El ministro Fernando Grande-Marlaska.
Rafael Gómez Parra | Jueves 17 de diciembre de 2020
Sorprendente ha sido la transformación de Grande-Marlaska de modelo de juez de derechas a ministro esfinge, que nunca deja traslucir lo que realmente piensa y que rehúye cualquier confrontación.
Su actitud displicente, que a veces raya lo descortés, le ha permitido surcar con éxito los dos intentos de reprobación presentados por PP, Ciudadanos y Vox en el Congreso, gracias al apoyo prestado por sus antiguos enemigos de Podemos y por sus odiados nacionalistas.
Una de las apuestas más sugerentes de Pedro Sánchez al elegir a los miembros de su primer gobierno, nada más entrar en La Moncloa tras la moción de censura que echó a Mariano Rajoy, fue el nombramiento del juez Fernando Grande –Marlaska como ministro de Interior dados sus antecedentes como una persona que hasta entonces había estado más bien ligada al PP y que en sus instrucciones judiciales no había indicios de tendencias progresistas.
Sorprendió también que a su toma de posesión acudiera nada menos que Alfredo Pérez Rubalcaba, el último ministro socialista que fue titular de la cartera de Interior hasta 2011, después de que en su época de sustituto del juez Baltasar Garzón, Marlaska le había hecho sufrir un tanto al líder socialista con la instrucción del “caso Faisán”, donde finalmente dos jefes policiales fuero condenados por el soplo al dueño del bar Faisán de que iba a haber una redada policial contra una red de cobro de impuesto de ETA a empresarios vascos, en plena negociación con la organización armada vasca para su rendición.
Aunque el chivatazo al dueño del bar Faisán ocurrió en el verano de 2006 cuando era ministro de Interior Juan Antonio Alonso, también juez, en esos momentos ya el gobierno socialista estaba en plenas negociaciones con ETA, bajo la dirección del propio Rubalcaba, y la única justificación de lo ocurrido estuvo en que se trató de evitar una ruptura de las conversaciones que habían dado su primer fruto el el 22 de marzo de 2006 con la primera tregua asumida por ETA.
Algunos han sugerido también que la evidente falta de relación entre la ministra de Defensa, la magistrada Margarita Robles, , y el propio Marlaska hunde sus raíces en esa relación entre el actual ministro de Interior y el Partido Popular.
Algo parecido le sucedió con la actual Fiscal General, Dolores Delgado, que en aquellos momentos era la persona de confianza del ex magistrado Baltasar Garzón y que en una grabación filtrada por el comisario Villarejo habla del ministro como “maricón” y “nenaza”, aludiendo a su condición de homosexual.
De aquella época hay varias instrucciones que lleva a cabo y que le colocaron entre los jueces más valorados por la derecha, como su negativa a aceptar las acusaciones de malos tratos por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado contra detenidos en el País Vasco, cosa que provocó la condena a España del Tribunal Europeo de Derechos Humanos –cinco casos entre 2014 y 2016- así como su intento de encarcelar a los dirigentes de Segi, una organización de apoyo a los presos de ETA.
Marlaska, que se marchó de Euskadi en 2003 tras recibir varios avisos de la policía de que ETA podía atentar contra él, Trató de entrar como independiente en el Consejo del Poder Judicial, pero todo fue inútil hasta que consiguió el apoyo del PP.
En su libro “Ni pena, ni miedo” (2016), escribió: “Mi condición de vasco residente en Bilbao en los terribles días de los asesinatos de ETA y de la lucha contra el terrorismo me llevó y me lleva a rechazar rotundamente la violencia para defender causas nacionales o de índole política y a perseguir a aquellos que la ejercen. Considero los nacionalismos un concepto trasnochado en una época en la que ha de tenderse, creo yo, a suprimir fronteras antes que a crear otras nuevas”, frases rotundas que hoy chocan con el hecho de ser ministro en un gobierno que se mantiene gracias a los apoyos de los nacionalistas, como se han cansado de echarle en cara los medios de comunicación de la derecha.
Fruto de esta metamorfosis de Marlaska ha sido su total victoria en los dos intentos de reprobación que ha intentado llevar a cabo la derecha, PP, C’s y Vox, en el Congreso en junio y octubre por el cese del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, que intentó impedir –sin ningún éxito- el referéndum del 1 de octubre de 2017.
Los propios diputados de Podemos –alguno de los cuales debió taparse la nariz para no votar contra Marlaska- siguen teniendo cuenta pendientes con el ministro como cuando el propio Iglesias le pidió que quitase las medallas al policía torturador Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño, y que finalmente no lo llevó a cabo, o cuando le reclama la derogación de la Ley Mordaza que sigue vigente o más recientemente por su mala gestión con los inmigrantes llegados en patera a Canarias.
Y significativas fueron también las abstenciones de los grupos más radicales nacionalistas, que aprovecharon el debate para criticarle por su actuación como juez, pero que se cuidaron muy mucho de reprobarle como ministro.
El juez Grande -Marlaska es un ejemplo perfecto de lahabilidad con que Pedro Sánchez está sabiendo manejar, hasta ahora, a sus ministros a pesar de las evidentes y grandes contradicciones que existen entre lo que pensaban antes de entrar en el gobierno y lo que está haciendo una vez asumido el cargo
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