La presidenta del Gobierno regional y la líder de Más Madrid han convertido cada uno de los debates que se producen en la Asamblea en una pelea a tumba abierta, en un espectáculo de boxeo en el que los insultos, las descalificaciones, los ataques personales han sustituido a la reflexión, las propuestas, las ideas o los programas. Todo vale contra el adversario y la lista de adjetivos descalificadores aumenta día a dîa si que parezca tener fin. Se busca la victoria por ko de la adversaria.
Las dos máximas responsables de las dos principales formaciones en la Comunidad de Madrid, tanto el que ostenta la clara mayoría parlamentaria y una gran parcela de poder en los municipios de la región, y por supuesto en el Ejecutivo autonómico y el Ayuntamiento de la capital; y la que aspira a desbancarla de ese "trono" con permiso y ayuda de los otros dos grupos de la izquierda como son Unidas Podemos y el PSOE, han llegado a un punto en el que todas las frases que se cruzan cada semana parecen estar dictadas más por cuestiones personales que por oposición política y diferencias doctrinales y programáticas.
Es difícil encontrar un atisbo de lógica, de razonamiento, de debate sobre los problemas reales de los madrileños que no se mezcle con el insulto directo y de la peor condición. En cada frase dirigida al contrario aparecen las palabras corrupción, golfería, indecencia... Se busca acabar con el adversario por KO, nada de victoria a los puntos, nada de sumar voluntades para llegar a acuerdos que favorezcan a los ciudadanos.
Si Isabel Díaz Ayuso emplea su mayoría para imponer cada una de las medidas que impulsa su gobierno, Mónica García busca en cada intervención reforzar su papel de liderazgo no sólo en la izquierda madrileño, por encima de los “partidos perdedores” que encabezaron electoralmente Angel Gabilondo y Pablo Iglesias, también y a semejanza de Ayuso, en el ámbito nacional, alejandose una y otra vez de las directrices y estrategias de Iñigo Errejón, una víctima ocasional del feminismo galopante en el que se ha embarcado la política española.
El resto de la Cámara autonómica asistencia como espectadores al combate de las dos dirigentes, y se limitan a constatar que de aquí a las elecciones del 2023 todo seguirá igual: ataques y más ataques entre los dos " gladiadoras" que se suben al ring cada Pleno semanal hasta que las urnas digan quien esta más "sonada" y quien pierde el " cinturón" de campeona.
Desde su puesto en el Hemiciclo, la presidente de la Asamblea poco puede hacer, por más que su talante moderado y siempre en busca del diálogo, le pida unas intervenciones más directas para cortar lo que muchas veces de convierte en un cruce de descalificaciones que no lleva a ninguna parte.
En ese callejón sin salida, insisten una y otra vez en machacar al contrario con la misma falta de argumentos y con la misma dureza verbal. Bastante tiene Eugenia Carballedo con dirigir lo que parece muchas veces un circo de varias pistas en las que el más difícil todavía es la exigencia de cada plenario.
Da igual que el tema a tratar sea la educación, la sanidad y las secuelas del Covid, las obras públicas, o los deshaucios. Nada se puede pactar, acordar, analizar, desarrollar o buscar alternativas más beneficiosas para los ciudadanos. Si una dice una cosa o plantea un programa ya sabe que desde el otro lado se opondrá de forma radical, sin concesiones.
Están juego el papel de cada una, incluso su propio futuro político más allá del ámbito regional: Ayuso tiene que ganarse el difícil respaldo del PP nacional para su deseo de presidir el partido y aparecer dentro de dos años como tal delante de las urnas; y García sueña con ser la posible sustituta ante la orfandad de la que dan testimonio tanto desde el lado socialista como de la coaliccón de Unidas Podemos.
Si Díaz Ayuso tiene entre sus ambiciones ocupar un día el palacio de La Moncloa y salvo sorpresa mayúsculas, sabe que tiene que esperar a que Pablo Casado no lo consiga, ya sea por perder las elecciones como por no conseguir la mayoría absoluta en el Congreso; Mónica García es consciente de que más allá del ámbito madrieño su destino estará ligado a la entente que parece haber formado Yolanda Díaz en torno a su persona, con un seguro en la recámara que le llevaría a pactar con las otras fuerzas de la izquierda si la suma de las tres superara los 68 parlamentarios de la mayoría absoluta, hoy por hoy muy lejos de la “estabilidad” que desde Vox ofrecen al Partido Popular, tanto a nivel comunitario como en el Ayuntamiento de la capital.
En 17 meses tendremos ( ellas también ) la respuesta, con la posibilidad de que un adelanto electoral a nivel nacional o por parte de Pedro Sánchez obligue a un cambio en las ambiciones y en las expectations de ambas líderes para que las urnas dictaminen quien ha conseguido perder menos en esta batalla. Se trata de salvar lo mejor posible el deterioro que la clase política en general esta teniendo en su imagen ante el resto de la sociedad. Más que ganar por convencimiento de las propuestas y las alternativas ante tanto despropósito, se piensa en que el adversario pierda.
Los que pueden recoger una buena proporción de este choque de trenes entre las dos grandes son las otras tres formaciones políticas, sobre todo el PSE, si acierta con la candidatura, hoy por hoy en entredicho, y en menos medida VOX y Unidas Podemos, que estarían encantados de recoger esos posibles miles de votos en sus respectivos sacos si se produce el inevitable cansancio en el electorado madrileño.