Las razones por las que Pablo Iglesias no puede volver a dar clases en la Universidad Complutense, pese a intentarlo dos veces, son tan insólitas e increibles que deberían sonrojar a los que las han plasmado en un documento oficial. Al ex lider de Podemos le han colocado un muro de cemento que le cierra el paso, y sobre ese muro han escrito con letras muy grandes una palabra: venganza. El la ejerció sobre sus amigos y compañeros y ahora ese boomerang está de regreso salpicado con la sangre política de sus víctimas.
Se puede disentir totalmente del comunicador, presentador y cronista político Pablo Iglesias. Se puede estar en contra de las ntesis políticas que defiende y de su forma de entender y explicar el fondo político de la actual sociedad y sus orígenes, pero afirmar que no sabe o que no tiene experiencia o que su curriculum es escaso es faltar a la verdad. La Universidad demuestra otra vez que es un territorio muy hostil y que las envidias, las peleas por los puestos, los egos desmesurados y sobre todo las venganzas, que se pueden guardar y aguardar durante años, no tienen nada que ver con la imagen de honestidad intelectual y trabajo riguroso que se le supone.
A Pablo Iglesias le dolerá el rechazo universitario pero aún más el que está recibiendo de sus antiguos compañeros del recordado y enterrado 15M. La ruptura dentro de Podemos la encabezó él al dejar en la cuneta y de forma sucesiva al resto de fundadores, hasta llegar a Iñigo Errejón; algo muy parecido a lo que está realizado Yolanda Diaz con sus antiguos compañeros del PCE y de Izquierda Unida. La vicepresidenta no tiene ninguna organizaciión detrás. Ha decidido que ni siquiera Sumar es su marca electoral, es ella misma la que quiere presentarse ante los españoles con su nombre como síntesis de su programa, sin que lleguemos a saber en qué se basa, qué es lo que defiende y qué idea tiene de España, de su economía, de sus instituciones, de su organización territorial, de su actual Constitución, así hasta el infinito.
La crisis evidente de esa parte de la izquierda de nuestro país, troceada como siempre lo ha estado, puede que lleve al hoy televisivo ex vicepresidente del Gobierno a regresar a la política activa al no encontrar otro “hueco” para sus evidentes necesidades de actuación pública. sería Un error, al igual que lo sería poner a Irene Montero o a Ione Belarra como alternativas a Yolanda Díaz a nivel electoral. A la espera de ese enfrentamiento están Enrique Santiago y Alberto Garzón, ambos marcados por su ineficacia en captar votos en las citas con las urnas.
En esta país llamado España las lanzadas a moro muerto son una de las características de la vida social, económica y política. Los mismos que se acercaron a Iglesias en busca de un puesto en la organización y en el reparto “administrativo” del poder conseguido, se alejan y le denostada con la misma fiereza con la que lo hacían hacia los adversarios que se quedaban en el camino. Iglesias quiso imitar la estructura del PNV, con una dirección interna del partido y un dirigente político que fuera el candidato electoral. Por eso puso a Díaz como vicepresidente y a Montero y Belarra como administradoras, sin dejar de ser ministras. El resultado era tan esperado que a nadie sorprende la lucha entre ellas por el control futuro de las listas y de las siglas que se presenten a los españoles.
De error en error y de venganza en venganza el final tendrá dos soluciones: una abstención creciente o un traslado de votos al socialismo de Pedro Sánchez. La primera opción se basará en el cansancio, la segunda en el intento de impedir que la derecha de Núñez Feijóo y Santiago Abascal regrese al poder. Por el camino, las víctimas serán numerosas y conocidas. El pobre consuelo estará en que por el otro lado se verá que ocurre lo mismo, incluso dentro de las fuerzas nacionalistas. Ese otro poder que se ejerce en la sombra añora tanto el bipartidismo imperfecto que se desarrolló en la Transición que hará todo lo posible para que vuelva.