Ahora que el ex presidente catalán comprende que su “exilio” sólo terminará cuando se entregue a la Justicia española, y que el sucesor de su sucesor se empeña en exigir responsabilidades al mismísimo presidente del Gobierno, que acepta una reunión bilateral para resolver la crisis de los espías, que hasta a él mismo le espiaron, tengo que contar la historia tal y como me la contó uno de los “espías” que vigilaban a los otros “espías” que a su vez vigilaban a Puigdemont. También al resto de dirigentes independentistas que mantienen, en baja intensidad, su pulso al estado.
Queda muy lejos nuestro primer encuentro en el hotel Pierre de Nueva York, cuando la nieve y el frío que nace del Hudson convierte Manhattan en una cuchilla helada. Hoy es distinto. En Madrid la sierra se está quedando sin la nieve de los últimos fríos y las madrugadas ya no envuelven de hielo los coches para dejarnos un sol que invita a pasear por el campo y alejarse de la diaria nube de contaminación en la que nos hemos acostumbrado a vivir.
Las acusaciones de espionaje sin autorización judicial se cruzan y la petición de dimisiones de suceden, desde La Moncloa al Paseo de la Castellana, desde el despacho de Tomás Bolaños al de Margarita Robles, pasando por los de las dos mujeres que más saben de todo el enredo y en las que confía y a las que la ministra va a defender a capa y espada, la directora del CNI y su Secretaria de Estado, Esperanza Casteleiro, también procedente del complejo de seguridad que tiene su centro neurálgico en la carretera de A Coruña.
Nos sentamos en una cafetería de uno de los ejes principales del barrio de Salamanca y le pregunto por lo que se sigue viviendo en Bruselas entre la propia Comisión europea y el Gobierno español, y si el dirigente catalán tiene posibilidades de regresar a España burlando los controles y presentándose en Barcelona y en el Parlament para intentar ser de nuevo presidente al amparo de las escuchas ilegales del Pegasus de turno, una vez que sus antiguos socios de ERC, con Pere Aragonés, tomaron las riendas de la Generalitat y no parece que estén dispuestos a soltarlas.
El camarero nos ha dejado un té rojo y un café con leche. Me asegura que si Carles Puigdemont quiere volver a Cataluña puede hacerlo, otra cuestión es que pueda acceder a la Cámara parlamentaria y que pueda presentarse como una víctima de los poderes del estado español. Me dice: “ Ya quiso entrar en nuestro país soslayando la vigilancia de nuestros servicios de inteligencia, y se dio cuenta de que no podía hacerlo - me asegura y añade - ya lo ensayaron varias veces juzgando al despite con un doble, al que incluso le fotografiaron tomando cerveza o comiendo. Y no era él, era otro. Una prueba para ver si eran capaces de confundir a los que le vigilaban”. Parece que los agentes del CNI que comandaba Felix Sanz, al igual que hacen y deben hacer los que se mantienen bajo la dirección de Paz Esteban, no picaron el anzuelo de la falsa personalidad, estuviera en marcha o no el Pegasus israelí.
Convertida la capital comunitaria desde hace varias décadas en un nido de espías de todos los colores, el juego del engaño pone a prueba a todos ellos. España no puede fallar con los suyos y se hace notar en Bruselas “hasta con equipos femeninos que han empezado a trabajar como camareras - insiste en su relato el “coordinador” del equipo que está en Madrid para supervisar el trabajo de uno de los equipos que siguen en Cataluña y “recibir nuevas instrucciones”- pero también Puigdemont está muy protegido por especialistas en contraespionaje que son los que le pueden ayudar a volver pasando la frontera, si es que se atreve. No te olvides que ya no hay orden de detención y que puede viajar por toda Europa, pero se siente en peligro y por eso ha pedido que le protejan, no de la policía, de un comando sin identidad que lo secuestre. Otra cosa es lo que ocurra si llega a Barcelona”.
Le pregunto por los servicios que operan en el territorio belga y es contundente: “allí estamos todos - sonríe con la contestación - los servicios españoles, por supuesto, pero también los de Estados Unidos, los de Rusia, los de la OTAN, los de la propia Bélgica, que bastante tienen con que no les pisemos su trabajo los que hemos llegado del exterior, y unidades privadas de compañías formadas por antiguos agentes de las grandes agencias que ofrecen sus servicios al que les contrata y mejor les paga. Son muy buenos y conocen las técnicas de los que fueron sus compañeros, por eso creo que son capaces de organizar una “escapada” de Puigdemont del cerco en el que los españoles creen que le tienen controlado”.
Se vuelve a Bruselas en unos días ( previo paso por Barcelona )y me explica que no es tan importante el control físico como el control cibernético. “Es más seguro - termina - controlar las emisiones de los teléfonos móviles, tanto del ex presidente como de los otros huidos, así como de las personas con las que hablan en Cataluña,y conseguir que las “chicharras” que se han puesto en los lugares habituales en los que se mueve Puigdemont funcionen, que el control visual, en el que sí te pueden engañar con dobles o disfraces”.
“No te olvides - me dice al despedirse - que España es miembro de la OTAN, que mantiene unas excelentes relaciones con los responsables de la seguridad de la Organización, y que la vigilancia desde el cielo a través de satélites que se han colocado por expreso deseo de nuestro gobierno para seguir los desplazamientos de los “fugados” es continuo. Estoy seguro que en el CNI tienen la información sobre Puigdemont al minuto, y que pueden ver todo lo que hace, incluso en la noche. Pero eso lo sabe él, lo saben quienes lo protegen y lo sabemos todos”.
-¿Quienes le protegen?. Le lanzo la pregunta mientras se sube al coche que le espera con uno de los miembros de su equipo al volante.
-“Eso, amigo mío, no te lo puedo decir, pero son muy buenos, ex militares y con mucha experiencia.” Se ríe y el coche arranca.