Inglaterra es un gran escaparate de apariencia e hipocresía y gracias a esa habilidad por naturalizar errores y horrores ha convertido a su familia real en el gran negocio de un país al que se la bufa el resto del mundo.
Los deudos de la difunta llevan días aparentando que les importan algo esos súbditos vulgares que abarrotan las calles de Londres y se emborrachan en las tabernas con pintas de cervezas mientras ellos se alcoholizan con licor de brandy o wiski escocés.
El nuevo Rey Carlos III, al que quizás alguien le conozca alguna obra buena en sus 73 años de vida, necesita desaparecer del foco mediático durante unas semanas para que los ingleses y el resto del mundo no vean con qué desprecio trata a la gente que trabaja para él, incluida su ex amante y ahora consorte a la que al parecer le unía su mal gusto por algunos asuntos íntimos.
La exhibición pública de desamor que han hecho los miembros de esa familia, hermanos, hijos y nietos o tíos, ha servido para que la gente vea gratis y en directo una actualizada versión de la serie los Windsor que ha permitido destapar los odios sarracenos, los ataques de ira y soberbia y la absoluta falta de empatía entre hermanos, padres e hijos que se estila en una Casa Real que acumula escándalos y delitos – algunos de ellos juzgados y condenados – mas conocidos que sus obras de caridad.
Es una suerte que por fin se acaben los fastos fúnebres de una señora que a lo largo de sus noventa y seis años hizo cosas buenas por su país, pero muchas más por ella misma y como dirían en Andalucía ya empieza a ser “jartible” la apariencia de dolor prolongado de una familia no ejemplar que se desprecia y no soporta a algunos de los suyos.
Dicho todo esto no puedo restarle ni una pizca de mérito a la monarquía británica porque es el mayor negocio del llamado Reino Unido que con toda su simbología y laxa moral sobrevive al resto de los países y a la mediocridad de algunos de sus gobernantes de este siglo.
Inglaterra ha vivido tiempos mejores como tambien España , y por eso no debo cerrar estas lineas sin advertir que esa licencia que me he permitido al criticar a los hijos de la pérfida Albión no me autoriza a guardar silencio sobre nuestra insoportable mediocridad , porque ellos al menos, aman su país.