Al presidente ruso, Vladimir Putin, le considera un asesino y pagará un alto precio por interferir en las elecciones norteamericanas de 2020. A China, durante la reunión de los responsables de Asuntos Exteriores y de Seguridad de ambos países, celebrada en Alaska, le ha acusado de llevar a cabo ciberataques y de violar los derechos de los uigures musulmanes, de la población del Tíbet, de Hong Kong y Taiwán, a los que coaccionan económicamente, siendo aliados de Estados Unidos.
La reacción de Putin fue burlarse del propio Biden y llamar a consultas a su embajador en Washington, algo que no había ocurrido ni durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962, ni en otros momentos graves de la Guerra Fría.
Sobre la mesa está la posible ruptura de las relaciones entre los dos países. Sin duda, Biden tiene razones para desenmascarar la acción de Putin, a través de un empresario ucraniano que, en plena campaña electoral, acusaba al hijo del actual presidente norteamericano de utilizar la influencia de su padre para hacer negocios. Incluso, las acusaciones de la Casa Blanca se refieren a acuerdos secretos entre Donald Trump y Vladimir Putin.
Las consecuencias de este enfrentamiento tendrán una primera consecuencia económica y comercial y veremos hasta dónde está dispuesto a llegar Joe Biden en su propósito de encarar una nueva relación con la Rusia de Putin, que en estos años ha logrado un papel relevante en Oriente Próximo con su control de Siria y un gran rearme militar; pero, sobre todo, y aquí está la verdadera intención, neutralizar los intentos de Trump de mantenerse activo en el escenario político y convertirse en un azote constante con el objetivo de recuperar la presidencia en las elecciones de 2024.
En el caso de China, la respuesta fue inmediata por parte del miembro del Politburó del Partido Comunista Chino Wang Yi acusando a los norteamericanos de ser los campeones de los ciberataques; y rechazó su defensa de la democracia y la libertad al afirmar que los disturbios raciales en Estados Unidos demuestran que mucha gente no confía en la democracia que Estados Unidos promueve por el mundo.
Insultos y amenazas que ponen en duda la cumbre virtual que Joe Biden y Xi Jinping tienen previsto celebrar el próximo 22 de abril con motivo del Día de la Tierra. La nueva Administración norteamericana ha puesto las cartas boca arriba y esperemos que haya calculado bien la jugada porque en estos momentos de pandemia y grave crisis económica y de empleo, lo que el mundo necesita es estabilidad y colaboración. Eso sí con unas reglas de juego claras para todos para que la estabilidad tenga bases solventes.