Va a cumplir dos años como ministro de Consumo y lleva veinte dentro del comunismo que se declara heredero de Marx, de Lenin y de Gramsci. Se llama Alberto Garzón, nacido en Logroño pero sinténdose malagueño, casado, con dos hijos y un auténtico especialista en demostrar que es el ministro al que menos le gusta ser ministro. Tan poco le gusta que lleva pidiendo desde hace 600 días que Pedro Sánchez le cese.
Le apoyan con la boca pequeña los suyos, desde el portavoz Echenique a la vicepresidenta Yolanda Díaz, por su último éxito público, estrenado en Londres y traído a la escena política española de forma inmediata.
A un mes de las elecciones autonómicas en Castilla y León, en las que Unidas Podemos se juega una buena parte de ser alguien o seguir el camino de perdición que se augura desde hace tiempo a Ciudadanos, lanza un misil contra la carne que se produce en nuestro país y contmpla asombrado como, en lugar de impactar contra las contaminates macrogranjas que condena Europa, se da la vuelta y hace blanco en su cuerpo, en su Ministerio, en su papel dentro de Izquierda Unida y hasta en el pequeño portaviones que fue Unidas Podemos y que lleva camino de quedarse en ligera fragata.
La clase política que gobierna en la España profunda, la que vive en el campo y por el campo, la que puebla sobre todo las dos Castillas, Extremadura, Aragón y Andalucía, se le ha echado encima con la velocidad del rayo deseos a de convertir su carne en picadillo en los medios de comunicación. Estudiar ha estudiado. Siempre ha querido ser político y dirigir a una parte de la izquierda, pero no ha aprendido la regla básica de ese mundo: los novatos, los pardillos no tienen ningún futuro.
Garzón, el político, no ha se paró a preguntarse y contestarse a tres normas esenciales para sobrevivir en los medios de comunicación: ¿quién era él ?, ¿qué quería decir?, ¿ cuándo lo quería decir?, ¿cómo lo quería hacer?, ¿ dónde lo iba a hacer?¿ para qué lo hacía?, ¿ por qué lo hacía?, y la consecuencia : ¿ qué podía pasar después?. La última pregunta ya tiene contestación, las otras siete le convendría colocarlas en su agenda para repasarlas antes de hablar y escribir en público, ya sea en mítines, conferencias, libros, artículos y en cualquier otro medio que llegue a la sociedad.
El ministro de Consumo - que nació como entidad para dar cabida a los socios del PSOE - quiere que la sociedad y la economía que le sirva sea justa, y -para ello reivindica el sector público y ataca al sector privado. No le sirve la socialdemocracia de algunos compañeros de viaje intelectual como Viçens Navarro y Juan Torres para vencer al capitalismo que dirige a Occidente y a gran parte de Oriente.
Eso lo dice y lo escribe, lo que calla es que allí donde se desarrollaron las empresas públicas como único sistema de trabajo, el derrumbe ha sido clamoroso y ha dejado paso a un capitalismo de estado sin control social y controlado por una minoria que no duda en mostrar las enormes riqueza que ha acumulado en muy breve espacio de tiempo. Tiene cien años de historia universal a los que echar mano.
Don Alberto tiene empacho de literatura económica y una falta considerable de visión de la realidad en la que se mueve. No entiende a la España de 2022 como proyecto social, y tal parece que el denostado sillón ministerial le gusta más que los previsible resultados que la coalición que representa va a obtener a mediados de febrero. Le apasiona el oficio de orfebre de la economía y se aleja tanto del yunque y el martillo como de la hoz. Mala, muy mala praxis en estos tiempos de masas tecnológicas y necesidades básicos en la población a la que quiere salvar de los depredadores multinacionales.
Si logró pactar con Pablo Iglesias para sacar a Izquierda Unida del poco de los dos diputados en el Congreso, debería pensar sería entre en el ejemplo del e dirigente de Podemos tras los resultados autonómicos del pasado mayo en la Autonomía madrileña. Incluso en un rasgo de realidad y generosidad por su parte dimitir y dejar que otro compañero/a ocupe su puesto. Una retirada a tiempo hasta se puede convertir en victoria.
El ejemplo lo tiene en su propio espejo: su renuncia al sistema de pensiones privado que tiene los parlamentarios y la publicación de sus ingresos. Su admirado profesor, del que se dice discípulo, José Luís Sampedro se lo agradecería desde el más allá.