Pedro Sánchez y Pablo Casado desean con todas sus fuerzas que desde Washington les quieran. El primero para mantenerse, el segundo para llegar
Lo consiguió Francisco Franco en 1953 con el presidente Eisenhower al terminar la Gran Guerra y así se mantuvo como Jefe del Estado durante 36 años. Hicieron lo propio Juan Carlos I y sus Jefes de Gobierno hasta 2014, incluyendo la trivial picaresca de Rodríguez Zapatero de quedarse sentado ante la bandera de las barras y las estrellas en el Paseo madrileño de la Castellana. Rectificó enseguida.
José María Aznar se sentó en el rancho de George Bush con los piés sobre la mesa y apoyó con entusiasmo la falsa guerra de Irak, pero mucho antes Felipe González, con Javier Solana de titular de Exteriores antes de convertirse en Secretario General de la OTAN, se puso al servicio de los intereses de USA y de la Alemania de Kohl para destruir a la antigua Yugoslavia y convertir los Balcanes en un sangriento polvorín de seis naciones y dos territorios de dudosa independencia.
Hoy, el diplomático Albares le hace a Pedro Sánchez las labores de mediación con el presidente Biden mientras su colega de Defensa se apresta a participar en la no declarada guerra de Ucrania si la Rusia de Putin decide que sus tropas invadan la antigua República que formó parte de la URSS.
Necesidad de reconocimiento para mantenerse en La Moncloa y terminar la Legislatura y necesidad de intervención de Washington en el conflicto con Marruecos. Kiev y Rabat unidos por un largo lazo que Sánchez desea que pase por Madrid.
Putin quiere seguir gobernando Rusia y hasta puede que sueño con regresar al “Imperio rojo” que Lenin y Stalin construyeron sobre las ruínas del zarismo y la guerra contra la Alemania de Hitler. Fueron tan aliados de Estados Unidos al principio como enemigos al terminar el conflicto que asoló Europa. Por esa razón tiene la “obligación patriótica” de oponerse a la entrada de Ucrania en la OTAN o al despliegue de fuerzas de la Alianza en su frontera.
Lo compara con la respuesta que daría el propio Biden o cualquier presidente norteamericano si Méjico firmara un acuerdo con Rusia o China de caracter militar que conllevara la presencia de tropas de esos países en su frontera con USA. La crisis de los misiles con Cuba es un buen ejemplo, y La Habana está mucho más lejos de la capital estadounidense que Kiev de Moscú.
El amigo americano lleva cien años de amores y desprecios con España, ya sea en la América que hoy reniega de su pasado español o en la Europa que intenta y no logra tener una voz única y fuerte a la hora de negociar su futuro.
A Rusia le gustaría, a China - que está a la espera del último acto de esta teatral tragedia - le vendría muy bien un conflicto armado, y el gobierno USA, que sigue siendo la primera potencia mundial, necesita de un enemigo recurrente, como el fantasma del comunismo, para articular su política interior y su maltrecha economía. El poderío del siglo XXI está en juego.
La España oficial de Pedro Sánchez y Pablo Casado (tanto monta, monta tanto) desean con todas sus fuerzas que desde Washington les quieran. El primero para mantenerse, el segundo para llegar. El resto de fuerzas políticas, les guste mucho o poco, no cuentan. Ni la izquierda de Unidas Podemos, ni la derecha de Vox, ni mucho menos la debilitada y agónica Ciudadanos. Tampoco los nacionalistas vascos y catalanes, que saben de su papel de peones en el ajedrez de la geopolítica mundial. Nos guste mucho o nada a los ciudadanos españoles no podemos estar “enfadados” con Estados Unidos y lo que representa.
Lo que si podemos hacer es negociar de verdad los apoyos, no ser los primeros en presentarnos en el ring y esperar a que el resto de países de la Unión Europea se pronuncien y actuen, desde Francia y Alemania a Italia o Polonia. La habilidad hoy como ayer, en materia de política exterior, se mide con el termómetro de la prudencia. El ministro Castiella, en los años 50 del siglo pasado, la tuvo; el ministro Albares tendrá que demostrarla.
Lo peor que puede hacer un peso pluma como es nuestro país es ponerse en mitad del ring cuando dos pesos pesados están dispuestos a repartir puñetazos. Los primeros golpes irán a parar al “intruso”, luego es hasta posible que los dos contendientes que se han desafiado firmen otra Paz inestable.