A mediados de enero de 2019 dio comienzo la carrera electoral para las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo. Se hacían públicas las candidaturas del Partido Popular y aparecían dos grandes sorpresas tras los escándalos que habían derribado primero a Esperanza Aguirre, luego a Cristina Cifuentes, para terminar con Ignacio González. Un partido roto que parecía condenado a perder en la joya de la corona electoral que siempre ha sido Madrid.
La candidatura del PP al Ayuntamiento de Madrid, que había tenido de alcaldesa a Ana Botella, y antes que ella a Alberto Ruíz Gallardón, era para Pablo Casado una asignatura a la que había que presentarse con la seguridad de que se obtendría el suspenso de la derrota frente a la jueza Carmena y sus seguidores de Más Madrid. La esperanza lejana estaba en el ejemplo de Andalucía y la presidencia por sorpresa lograda un mes antes por Juanma Moreno. El PP había perdido como casi siempre, pero la aparición de Vox logró lo que los populares no habían logrado nunca.
Desde su puesto de delegada del Gobierno en la Comunidad, Cristina Cifuentes no sólo había conseguido la presidencia, se había convertido en una seria aspirante a la sucesión de Mariano Rajoy. Todo se había desvanecido por un master y unos perfumes. Mantener el sillón de la Puerta del Sol era poco menos que un sueño. Casado no quería repetir errores, ni colocar a alguien que pudiera hacerle sombra en el futuro. Miró en sus alrededores y eligió a Isabel Díaz Ayuso, la gran sorpresa, muy por encima de lo que significaba en ese momento José Luís Martínez Almeida, todo un abogado del Estado fogueado en el combate municipal y una espina clavada un día sí y otro también en el pie de Manuela Carmena.
Parecía que desde la plana mayor del partido se optaba por unas candidaturas de compromiso, dos puestos para salir del paso antes de abordar la gran reforma de caras y puestos que el nuevo presidente del PP quería poner en marcha. De nuevo apareció el partido de Santiago Abascal y los votos y asientos que consiguió VOX en la Asamblea de Madrid y en el Ayuntamiento de la capital, sumados a los del propio PP y a los de un Ciudadanos que caminaba hacia el desastre, cambiaron el futuro. La Cenicienta Ayuso conseguía la presidencia y el lobo Almeida la alcaldía.
Dos años más tarde el presidente del PP y su secretario general saben que no tienen más remedio que enfrentarse a otra elección, esta vez interna. El presidente de la gestora, Pio García Escudero, no pondrá ningún problema para ser sustituido. Y ahí nace las dudas de Pablo Casado: elegir entre el alcalde al que ha colocado de portavoz nacional del partido, un auténtico lobo político que ha logrado una buena imagen entre los ciudadanos de derecha e izquierda; y las dos Cenicientas que desean ese mismo puesto de liderazgo regional, la presidenta autonómica, convertida en referente del ala más dura del partido, y la secretaria general del PP en la Comunidad.
De los tres dirigentes del PP, los dos que más potente imagen tienen son sin duda José Luís Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso. Ana Camins es una desconocida a nivel ciudadano. Puede que sea la que mayor nivel de confianza genera en la cúpula del PP, pero dando por hecho que el partido repetirá en 2022 con los mismos candidatos, los populares establecerían una especia de “tripartito” difícil de gestionar y ante el cual, Ayuso ya ha mostrado su oposición. La presidenta regional quiere la presidencia interna de sus colores como línea de salida para un futuro al que no ha puesto límites.
Desde esa especie de reserva espiritual que es la actual presidencia en funciones que detenta García Escudero, que no ha planteado nunca problemas y ambiciones de liderazgo y ambiciones dentro del partido, sin enmendarle la plana al gobierno de turno, ya fuera el de Aznar o el de Rajoy, puede que se encuentre la solución y que ésta le ayude a Pablo Casado a fijar su anhelada imagen de centro derecha.