la voluntad popular, como si fueran ellos los depositarios de la misma cuando son capaces de incumplir y hasta traicionar cada una de las propuestas que hacen durante las campañas electorales.
Van a hacer falta muchos hechos y no todos desde la Casa Real y sus integrantes para que la Monarquía recupere la imagen que tenía hace unos años. Y esa imagen y esa recuperación van a estar íntimamente ligadas a las acciones del gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias; también a las posiciones que adopten tanto Pablo Casado como Santiago Abascal e Inés Arrimadas, si es que la Monarquía que encarna Felipe VI logra superar ese aparente deseo de autodestrucción en el que ha estado desde que Juan Carlos I olvidara que estaba al servicio del pueblo y no de su propio bolsillo.