NACIONAL

Gobernar Madrid: del escaparate al sillón maldito

Joaquín Leguina, Ruiz Gallardón, Cifuentes, Esperanza Aguirre e Ignacio González, presidentes de la Comunidad de Madrid.
Tur Torres | Lunes 01 de febrero de 2021
Ser presidente/a de la Comunidad de Madrid e incluso alcalde/sa de la capital es un objetivo político que entraña riesgo extremo. Se necesita una gran vocación, unas ganas enormes de detentar poder y sueños de empresas más grandes. Lo han sentido en sus carnes desde Joaquín Leguina y Enrique Tierno hasta Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz Gallardón. Lo sienten ahora Isabel Díaz Ayuso y José Luís Martínez Almeida.

Gobernar la Comunidad es un magnífico escaparate para los dirigentes que aspiran a llegar a La Moncloa, mejor que casi todos los demás cargos de la administración española. Sentarse en el sillón de mando de la Puerta del Sol es como sentarse en un pura sangre sin domar.

Puesto de mando y maldito. Leguina se enfrentó varias veces con su “jefe” Felipe González, que hasta le anuló una ley autonómica que pretendía cobrar más impuestos. Tuvo que luchar como “renovador” contra los guerristas, que le acosaron hasta ver cómo perdía tras doce años de presidente frente a Alberto Ruíz Gallardón.

Este, para no ser menos, quiso “volar” lejos de José María Aznar, a la sazón presidente del PP desde el memorable Congreso de Sevilla, y tal vez lo hubiera conseguido de no ser por la victoria del inspector de Hacienda en las elecciones de 1996. El fiscal en excedencia tuvo que conformarse con gobernar la Comunidad durante ocho años y luego intentó dejar el testigo a Esperanza Aguirre en 2003. Y hoy tiene que afrontar su “inculpación” por gestiones de su gobierno en aquellos años. Puede que la maldición tenga que ver con los gritos que durante años salieron de los sótanos del edificio cuando era la Dirección General de Seguridad del franquismo.

Aquel año, con Gallardón camino de la alcaldía de la capital como el mejor candidato para defender la herencia de José María Alvarez del Manzano, la maldición del punto cero de nuestra red de carreteras volvió a aparecer por partida doble. Primero en el mes de mayo, en el que la lista del PP consiguió rozar la mayoría absoluta pero se quedó a un escaño y con ello comprobó cómo los votos del PSOE comandado por Rafael Simancas, más los de Izquierda Unida con Fausto Fernández al frente, le iban a mandar a la oposición.

De la misma manera que en 1989 Leguina se salvó de una moción de censura por la traición de un diputado del PP - se llamaba entonces AP -, Nicolás Piñeiro; en ese mayor de 2003 aparecieron los traidores del PSOE camuflados también bajo el nombre de “Renovadores de la base”.

Dos de ellos, Eduardo Tamayo y Teresa Sáez, no se presentaron a la votación de investidura, se refugiaron en el hotel bien protegidos por guardaespaldas privados, y obligaron a la repetición de las elecciones unos meses más tarde. Resultado: Esperanza Aguirre se sentó en el sillón diabólico de la Perta del Sol y en él se mantuvo durante nueve años, hasta que btras ganar sus terceras elecciones tuvo que dimitir y dejar que fuera su segundo, Ignacio González, quien ocupara su despacho.

Tres años de agonía bajo la mirada de la policia y los jueces llevaron al sucesor de la “lideresa” a la prisión y a la renuncia de todos sus cargos, con amistades rotas y una antigua colaboradora convertida en presidenta en 2015 gracias a los votos de unos nuevos actores que habían aparecido en el escenario: los representantes de Ciudadanos en la Asamblea madrileña bajo el mando de Ignacio Aguado.

Cristina Cifuentes había pasado de oscura vicepresidenta del Parlamento autonómico a Delegada del Gobierno, candidata electoral y flamante presidenta. Y no sólo eso, también se había convertido en una seria aspirante a suceder a Mariano Rajoy compitiendo con otras dos mujeres, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores Cospedal. ¿Podía liberarse de la maldición?. No, en apenas un mes descendió a los infiernos por dos fantasmas que aparecieron en su vida, dos incidentes aparentemente menores pero que le obligaron a dimitir.

Su segundo, Angel Garrido, se sentó en esa silla eléctrica que es la presidencia de la Comunidad a la espera de la gran decisión. El presidente del Gobierno y del PP debía colocar su dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, como los emperadores romanos. Si le salvaba estaría un año de interino, si le condenaba volvería al escaño como simple diputado. En 2019 ya no encabezó el cartel del PP y cambió de partido. Consiguió ser consejero de Transportes. Menos da una piedra.

En 35 años de existencia de la Comunidad autónoma, la izquierdas ha gobernado durante doce y la derecha durante veintitres, casi el doble. A tres años de la obligada cita con las urnas y con cuatro actores principales en lugar de tres - siempre que se repita la unión entre Podemos e IU - todas las señales ( encuestas) indican que la lucha por sentarse en los despachos de la Puerta del Sol y de la plaza de Cibeles va a ser durísima..

Los candidatos elegidos tendrán que volver a pactar como lo están haciendo ahora, en un equilibrio inestable, para conseguir la ansiada mayoría. Puede que ya no esté Angel Gabilondo, puede que permanezca Ignacio Aguado, puede que consiga una victoria clara para el PP con Díaz Ayuso. Será de nuevo un regalo envenenado el que se entregue desde el palacio de La Moncloa, si está Pedro Sánchez o desde la sede central de los populares en la cale Génova. Y la maldición seguirá presente, conviene que los que se están peleando y los que se vayan a pelear por el sillón no lo olviden.


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