Es como si “algunos” acabaran de descubrir que en Cataluña se ataca al español como idioma y se intenta de forma directa y sin subterfugios su eliminación de la vida pública. No es el presidente Aragonés el artífice del genocidio lingüístico y cultural, le acompaña y palmea en el hombro toda la izquierda, desde Illa a Colau. Todos ellos creen que por el camino del idioma se alcanza la independencia y van a tener razón. Basta con escuchar al ministro de la Presidencia para ponerse a temblar.
Como son muy consecuentes no le llaman español y le llaman castellano. El oportunismo más ramplón y falso aparece en las declaraciones de todos los dirigentes políticos, en unos casos para reivindicar la libertad de elección de lengua en un territorio del estado, en otros para quedarse en medio del nuevo debate: si, pero no a la “inmersión” linguística del español en las cuatro provincias en las que se legisló multar a aquellos comercios que rotularan en español.
Da una gran vergüenza comprobar como se olvidan cuarenta años de postración y abandono y unos pocos menos de dejación absoluta de los distintos gobiernos para hacer cumplir las resoluciones del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. Jurisprudencia y sentencias aparte, lo que sorprende es que a nadie se le ocurra leer y hasta aprender un poco de historia. Si es necesario lo últimos 700 años, y la aventura de Sicilia por parte de la Corona de Aragón, y los deseos incontrolables de franceses, alemanes e italianos por marginar a los españoles. Tampoco sería malo mirar al Argel en el que estuvo preso Cervantes. Puede que sí sea demasiado pedir.
Si la “aparición” del castellano en la larga y deteriorada crisis catalana ya fue otro subterfugio para desviar la atención de los ciudadanos, una nueva pieza de entretenimiento para convencer al presidente Aragonés y a los suyos de que, tal vez convendría esa pequeña “rendición “ que reclama el ya super ministro Bolaños - secretos de 50 años en su poder - es no sólo una invitación al fracaso, es una estupidez.
Ya que estamos lanzados a recuperar la historia de lo que en algún momento fue la Hispania Romana e incluso antes, con el vasco, gallego, catalán o bable como mecanismos de comunicación trival, se les puede recordar que aquella Torre de Babel de la que se habla en la Biblia, y al margen de las creencias religiosas, lo que provocó fue la destrucción real de Babilonia y su cultura milenaria.
De la larga, cansina, interminable, hasta aburrida crisis de identidad que padecen una parte de los catalanes, saldremos o pasaremos a esa seña de identidad, descafeinada, difuminada, destruída y dejada en manos de una parte de España frente a la otra, que es pasar a no ser españoles y a que no exista España.
Puede parecer una exageración pero también - recuerdo muchas de mis “peleas” en la radio - parecían una exageración mis afirmaciones acerca de la unidad de España y que sería Cataluña, por delante de la Euskadi que soportaba la violencia de ETA, la que primero se “independizaría” con una declaración en el Parlamento.
Si nos dejamos arrastrar a utilizar el nombre de castellano para sustituir al de español más pronto que tarde aquellos que sueñan, quieren y buscan trransformar España en un Reino de taifas o en un conjunto de Repúblicas federadas, lo habrán logrado. Ese es el paso más importante, el de mayor calado y profundidad. De ahí que reivindicar que se pueda enseñar y educar en “castellano” en una parte de España como Cataluña, y que no sea condición indispensable el hablar ”catalán” para ser médico en Baleares , son las dos mismas caras falsas del problema. Y en este aspecto tan culpable es Aragonés como Francine Armengol, tan responsables todos los futuros gobiernos de la Generalitat como los del Gobierno Central, en este caso el de Pedro Sánchez. Más el que tiene sun sede en Madrid que los otros dos actual de las Islas.
Durante 40 años los distintos gobiernos, los distintos líderes políticos y los diferentes partidos han hecho un gran canto a Europa y a las Comunidades autónomas. Nos han vendido de mil formas posibles las ventajas de pertenecer a la UE e incluso el euro; y por otro lado y con la misma fuerza la conveniencia de las 17 Autonomias para acercar la gobernabilidad y las decisiones al pueblo.Se olvidaron y lo siguen haciendo del elemento esencial de ese “bocadillo”, que no son los dos panes mencionados sino la parte de dentro, España.
No la España una, grande y libre de la Dictadura franquista; no la España monárquica y absolutista que se estructuró a partir de 1700. Una España democrática y elegida por todos con libertad y sabiendo que unida es más fuerte, nos protege mejor a todos, es más capaz de defender los intereses de todos, y que en un mundo tan abierto y multipolar tener la conciencia de uno mismo es la mejor forma de sobrevivir. Y si, españoles con diecisiete apellidos, el tamaño importa. Desde luego la inmensa mayoría que votó la Constitución de 1978 y que creyó en la nueva Democracia no pensaba, pensábamos, que los que nos iban a gobernar quisieron partir la Nación en tantos pedazos.