Raúl Heras

Necesitamos al Rey

Martes 21 de octubre de 2014
Don Juan Carlos es la última referencia para evitar que se desmorone el edificio que levantamos desde 1978 y que los cascotes caigan sobre los mismos de siempre. Lo necesitamos desde su papel de Rey constitucional y democrático

Tal y como están las cosas, cada día esperando que el siguiente no sea peor, con las fechas del calendario volando entre las elecciones griegas, las elecciones francesas, el retroceso generalizado de las bolsas, las nuevas formas de prestar dinero a los países en apuros ( siempre a favor de Alemania, no conviene olvidar esta premisa ), con una oposición principal dividida en su liderazgo, con un gobierno que cambia con la misma rapidez con que sus ministros viajan a Bruselas, a Berlín o a Washington, y con unas autonomías que se debaten entre apretar más en sus reivindicaciones económicas o intentar el asalto final a una hipotética independencia que les dejaría aún más dependientes de lo que son ahora con este estado de las autonomías, que se desangra por la hipertrofia administrativa que hemos montado entre todos, desde aquel lejano día en que Manuel Clavero Arévalo orquestó una sinfónica de 17 coros. Digo que, con este panorama que nos acompaña desde que el despertador nos conecta con la radio, el café con las portadas de los periódicos, ya sea en en papel o internet, y la cena con un fin de fiesta del que apetece no levantarse, la conclusión a la que se llega es que NECESITAMOS AL REY, dicho sea desde un espíritu republicano y crítico con todo aquello que llegue por herencia y no por el esfuerzo singular de las personas.

Don Juan Carlos no va a cambiar, ni para lo malo, ni para lo bueno.Tiene mucha "mili" detrás de él, muchas situaciones vividas desde que llegó a España para educarse a la sombra de Francisco Franco, que era un dictador salido de la Segunda Gran Guerra, que logró que le reconocieran en él la línea dinástica que había roto su abuelo, Alfonso XIII, que consiguió que su padre, el conde de Barcelona, le rindiera pleitesía por "España, siempre por España", que alcanzó el trono desde la dictadura y lo mantuvo contra los intentos de volver a esa dictadura tras hacer un auténtico "gambito de dama" con la llegada de Adolfo Suárez a la jefatura del gobierno. Y que se llevó muy bien con el socialista Felipe González, y algo peor con el popular José María Aznar, y que a partir de esos dos dirigentes y con España metida de lleno en un problema mundial que amenaza con aplastarla, está comprobando día a día como lo que era un secreto a voces es ahora una verdad a las mismas voces.

Con todo lo que nos agobia sobre esa mesa en la que los miles de millones de euros parecen las últimas jugadas de poker de unos países desesperados, creo que NECESITAMOS AL REY tanto o más que aquel lejano día de febrero en el que unos guardias civiles entraron en el Congreso de los diputados y unos generales quisieron que por las calles de las ciudades de España el tráfico lo controlaran los tanques. Y lo necesitamos por ser esa última referencia que puede evitar que se desmorone el edificio y que los cascotes caígan sobre los mismos de siempre, los menos favorecidos, los más pobres, los más desvalidos, los otros, los de don Dinero por delante ya se habrían marchado con sus fortunas a lugares más seguros y más especulativos, digamos que a Alemania, a Luxemburgo o a cualquier paraíso fiscal en los que los euros, los dólares, los yenes o los rublos se multiplican a base de apostar contra los países más débiles: cuanto más pierdan, ellos más ganan.

Que el Rey ha metido la pata hasta los corvejones y en más de una ocasión es ya un lugar común, no hace falta recordar al elefante de Bostwana, ni a la princesa de rebote. Llevamos años aceptándolo, con la diferencia de que hasta ahora no estábamos tan mal, tan angustiados, tan sometidos a ese engendro llamado mercados que cambia de aspecto con la misma facilidad que nosotros nos cambiamos de camisa. Diré que eso, hoy y mañana no es lo importante. Lo que le lleva a ser un hombre especial es el papel que viene desempeñando en la articulación de España, en su estructura de Estado, en sus relaciones internacionales - que eran privilegiadas hasta que empezamos a reducirlas día sí, día también creyendo que practicábamos una democracia real ( que ha resultado tan irreal como las películas del Hollywood digital ) por encima de l resto de las democracias que nacieron antes que la nuestra.

Necesitamos al Rey por el papel que juega en ese terreno de juego duro en el que se han convertido las relaciones internacionales. Le necesitamos con muleta y presidiendo el Día de las Fuerzas Armadas. Le necesitamos para hablar con Obama y con Merkel y con Hollande. Le necesitamos para que cumpla con el papel que le asigna la Constitución. No para menos, tal vez para más. Para que asuma a fondo su compromiso de Rey constitucional y democrático, ese que aparece en la Carta Magna que se redactó y aprobó en 1978. Lejos, muy lejos de lo que hicieron sus antepasados, ya fueran hombres o mujeres. Si Juan Carlos I no quiere ser el primero y el último del Régimen que salió de un proceso democrático en el que vencedores y perdedores de nuestra propia Gran Guerra decidieron caminar juntos, debe convencer a los españoles de que al frente de la Jefatura del Estado hay alguien que es capaz de aceptar los nuevos desafíos que han llamado a su puerta. Y si lo hace, y lo consigue - y puede que sea el mejor preparado para hacerlo - su hijo Felipe conseguirá poner el número romano VI detrás de su nombre.

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