Si esto es así, la demanda de incrementos salariales se va a recrudecer y el discurso más duro que ahora parece limitado al Banco de Inglaterra y a la Reserva Federal, alcanzará también al BCE. Es por eso por lo que en los mercados se atiende cada vez más a las expectativas de inflación, algo que los bancos centrales tratan, mediante su discurso, de moderar.
A su pesar, y aunque todavía hablamos de tasas modestas, la inflación cotizada a través de los títulos de deuda indexados, ya está en EE.UU. para el plazo de 10 años en el 2,6% de promedio anual y en el 2,90% en el promedio de 5 años. El primero en máximos desde 2012 y el segundo en máximos desde 2005.
La pregunta es hasta qué punto los bancos centrales están dispuestos realmente a pagar el precio de controlarla, y qué puede ocurrir si deciden no hacerlo. Aunque su margen es limitado, si lo hacen, pueden todavía controlar las expectativas, y aunque mantengan los tipos reales en negativo, tendrán que reducir las inyecciones de liquidez y los veremos subir moderadamente los tipos nominales.
Si deciden que no hay margen para que la economía soporte, además del incremento de costes, un incremento de tipos, entonces tendremos un escenario que no es en absoluto el que los mercados descuentan y eso tendrá como consecuencia una revisión general de expectativas en todos los activos, tipos de cambio incluidos.
No digamos si reemerge el virus, algo que nadie quiere contemplar, pero incluso en Occidente hay amplias capas de la población sin una adecuada vacunación, una cifra que se estima que puede alcanzar el 25% en Europa y cerca del 45% en EE.UU. Se teme además una alta incidencia del virus de la gripe este otoño/invierno, de modo que, aunque el número de hospitalizados pueda ser gestionado, esto no hará más que acentuar las disrupciones que crean los cuellos de botella.
No será fácil mantener durante mucho tiempo a los agentes económicos en la convicción actual de una inflación pasajera, y es probable que pronto asistamos a un discurso menos complaciente, acompañado de medidas lo menos lesivas posible, dirigidas a mantener la convicción mayoritaria actual de que habrá control y buscando que el mercado haga en parte el trabajo a los bancos centrales.
Se asume que el BCE está más lejos del ojo de la tormenta, de ahí el comportamiento del euro, pero será muy difícil, y más en pleno proceso de revisión de las reglas fiscales, que la política monetaria en Europa se mantenga alejada de idénticas presiones. Si la crisis de oferta nos lleva, o viene acompañada, de una crisis energética, la historia nos recuerda que a estas crisis siguen procesos recesivos intensos, y esto cambiaría mucho las expectativas en las que se basan los actuales pronósticos.
El periodo hasta la próxima primavera es una especie de carencia en el que las convicciones actuales pueden aguantar, apoyadas en la idea de que el estímulo económico pesará más que la lucha contra la inflación, y, por consiguiente, las implicaciones de un discurso monetario de tono más duro no deberían de jugar, algunos meses más, un papel más relevante de lo que ya lo han hecho hasta ahora.