Al primer ministro británico le han herido de mucha gravedad, sin duda, pero no está muerto por más que se empeñen todos los que desean verlo fuera del 10 de Downing Street en vender su piel, como si de un oso rubio y tambaleante ( el ruso Mitrofan sigue desde 2006 en la memoria política española) se tratara. No ha dimitido al cien por cien de su cargo, se ha limitado a señalar que esperará a que su partido elija un nuevo lider para no dejar al país sin liderazgo.
Tres o cuatro meses para buscar nuevos apoyos, para organizar una nueva Administración con nuevos ministros, hasta para elegir a que “compañero” apoyar para que lidere a los conservadores británicos y hasta, ¿ por qué no ?, para imitar el entrar y salir de Vladimir Putin con Dimitri Medvedez al frente de Rusia. Suena fuerte y casi imposible pero todo lo que lleva haciendo el Primer Ministro de su Majestad demuestra que el viejo respeto por los códigos de la conducta política los ha hecho saltar por los aires.
Boris Johnson es capaz de mentir ante todos, incluida Isabel II; es capaz de engañar al Parlamento británico, de burlarse de sí mismo y de ganar unas elecciones con mayoría absoluta. Es capaz de prometer lo imposible - con un 11% de inflación - y decirle a la mojigata Comisión Europea de la alemana Ursula von der Leyen que no está dispuesto a cumplir los acuerdos del Brexit.
El estudiante del elitista Eton, tan extravagante como inteligente, tan culto como vanidoso, con siete u ocho hijos de tres esposas ( el número exacto es un misterio ) siempre se ha sentido por encima de las normas sociales. Se ha quedado colgado de una tirolina, se ha emborrachado durante la pandemia, en Madrid casi le pega un manotazo al turco Erdogan cuando sintió que le tocaba el hombro, para luego irse a paasear en solitario por El Prado.
¿Se puede esperar que se vaya con tranquilidad?, la respuesta es no. No está en su caracter, de la misma que no lo está en el escorpión que lanza su aguijón contra la rana que le ayuda a cruzar el rio pese a saber que se ahogará. Ser malo y perverso está en su ADN. Supo esperar los errores de David Cameron y Theresa May para llegar a su soñado puesto de “Premier” de la Unión Jack tras dejar en la cuneta al resto de los competidores. Ni pestañea cuando cesa a amigos y enemigos políticos.
Tiene dos bazas importantes en sus manos, de ahí el calculado mensaje que ha lanzado desde las puertas de su residencia oficial. Sigue al frente del Gobierno y será él quien decida si adelanta o no las elecciones llevando al país a elegir entre él mismo y los dos clásicos partidos, conservador y laborista. Este último con una ventaja de once puntos sobre sus adversarios según las últimas encuestas.
Puede despedirse con cita en las urnas o, segunda opción, buscar y ofrecer su apoyo condicionado a uno de los aspirantes a sucederle, allá por el mes de octubre, para luego imitar a los jerarcas rusos o influir de forma importante en la configiuración del Gabinete hasta las obligadas elecciones de 2024. Mucho tiempo y demasidas oportunidades para un oportunista como él.
El laborismo y una parte de los rebeldes de su partido pueden plantear una moción de censura y cerrarle las puertas a cualquier movimiento subterráneo, pero los conservadores saben que esa opción conllevaría perder las próximas elecciones y dejar el poder que detentan desde la época de David Cameron y su mala herencia.
Puede intervenir la Reina con los poderes que aún conserva la Monarquía británica para casos excepcionales. Este lo exigiría pero demasiados nu barones tiene el Reino Unido como para que la Casa Windsor se cmprometa a favor o en contra de nadie.