Todos aquellos eran tan españoles en sus distintas lenguas, creencias y banderas como los que ahora salimos a la calle a miles para intentar que esas lenguas, creencias y banderas no se conviertan en una muralla o un gran barranco que separe la trabajosa unidad que se ha conseguido durante unos cuartos siglos; y si se quiere durante los últimos cuarenta años.
Estamos en el siglo XXI, la tecnología ha destruido las últimas fronteras y va a seguir derrumbando las que se quieren levantar.
Aquí, tras pactar en el 78 una forma de convivencia, nos hemos dedicado a vivir en una libertad y en una paz imperfectas, como todo lo humano, pero mucho mejor que lo que habíamos dejado atrás. Es evidente que aquel acuerdo votado por la inmensa mayoría tiene que actualizarse, pero también y con mayor urgencia tienen que actualizarse los 17 Estatutos que han convertido a España en un queso gruyere difícil de mantener y que está en la raíz de nuestros recientes males.
Es un lujo tener en estas tierras que cierran Europa por el sur lenguas diferentes y culturas diferentes que suman en lo común. Es una suerte que Cataluña sea como es, al igual que es una suerte que lo sean Galicia y Euskadi, las tres Comunidades a las que hemos considerado históricas pero que no lo son más que Valencia o Murcia o Navarra o la extensa Castilla o León. Todos esos nombres han ido conformando lo que somos, lo que es esta España que se returce y grita de muy distinta manera pero, en el fondo, con el mismo objetivo.
Ser español hoy es ser lo que sumaba Miguel Hernández en sus vientos del pueblo, la calle de estos dias no es la de los independentistas o los constitucionalistas, por supuesto no la de los fascistas, es la que describía Celaya, la calle de pasearse a cuerpo para decir que somos lo que somos gracias a las tres culturas que se asentaron en Toledo, que en nuestras raices está la Alhambra y las Cuevas de Altamira, que fueron extremeños los que alumbraron lo que hoy es Iberoamérica, que fueron vascos los que dieron la primera vuelta al mundo, que aragoneses y catalanes fueron los reyes del Mediterráneo, que desde Galicia se han repoblado de españoles buena parte del planeta, y que sin los viejos y casi olvidados reinos de Castilla y León no se hubieran construido las catedrales góticas que conforman uno de nuestros grandes tesoros.
No tiene ningún sentido promover que España se rompa en pedazos. No lo tiene desde el punto de vista social, no lo tiene desde el punto de vista cultural, y no lo tiene desde el punto de vista económico. Pedir y combatir por ello es de ciegos, producto de los intereses particulares de una minoria, ya sea por avaricia o por miedo. Consecuencia de los errores cometido en estos cuarenta años por las minorias políticas, por el afán de gobernar a cualquier precio, por los cambalaches que miraban al bolsillo y no a los corazones.
Tiempo de reflexión y no de violencia, de generosidad y no de venganzas, de comprensión y no de textos legales.
Lo que está pasando ha creado una brecha entre territorios, entre generaciones y entre clases sociales. Los culpables no somos todos los españoles, los culpables son los dirigentes que no han sabido o querido ver el futuro y se han engañado con espejismos de seguridad que no existían. Si cuando se habla del amor entre personas se asegura que es un sentimiento que hay que mantener cada día, al que hay que dedicar tiempo y esfuerzo, al que hay que evitar que caiga en el aburrimiento y la distancia, lo mismo cabe decir de ese sentimiento entre Comunidades, territorios, naciones...
Cataluña no es sólo de los catalanes que allí viven, de igual manera que Andalucía no lo es de los andaluces, Galicia de los gallegos y La Rioja de los riojanos. Estamos mezclados y bueno será que cuando empleemos la historia sea para sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho en común y de lo que han hecho por separado aquellos que viven junto a nosotros.
El uso de la violencia se deja en manos del estado para preservar la paz y la convivencia y malo será que el estado ejerza la violencia para defender a una parte del pueblo español frente a otra parte del pueblo español.