La vicepresidenta segunda del Gobierno lleva meses diciendo que quiere dirigir un nuevo proyecto político desde su todavía pertenencia a Unidas Podemos, pero sin Unidas Podemos; sin Podemos y sin ninguna ataduras con los que siguen siendo sus compañeros, o mejor, sus compañeras. La presidenta de Ciudadanos lleva meses diciendo que está dispuesta a refundar el partido pero sin la gran mayoría de los dirigentes de ese mismo partido.
Yolanda Díaz, que fue elegida por Pablo Iglesias para sucederle como cabeza de cártel y vicepresidente, se ha inventado el nombre de “Sumar” para hablar en nombre de unos militantes, simpatizantes, votantes que no existen. Un nombre hueco por el que circulan a la misma velocidad las negaciones de sus compañeros que sus deseos de liderazgo.
A Ines Arrimadas le ocurre casi lo mismo, élla sí tiene un partido, bien es cierto que en derribo, pero habla del futuro y de sus deseos como si todavía tuviera esos cincuenta escaños que le hicieron soñar con dirigir el país junto a Albert Rivera. Las dos recibieron lo que tienen y las dos están muy cerca de comprobar que apenas les queda nada.
Se diferencian en una cosa, que no es algo baladí; a la ex lider gallega del PCE le aseguran sus compañeras y compañeros ministros y demás dirigentes de la organización que cuentan con élla y que están dispuestos a mantenerla como cabeza visible en las próximas elecciones; a la dirigente de Ciudadanos ya le piden abiertamente que se vaya o que convoque un Congreso extraordinario. Ni la primera quiere presentarse con “Sumar” a ninguna elección - que lo hagan otros - ni la segunda quiere convocar un Cónclave en el que todo le indica que lo perdería.
El poder atrae tanto que cuando se tiene, por pequeño que sea, se defiende con uñas y dientes. Yolanda sólo habla de enredos pero, eso sí, se apunta todos los logros sociales del actual Gobierno, por encima de Sánchez, de Montero, de Calviño, de Robles, y de esas dos mujeres a las que no soporta como son Ione Belarra e Irene Montero. Lo curioso es que tampoco soporta a los que fueron sus compañeros de militancia, ni a Alberto Garzón, ni al actual secretario general del PCE, Enrique Santiago. Ella no es comunista pero tampoco es lo contrario, ella, que pactó con el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ahora lo descalifica. Nadie escapa a sus descafeinadas críticas, nadie aparece detrás de “Sumar”.
Pasados los momentos de gloria y las ensoñaciones, Inés Arrimadas, es sabedora, al igual que su segundo y portavoz, Edmundo Bal, que a todo lo más que pueden aspirar - salvo que los milagros existan - es a tener sus propios escaños en el Congreso. Nada de diez, como tiene Ciudadanos ahora, con suerte y buena elección de circunscripción, dos a repartir. El llamado centro político ha sido masacrado una vez más y los restos terminarán englobando las listas del PP y del PSOE o la abstención.
Malas herencias recibieron Yolanda e Inés y peor las están administrando. Todos los que las rodean ya están luchando por sus propias supervivencias, que tienen cita en el calendario, y en los próximos meses veremos como se alejan de una y otra. No tienen más remedio. La política profesional es de un dureza extrema y ni desde el socialismo del PSOE, ni desde el populismo del PP les van a regular nada. Sánchez y Feijóo necesitan cada voto que tuvieron UP y Ciudadanos, y la mejor y más rápida forma de conseguirlos es dejar que las dos dirigentes sigan por el camino que han emprendido. Cuando tu adversario se equivoca, lo mejor que puede hacer es no molestarlo.
Ir demasiado deprisa por una ruta llena de curvas y baches suelo terminar con el coche y el conductor en el primer barranco, en este caso llamado destino. Yolanda puede decir y dice que su objetivos es gobernar España sentada en el gran sillón de La Moncloa; Inés no se atreve a tanto y se con forma con decir que quiere seguir defendiendo su idea de progreso de esa misma España. Sin navegadores fiables y sin Mapas ideológicos, que no los tienen, esos destinos no los van a encontrar.