Lo anunciaba el Frankfurter Allgemeine Zeitung en portada: “Cambio progresivo de estrategia: Estados Unidos quiere debilitar a Rusia más allá de la guerra”, al mismo tiempo que otros dirigentes europeos, como el canciller austriaco temen que la prolongación de la contienda acabe por golpear a Europa tanto económica como socialmente.
El plan de Joe Biden, tras el respaldo casi unánime obtenido de la Unión Europea a Ucrania, aí como el hecho de que Rusia haya abandonado el cerco a la capital Kiev para centrarse en las zonas rusófonas, ha fortalecido la idea de que una guerra prolongada en Ucrania serviría para lograr agotar lo suficiente a Rusia que finalmente no fuera capaz de mantener su capacidad de impedir la caída de los regímenes anticapitalistas de las ex repúblicas soviéticas.
El halcón y secretario de Estado, Antony Blinken, que compareció ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado nada más regresar de Kiev, afirmó sin paliativos que "los ucranianos ganaron la batalla por Kiev", y que no había que reparar en medios para ayudar a Zelensky para mantener la guerra viva.
El otro halcón, el secretario de Defensa Lloyd Austin, no solo habló de incrementar la militar, sino debilitar tanto a Rusia “hasta el punto de que sea imposible que el país haga lo que hizo con la invasión de Ucrania (…) No queremos que puedan reemplazar rápidamente los recursos perdidos”, afirmó refiriéndose a las bajas tenidas y a la pérdida o desgaste de potencial bélico.
Las armas pesadas que Washington y muchos aliados occidentales están suministrando ahora a Ucrania no solo pretenden aumentar los costos de la guerra de Rusia, sino también debilitar al país para provocar su derrota a largo plazo, según piensan ahora los analistas europeos.
Si es verdad, y Biden pretende que la disputa dure años, lo que no se sabe es qué ocurrirá con una Europa sometida a esa misma guerra con Rusia y cuyos efectos ya se están notando en un carencia de gas y otros combustibles, así como en un encarecimiento generalizado de los precios, así como en el aumento del peligro de una guerra nuclear, que tendría su campo principal de batalla en el centro del continente europeo.
El único mandatario europeo que ha viajado en plena guerra a Moscú para entrevistarse con Putin ha sido el canciller Karl Nehammer, tras haberse entrevistado antes con el presidente ucraniano Zelensky, que se mantiene como un firme aliado de Estados Unidos, por encima de lo que piensen algunos líderes europeos, como Macron, que preferirían no atizar más la contienda para intentar llegar a algún acuerdo de paz.
Nehammer, que afirma haberle dicho a Putin que “esta guerra debe terminar, porque sólo hay perdedores", se ha mostrado pesimista tanto por lo que ha oído en Moscú, como por la falta de apoyo por parte de la Unión Europea que se ha limitado a señalar en un breve comunicado que les parece bien cualquier iniciativa para conseguir la paz.
Austria es uno de los pocos países que perteneciendo a la Unión Europa no se ha integrado en la OTAN. Por el contrario el canciller alemán, Olaf Scholz se ha destacado en las últimas semanas como el líder europeo más partidario de la guerra contra Rusia a pesar de no haberse negado a seguir recibiendo el gas ruso como les pedía Zelenky.
Scholz ha roto abruptamente con la política más neutralista que mantenía no solo su antecesora Angela Merkel, sino por el antiguo líder socialdemócrata Kurtz Schröder –canciller entre 1998 y 2005- al que ahora la nueva dirección del SPD quiere echar del partido acusándole de “defender a Putin”.