INTERNACIONAL

El moro amigo

Diego Armario | Martes 14 de junio de 2022

Es bueno ser amigo del moro, pero es mucho mejor aún no perderlo de vista.

Por razones que he explicado más de una vez conozco bien la personalidad, la psicología y las costumbres ancestrales de los pueblos del norte de África, y, como una de sus principales virtudes es la paciencia, en este momento el Rey Mohamed VI y el Presidente de Argelia Abdelmajid Tebboune, están sentados a la puerta de sus casas a la espera de que pase por delante el cadáver de su enemigo, porque Sánchez les ha ofendido a los dos sucesivamente.

El monarca marroquí pronto se dio cuenta que tenía un chollo al norte del otro lado del charco al constatar que por primera vez un Presidente español no tenía ni idea de la importancia geoestratégica de los países del norte de África, pero tampoco sus ministros de Asuntos Exteriores. Toda la experiencia diplomática de González Laya antes de ser ministra ha sido el Comercio exterior en Europa y la de José Manuel Albares, un consulado en Bogotá. Ninguno de los dos sabía lo que era regatear el precio de una compra en un zoco, fumar un kif en una tetería o comerse una chuparquía en Oran o Marrakech.

Cuando la inexperiencia se junta con la ineptitud y la propaganda sustituye al lenguaje diplomático, lo peor que puedes tener enfrente es a un moro con conocimientos. Veinticuatro horas antes de que el gobierno argelino anunciase que suspendía el Tratado de amistad con España, que ha estado vigente durante los últimos veinte años, el ministro Albares estaba proclamando que no había problemas con nuestro principal suministrador de gas.

Yo que he estado alguna vez en ese país, sé que su sentido del humor no es parecido al nuestro y consideran una falta de respeto esas mentiras propagandísticas porque las consideran humillantes.

Sin embargo, hay algo mucho peor que todo esto y que posiblemente las lumbreras de nuestro gobierno no lo habrán considerado como un riesgo añadido .

La ruptura del Tratado de amistad entre Argelia y España implica no solo la suspensión de acuerdos bilaterales de abastecimiento de productos de primera necesidad para nuestro país, y de comercio entre ambos. Supone también la suspensión de toda colaboración en inmigración y control de fronteras con el riesgo de que yihadistas, hasta ahora controlados en origen, puedan cometer atentados en un momento en los que sus líderes han hecho un nuevo llamamiento a la guerra santa.

La política exterior de un país es algo demasiado serio para que esté en manos de un solo hombre.