Las elecciones del 13 de febrero se han convertido en un espejo en el que se miran todos los partidos. Unos ven reflejada su verdadera imagen y otros prefieren decir que el espejo es de Feria y que lo que se ve es la España deformada que cambia tras cambiar de espejo. En lo que coinciden es en el miedo que les ha entrada de cara a ese futuro que se les viene encima cargado de urnas y de formaciones provinciales.
Si lo ocurrido se mantiene en el tiempo puede que el actual presidente de Castilla la Mancha deje de serlo y que lo mismo ocurra en la Comunidad Valenciana, en las Islas Baleares, en Andalucía, en Canarias… ¿ Podemos imaginar unos comicios en los que haya hasta 50 ofertas electorales y que los ciudadanos de Mallorca, Menorca e Ibiza voten en de forma diferente?. ¿Qué eso mismo ocurra en Albacete y Cuenca; en Alicante y Castellón, en Las Palmas y Tenerife, en Cáceres y Badajoz y en esos más de ocho mil municipios que conforman España?.
Mañueco lo tiene fácil: hace caso a Ayuso, ignora a Casado, pacta con Vox y sigue gobernando en Castilla y León hasta las próximas elecciones autonómicas. En ese camino tendrá el apoyo de la presidenta madrileña, que se lo ha dicho, y el de sus colegas de Andalucía y Murcia, que no lo han hecho pero piensan lo mismo.
El vencedor de las elecciones en Castilla y León ya ha hecho su trabajo y ha ganado en las urnas. Díaz Ayuso, Juanma Moreno y Fernando López Miras tienen la obligación de hacerlo entre diciembre de este año y mayo de 2023. Y en los tres casos el problema al que se enfrentan y con el que tendrán que lidiar en sus negociaciones internas con Pablo Casado y Teodoro García Egea es el mismo: necesitamos a Vox, necesitamos sus votos, necesitamos los apoyos que consiguen entre todos aquellos que estaban y siguen estado hartos del bipartidismo.
Sin Vox a sus espaldas o de la mano no ven futuro. La palabra ultraderecha les suena tan lejana como la de franquismo o fascismo o nazismo. Esa es la cruda realidad, el hiperrealismo pictórico llevado a la política de los votos. De nada sirven los programas, ni las ofertas, ni las negociaciones secretos si los números no cuadran y las voluntades no se doblegan.
Fernández Mañueco cuenta con 31 votos en el Parlamento autonómico, ni uno más y puede - si se enfrenta a la dirección nacional - que algunos menos. La ecuación imposible. Tiene que convencer a Pablo Casado para que le deje manos libres y ese mismo Casado tiene que comprender que la mejor forma de darle carta blanca en su ansiado ascenso a La Moncloa pasa por dejar que durante dos años la sociedad compruebe que Santiago Abascal y los suyos no son el ogro gruñón, como se le dibuja un día sí y otro también.
Vox hace méritos para ello pero si se les deja presentarse a las elecciones y que sus representantes se sienten en los escaños del poder, no existen motivos para impedir que se sienten a gobernar con los mismos derechos democráticos que el resto de formaciones. Lo contrario es hacer trampas y dejar que el pasado de los 40 años de la dictadura de Francisco Franco alargue su sombra sobre la España del siglo XXI. No existe ninguna obligación para votar las listas de Vox, ni en las elecciones generales, ni en las autonómicas, ni en las municipales; de la misma forma que no existe esa obligación con ningún otro partido, ya se llame PSOE, PP, Podemos, Bildu, PNV o CUP.
Si se cree que Abascal y sus seguidores son un peligro para la democracia llévese a los jueces, demuéstrese que sus palabras y hechos tratar de resucitar el franquismo y hasta el fascismo en nuestro país y que la Justicia actúe. El resto es utilizar el lenguaje para perpetuar los engaños.
En Castilla y León Vox ha logrado convencer a 212.000 personas para que llevan sus siglas a las urnas, desde las 75.000 que consiguió en 2019, con representación en ocho de las nueve provincias. ¿O Abascal lo está haciendo muy bien o Sánchez y Casado lo están haciendo muy mal? Creo más en lo segundo que en lo primero pero lo importante es que las dos grandes fuerzas llevan años desilusionando, sobre todo, a la España profunda.