El texto y contexto de la intervención del representante de Vox puede estar escrito desde hace semanas e incluso meses. Se trata de trasladar de manera formal y ante los 350 representantes de la soberanía popular el conjunto detallado de críticas que desde el partido se han ido haciendo contra Sánchez y el PSOE, primero; contra el presidente ganador de su propia moción de censura, más tarde: para seguir con los ataques en todos los frentes posibles al Ejecutivo de coalición que formaron Sánchez y Pablo Iglesias.
Si antes de la pandemia las críticas al llamado gobierno “social-comunista” iban desde la propia legalidad democrática del mismo a la puesta en marcha de su programa social y económico, lo que ha pasado desde marzo a este inicio de septiembre es que los temas son los mismos, con el añadido de la gestión de la pandemia por parte de ese mismo gobierno, calificada de desastrosa de principio a fin.
Crítica que se ha encontrado con un problema tras el “traspaso” de la responsabilidad sanitaria y política a las Comunidades, sobre todo a aquellas que como en la de Madrid, el partido o partidos que las gobiernan cuentan con el apoyo directo y necesario de la formación que lidera Abascal. Separar las críticas cuando los responsables de controlar la expansión del virus en cada territorio dependen de tus votos en esa Comunidades es difícil de explicar y sostener, incluso entre tus propios votantes y seguidores.
El gran problema, aún así, no está en el texto a defender en el Congreso. La presentación de una moción de censura obliga a quien la presenta a hacerlo con un candidato a la presidencia. la moción tiene que tener cara y ojos. Santiago Abascal no quería que fueran los suyos, en un intento de sumar voluntades a su iniciativa. Se han lanzado nombres a esas arenas tan movedizas como es la actual derecha española, desde el ex-ministro del PP Jaime Mayor Oreja a la ex portavoz parlamentaria de ese mismo partido, Cayetana Alvarez de Toledo, pasando por la fundadora de UPyD y ex dirigente socialista, Rosa Díez. Buscar a un independiente sin pasado político se presenta como misión imposible.
A finales de septiembre o principios de octubre desde Vox tendrán que presentar su moción en el Congreso para que la Mesa de la Cámara le ponga fecha de celebración en el calendario. Sea quien sea el candidato ya sabe que se va a quedar sin apoyos. Ni desde el PP, ni desde Ciudadanos, y menos desde cualquier otra formación con presencia en la Cámara les van a apoyar. Será su suicido político, salvo que sea el propio Santiago Abascal quien asuma la defensa de esa iniciativa.
El hombre que tras marcharse del partido Popular, en el que creció a la sombra de Esperanza Aguirre, tiene a su favor los 52 escaños que consiguió en las últimas elecciones generales y que convirtieron a Vox en el tercer grupo político del Parlamento, tan sólo por detrás de los 120 del PSOE y los 89 del PP. Quería lograr en la derecha lo que no consiguió Podemos en la izquierda: adelantar en votos y representación al partido conservador que había gobernado en España con José María Aznar y con Mariano Rajoy. Ni lo logró Iglesias, ni lo logró Abascal, pero ambos rompieron el bipartidismo que dirigía nuestro país desde las elecciones de 1982.
Vox mantiene una buena parte de poder en todas las Comunidades y Ayuntamientos en los que gobiernan en coalición el Pp y Ciudadanos. Es indispensable para el mantenimiento de los mismos. Esa es una realidad que puede cambiar si Ines Arrimadas cierra un acuerdo con Pedro Sánchez tanto de cara a los Presupuestos Generales del Estado como a un nuevo reparto del poder territorial. El mejor de los ejemplos puede darse en Madrid. Para la presidenta Díaz Ayuso y para el alcalde Martínez Almeida los votos de Vox son imprescindibles, pero un cambio en Ciudadanos puede cambiarlo todo. Los sillones de mando siempre son muy apetecibles y tanto Ignacio Aguado como Begoña Villacís estarían dispuestos a cambiar de asiento.