Ni sus cuitas con la Justicia por presuntos delitos de corrupción, ni las ruidosas y cada vez más nutridas manifestaciones semanales de protesta ante su domicilio, ni el cansancio por la cansina rutina de acudir a las urnas cuatro veces con el mismo resultado de bloqueo y vuelta a empezar, parecen hacer mella en un Netanyahu cada vez más crecido. Con todos sus inconvenientes, la pandemia ha sido políticamente rentable para el jefe del Gobierno de Israel. Su campaña de vacunación está resultando un éxito, siquiera por comparación con la chapucera lentitud e inconvenientes en administrarla que encuentran los países de la Unión Europea. Ha conseguido también el innegable éxito diplomático del reconocimiento de Israel por parte de importantes países árabes con los que Israel jamás había estado en guerra, y ha logrado un innegable avance en cuanto a su imagen de país puntero en la investigación y aplicación de las más modernas tecnologías a la práctica totalidad de los sectores económicos. Un nuevo poder blando, tanto o más decisivo para Israel que el de su incuestionable fortaleza militar.
Como el acreditado animal político que es, Netanyahu volverá a ganar las elecciones. Que consiga los 61 escaños imprescindibles para tener la mayoría de la Knesset y disfrutar de una legislatura estable, no está tan claro. Pero eso a él seguramente le da igual. Se convocan las quintas elecciones y a seguir gobernando entretanto y consiguiendo nuevos éxitos parciales. Ni los Estados Unidos de Joe Biden van a revertir la decisión de Donald Trump de instalar la Embajada en Jerusalén, decisivo espaldarazo a la ciudad tres veces santa como capital eterna del Estado judío, ni tampoco van a desmantelarse las numerosas colonias instaladas en Cisjordania, por ejemplo.
En los pasados comicios, Benny Gantz y su coalición Azul y Blanco pudo ser su reemplazo, pero consideró que ante la pandemia lo patriótico era aunar fuerzas con Netanyahu. El resultado para él es que su coalición se desintegró tras decepcionar a quienes pusieron en él las esperanzas del cambio. Las encuestas le ponen ahora, a él y a su partido, al borde del extraparlamentarismo, es decir si no consigue superar el umbral mínimo del 3,25% de los votos para tener representación en la Knesset.
Tampoco son generosos los sondeos con las otras tres principales fuerzas políticas: la centrista Yesh Atid (Hay Futuro) de Yair Lapid, y las conservadoras Nueva Esperanza de Guideón Saar y Yamina de Neftalí Benet. Tendrían que experimentar un fuerte avance las tres, y conseguir de paso que no se hundiera totalmente Benny Gantz, e incluso que diera la sorpresa el Partido Laborista, quién al mando de Merav Michaeli, la única mujer que lidera un partido político de los catorce susceptibles de repartirse los 130 escaños del Parlamento, intenta renacer de sus cenizas.
La campaña de Michaeli es una de las más agresivas contra Netanyahu, al que acusa sin ambages de haber agitado desde su entronización al frente del Likud en 1993 una campaña de odio para deslegitimar al centroizquierda. A su juicio, ese discurso tan descarnado y radical condujo al asesinato de Yitzak Rabin y a la destrucción del partido que había sido decisivo en la construcción del Estado de Israel desde su instauración en 1948. A la vista de los sondeos, bastante tendrá Michaeli con ganar su propio escaño y alguno más, de acuerdo con el 5% que le otorgan las encuestas. ¡Qué lejos quedan ya los 34% que obtuviera Rabin en 1992!
Tampoco parece que los árabes israelíes vayan a ser decisivos esta vez. La Lista Unida Árabe, que merced a aglutinarse en coalición llegó a ser la tercera fuerza parlamentaria, ha sufrido la escisión de la islamista Raam, que –buena noticia para Netanyahu- estaría dispuesta a apoyar por vez primera en su historia a un gobierno estable presidido por él.
Ni qué decir tiene que sus socios tradicionales ultraortodoxos le seguirán apoyando incondicionalmente. Tanto Shas como Judaísmo Unido de la Torá no moverán sus votos un ápice en otro sentido que no sea respaldar a Netanyahu, lo mismo que el más ultraderechista Partido Sionista Religioso. Por lo tanto, gane o no gane Netanyahu, seguirá en el poder, aún a costa de gobernar en funciones, y esperando a los nuevos comicios, que en tal caso serían los quintos, a celebrar entonces a comienzos del verano.
Por el camino esta edición electoral habrá consumido un gasto equivalente a 170 millones de euros, el mayor de la historia electoral israelí. El fuerte aumento se debe a la enorme logística desplegada con motivo de la pandemia, para garantizar que tanto los enfermos de la COVID-19 como los obligados a guardar cuarentena puedan ejercer su derecho de sufragio.