Si se acerca, como así parece tras la carta cruzada entre los dos Reyes con los que cuenta España, uno en el trono y otro en un autoexilio, el regreso de Juan Carlos I con el permiso de Felipe VI, nos conviene a todos recordar el 20 de junio de 2014, cuando Felipe De Borbón se despertó convertido en el Rey constitucional Felipe VI.
Supo que era el primer monarca de su Dinastía que no tendría que soportar, utilizar y convivir con las cadenas militares que distintos " espadones" impusieron al pueblo español. Sus nueve antecesores en el trono de España habrán convivido con generales que les apoyaban, les combatían, les protegían o conspiraban contra ellos e incluso se convertían en regentes dada la minoría de edad de algunos de ellos. Esas cadenas no existen pero han apareciudo otras no menos opresoras, las de la clase política representada por los partidos, ya sean de derechas o de izquierdas, constitucionalistas o independentistas.
Desde hace 322 años la presencia de militares en la vida pública de nuestro país ha sido constante. El primer miembro de la dinastía Borbón, Felipe V, tuvo que pelear apoyado por su abuelo el Rey francés Luis XIV, por la corona contra el archiduque Carlos al que terminaría apoyando Gran Bretaña como una forma de controlar la expansión gala, por un lado, y en busca del comercio con América, por otro. Guerra entre dos Reyes que se cerró con el pacto de terceros países y por el que perdimos la exclusividad mercantil con el Nuevo Mundo y los territorios de Sicilia, Menorca y Gibraltar.
Ese reinado de 45 años, además, sería de ida y vuelta por la muerte del primogénito Luis, y daría paso ya con Fernando VI como Rey a una larga y desastrosa participación de España en la guerra austriaca y en la Guerra de los 7 años, sin contar la guerra interna que el monarca desató contra los gitanos, guerra racista donde las haya habido y que pretendía acabar con esa etnia en nuestro país a través de la separación de hombres y mujeres y el envió de unos y otras a trabajar en los peores y más duros oficios.
La llegada de Carlos III, que ya venía a Madrid con experiencia de gobierno en Sicilia y Nápoles, no fue mucho más tranquila en lo referente a su relación con generales y conflictos bélicos: de nuevo enfrentamiento con el Sacro Imperio Germánico, con Italia, con Gran Bretaña y hasta con Filipinas, dentro de una política exterior que nos empobrecía más y más y que nos dejaba con las arcas del estado exhaustas y la importancia geopolítica muy mermada frente a británicos, franceses y austriacos, un hecho que se convertiría e referencia constante de la vida política española de los últimos tres siglos.
Carlos IV y su hijo Fernando VII pelearon contra todos y contra todo, sin importarles mentir y volver a mentir con tal de reclamar el trono. Abdicaron en José el hermano de Napoleón, juraron la Constitución liberal de 1812, reprimieron a aquellos que se enfrentaron a su absolutismo y fueron dos de los peores ejemplos de gobernantes de nuestra historia. La llamada Guerra de la Independencia contra la Francia de Bonaparte les sirvió para regresar y someter al pueblo que se había sublevado frente al invasor con nuevas y viejas cadenas tras " depurar" al ejército de los generales que consideraban contrarios a su voluntad.
Con Isabel II aparecen al frente del país una larga serie de "espadones" que van a pelear entre ellos por el favor de la Reina, al tiempo que imponen su voluntad en base a pronunciamientos y asonadas que se suceden a lo largo y ancho del reinado: Espartero, Serrano, Narváez y O'Donnell serán el sostén de Isabel II frente a todos aquellos que desean modernizar España y entroncar con la Constitución de Cádiz, y al mismo tiempo los verdugos pasajeros de la dinastía Borbón, guerras callistas por medio, enfrentamientos de familia que han llegado a nuestros días y mal resueltos en los conflictos de las distintas ramas que pugnaban por la corona.
Si Alfonso XII tuvo en su breve reinado al general Pavía entrando en el Congreso a caballo, tras los paréntesis de Amadeo de Saboya y la I República, con el general Prim de destacado protagonista hasta que fue asesinado; su hijo póstumo. Alfonso XIII, se jugará y perderá la corona por su " entrega" a Miguel Primo de Rivera y su gobierno militar en una España convulsa, empobrecida y deseosa de una libertad que desde el poder real y militar se le negaba.
La llegada de la II República, tras las eleccciones del 14 de abril de 1931, sería la consecuencia de la miopía del monarca que abandonaría España por el puerto de Cartagena y al que el estallido de la Guerra Civil tras el alzamiento militar de los generales Franco. Mola y Sanjurjo le pillaría cazando en centroeuropa.
De 1931 a 1975 se sucederían una República y una Dictadura, tan recientes en la memoria colectiva que están pesando en los últimos movimientos en la Jefatura del Estado. La sombra de las elecciones europeas del 25 de mayo se alargan hasta la cita con las urnas autonómicas y municipales del año que viene e incluso a las generales que cerrará la actual Legislatura. La llegada democrática de Juan Carlos I estuvo precedida de su nombramiento por el Generalísimo, una situación que cambió de forma radical con las elecciones de 1977 y 1979 y con la redacción y aprobación en Referéndum de la Constitución de 1978.
Un reinado, que comenzó bajo fuertes presiones militares y que encontró la legitimidad y el apoyo del pueblo español por su defensa de la democracia frente a los intentos golpistas de los generales comandados por Milans del Bosch y Armada, del anterior de la denominada Operación Galaxia e incluso de los posteriores de los hermanos y coroneles Crespo Cúspinera.
Felipe VI llegó sin ese ruido de sables y cadenas. Lleg´0 de forma democrática, amparado por la Constitución, al margen de si se piensa que sería conveniente para la permanencia de la Monarquía someter a un Referéndum en completa libertad la forma de estado. Lo novedoso en estos 300 años es que por primera vez no existen ni ruidos de sables, ni espadones, ni generales dispuestos a interferir en la vida política y democrática de los españoles.
Todo lo que tiene que hacer, pactar y cambiar se hará desde la esfera civil, algo a lo que hasta ahora, no el pueblo, ni los Borbones estábamos acostumbrados. No quedan espadones pero si políticos dispuestos a ajustar todas las cuentas que les convengan, sobre todo si la crisis económica y social aumenta y creen ver en la polémica entre Monarquía y República un escenario en el que representar una vieja obra que entretenga a las ciudadanía.