Por Marta G.Galán
El rey de Marruecos ha lanzado a miles de inmigrantes hacia Ceuta y Melilla, en un acción que ha recordado la “marcha verde” que organizó su padre Hassan II, para ocupar el Sahara en 1975. El susto de Pedro Sánchez ha sido tan morrocotudo que incluso pensó en recurrir al ejército.
Primero fueron las restricciones puestas al paso de las porteadoras que cada día pasaban de Marruecos a Ceuta y Melilla para retornar cargadas de todo tipo de género. Luego fueron las medidas impuestas a los importadores para que las mercancías entren obligatoriamente por los puertos marroquíes y no por los de las ciudades españolas. Ahora ha llegado el tercer aviso, abriendo la mano para que todo el que quiera puedan entrar ilegalmente en España.
El detonante de la afluencia masiva de inmigrantes a Ceuta y Melilla parece haber sido el enfado del rey Mohamed VI por la negativa de España a aceptar la ocupación del Sahara que dura ya más de 45 años, desde la llamada “marcha verde” que organizó el padre del actual soberano, Hassan II cuando Franco agonizaba en 1975.
Eso sumado a la acogida que España ha dado, por razones humanitarias, al secretario general del Frente Polisario, que lucha contra Marruecos con el apoyo de Argelia, Brahim Gali, en un centro oncológico de Logroño con nombre falso, que provocó que el ministro de Exteriores marroquí llamara a consulta al embajador español Ricardo Díez-Hochleitner.
Ahora ha sido la ministra Arancha González Laya la que ha hecho lo mismo con la embajadora marroquí, Karima Benyaich, que tras preguntarla por las razones de que la gendarmería de su país no frene a los inmigrantes, sino que los anime a entrar en España, afirmó que las relaciones entre países vecinos y amigos se tiene que basar en "la confianza mutua, que se tiene que trabajar y nutrir". Y que “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”, en clara referencia al apoyo que España al Polisario.
La anterior crisis más grave entre España y Marruecos tuvo lugar durante el gobierno de José María Aznar en julio de 2002, cuando un grupo de gendarmes enviados por Mohamed VI ocupó el islote Perejil, a 200 metros de Ceuta, y España respondió enviando tropas para ocuparlo. Finalmente la mediación de Estados Unidos hizo que la sangre no llegara al río.
Marruecos inició en 2020 una nueva ofensiva diplomática en Europa después de que lograra que el presidente norteamericano Donald Trump manifestara públicamente su apoyo a la ocupación marroquí del Sahara, en contra del criterio que viene manteniendo la ONU de que se organice un referéndum para decidir el futuro de la ex colonia española.
No solo España ha sufrido las consecuencias de los enfados del rey marroquí, sino que hace unos meses, su gobierno decidió retirar a su embajador en Alemania también por la negativa de Angela Merkel de apoyar la ocupación del Sahara. En cambio, el gobierno francés de Emmanuel Macron decidió abrir un consulado en Dajla, la antigua Villa Cisneros española.
Todos estos problemas han producido un estrangulamiento económico de Ceuta y Melilla cuya actividad principal era el comercio entre la península y Marruecos. El cierre comercial de las fronteras terrestres también se han sentido en las ciudades marroquíes, pero el gobierno del país mantiene un control férreo de las protestas haciendo que la única salida que les quede a muchos jóvenes sea la de intentar entrar en Europa como sea.
La crisis económica marroquí ya provocó el año pasado una avalancha de pateras llenas de jóvenes marroquíes a las costa de las Islas Canarias que provocó un grave problema logístico, además de una gran tragedia por los numerosos ahogados en el mar, lo que ya desató numerosas críticas a la gestión de los dos ministros involucrados, el de Interir, Fernando Grande-Marlaska, y el de Inmigración, José Luis Escrivá.