Estamos en un volver a empezar, en una especie del Día de la marmota política en el terreno de la izquierda española. Renegarán de ello, todos ellos, pero Yolanda Díaz, por fín defendiendo a “su ministro” de Consumo, con advertencias al Presidente sobre el futuro del pacto de Gobierno, junto a la alcaldesa Ada Colau y el resto de dirigentes pertenecientes, aliados o cercanos a Unidas Podemos, son activos herederos del socialista Alfonso Guerra.
Sus palabras y posiciones recuerdan mucho a las que decía el que fuera número dos del socialismo hispano en el inicio de la Transición. El tiempo puede engañar por las circunstancias -de las que hablaba Ortega y Gasset- pero los objetivos son los mismos: en 1982, el vicepresidente del gobierno y vicesecretario general del PSOE afirmaba que a "España no la iba a reconocer ni la madre que la parió" tras el paso por el poder del partido que había ganado con más de diez millones de votos y una mayoría absoluta de 202 escaños las elecciones generales.
Necesitaba -decía el político de la lengua más afilada de la época- 25 años para conseguir su propósito. El sólo estuvo diez y su "jefe", que no amigo, otros cuatro, pero les bastaron para que este país nuestro se desprendiera de unos cuantos tópicos y abrazara con pasión otros cuántos más venidos del exterior. La España de Franco que había heredado Juan Carlos I desaparecía y se escondía a partes iguales. Pasaron 25 años, tres presidentes de Gobierno y un Rey, pero la frase de Bismark sobre la fortaleza de España para sobrevivir a los ataques de los propios españoles está tan de moda como en aquella “Primavera” política de la Democracia.
Hoy, la vicepresidenta del Gobierno, junto a sus dos compañeros del Consejo de Ministros representando a Unidas Podemos, más la alcaldesa de Barcelona y sus colegas en Valencia, Andalucía, Madrid.. .junto a sus equipos persiguen lo mismo, que a la España de 2022 y siguientes no la reconozca ni la madre que la parió, que no es otra que la famosa Transición de la que la inmensa mayoría abjura y que desconoce casi por completo con la excusa de que no tenían la edad...
Conviene y mucho recordar que a la generación que llegó al poder en octubre de 1982 no les gustaba aquel país, que necesitaba cambiar a toda prisa y cambiar de camisas y de chaquetas para homologarse a la Europa democrática, liberal y capitalista. Lo condujo Felipe González en el timón y el Rey Juan Carlos en el puente de mando y pegado a los teléfonos que le conectaban con Washington y Bonn, la entonces capital de la Alemania democrática.
Aquello terminó hace mucho tiempo, prácticamente empezó a desaparecer a partir de 2012 con la caída Real en Botswana . El proceso de transformación estaba agotado y necesitaba otro impulso de arriba a abajo y vuelta a subir.
Ya no hay ruido de sables pero si de dinero; no hay Tácitos democristianos metidos en el sistema pero sí familias y grupos de intereses dentro de los partidos. Con los últimos datos económicos sobre la mesa seguimos en el grupo de cola de la Europa común con parecidos problemas de paro, de competitividad, de retraso en industrias competitivas, con necesidades financieras comparables. Y con un gobierno de coalición que parece abocado a padecer los mismos males que acabaron con la UCD de Adolfo Suárez y su enjambre de siglas mal cosidas.
Díaz, Colau, Oltra, Rodríguez y compañía quieren hacer borrón y cuenta nueva, lo mismo que pretendía y decía Guerra. Todo lo anterior es malo y el porvenir sólo puede tener un color, el suyo. Se ataca al idioma común, a las raíces comunes, a todo lo que une, y se apuesta por lo que separa y diferencia. Se ataca y se reciben los ataques con el mismo ardor que empleaba el que fuera número dos del PSOE para despreciar y herir a Adolfo Suárez, por entonces presidente del gobierno y a su partido.
Vuelve la izquierda, en la que hay que incluir a los nacionalistas de la CUP y Bildu, para incurrir en el mismo error pero ahora multiplicado por la experiencia de lo vivido por varias generaciones.
Prohibir vuelve a ser una de las palabras de moda. Prohibir que convive con otra que también estuvo muy de actualidad a comienzos de la década de 2008 y la crisis financiera internacional: miedo.
Este es el escenario en el que vamos a vivir otras elecciones dentro de un mes. Unos comicios en los que, pase lo que pase, se apostará por enterrar lo aprendido en estos cuarenta años. Parece que a los españoles -a los que van a votar en Castilla y León y más tarde en Andalucía, hasta llegar a las inevitables y deseadas municipales de mayo 2023- o por lo menos a sus dirigentes les gusta estar siempre empezando. Empezar y trocear, una pasión de ratones.